Miguel Ángel Rodríguez: «Clara»

Fue desensillar de la barra del bar de Chiri y por el sinuoso pasillo rumbo al toilette, cruzarme a esa flor de morocha con labios de orquídea y negrísimos ojos insinuantes.
Al toque nos encontramos, en un recodo sinvergüenza, librados al entrevero de un polvo apasionado, irrefrenable.
Mientras cogíamos, yo le espetaba guarangadas diversas.
Y ella, con una súplica cada vez más acuciante, me pedía que le dijera… ¡que la amaba!
Al final, lamió en mi pene con deleite los rastros venideros de su ojete querendón.
Quizás por la gracia del gesto. O por las honestas ansias de trincármela otra vez. Lo cierto es que en aquel instante de debilidad o ternura, cedí.
Y le susurré al oído: “Sí, morocha… te amo.”
Entonces ella giró con decisión para decirme a la cara: “No te confundas, pelado. Podrás penetrar mi cuerpo, pero el amo exclusivo, el único dueño de mi corazón, es el cornudo de mi esposo.”
Tras lo cual se fue al parecer ofendida, hacia una mesa donde la aguardaba un tipo con expresión tan segura como patizamba.

Miguel Ángel Rodríguez, escritor, psicoanalista. licmar2000@yahoo.com.ar

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