Hay locuras y locuras. Algunas son grandielocuentes, rimbombantes, presentan alucinaciones, delirios floridos, voces que ordenan, miradas o sombras que persiguen. También delirios muy estructurados como Freud describió tan notablemente en el caso Schreber.
También hay locuras discretas, cotidianas, que pasan algo desapercibidas, sin tanto ruido. Esas locuras que permiten trabajar y estudiar en muchos casos, hacer una vida aparentemente “normal” y lo pongo entre comillas porque el psicoanálisis no se centra en diferenciar lo normal de lo patológico, ya que no se trata de normalizar a nadie. Muchas veces son sujetos descriptos por familiares o vecinos como “raros” o particulares. Una característica que los hace poco sociables es una posición inflexible y rígida contra el mundo. Los integrantes de su entorno o ambiente son siempre cuestionados.
Una creencia cuasi delirante que encierra la certeza que son los “dueños de la razón”.
La ley del corazón
Hegel en Fenomenología del espíritu tiene un capítulo titulado La ley del corazón y el desvarío de la infatuación.
“El individuo cumple, pues, la ley de su corazón; ésta deviene orden universal, y el placer se convierte en una realidad en y para sí conforme a ley… La ley del corazón deja de ser ley del corazón precisamente al realizarse. En efecto, cobra en esta realización la forma del ser y es ahora una potencia universal para la que este corazón es indiferente, por donde el individuo, por el hecho de establecer su propio orden, deja de encontrarlo como el orden suyo. Por tanto, con la realización de su ley no hace surgir su ley, sino que, en tanto que la realización es en sí la suya y es, no obstante, para él una realización extraña, lo que hace es enredarse en el orden real, en un orden que es para él, además, una potencia superior no sólo extraña, sino incluso hostil. Con su obrar, el individuo se pone en, o, mejor dicho, como el elemento universal de la realidad que es, y sus actos deben ellos mismos, con arreglo a su sentido, tener el valor de un orden universal”. (1)
Lacan toma la figura del loco de Hegel que quiere imponer su ley. La ley del corazón se transforma de modo inmediato sin mediación en ley universal.
El sujeto desconoce lo que censura en el desorden del mundo exterior, el cual no es más que la manifestación invertida de su propio ser.
Ya en el escrito Acerca de la causalidad psíquica de 1946, Lacan descarta por completo la función de síntesis del Yo. El yo es desconocimiento, existe una discordancia entre el yo y el ser.
El yo es loco, el yo siempre está preñado de delirio dice J. A. Miller. ¿Por qué?
Primero el yo se cree otro que él es. Hay una escisión entre el que es y el que cree ser, entre el ser y su imagen. Pero el acento está puesto en la creencia y no en la imagen. Creerse lo que no es, es bastante habitual. De lo que se trata dice Lacan, es creerse lo que uno es, o sea la ecuasión yo=yo. Tiene relación directa con la infatuación. “Se la cree”, se suele decir cuando se trata de de un rasgo de impostura y de suficiencia. Lacan llama goce yoico como obstáculo o como orgullo al apego de un sujeto al goce de su unicidad.
Tenemos entonces el yo, el desconocimiento, el delirio de identidad, yo = yo. El sujeto desconoce entonces lo que él mismo censura en el desorden del mundo exterior el cual no es más que la manifestación invertida de su propio ser. El sujeto está capturado en el yo ideal, en el narcisimo, en el campo imaginario. Es una posición subjetiva sin salida. En cambio el ideal del yo introduce una mediación que permite una dialectica del ser.
Sin Otro
Es una creencia sobre sí, una identidad de si, que no pasaría por el Otro. Es la locura de creerse libre. Lleva al desvarío. Miller dice, es una forclusión del Otro.
La constitución subjetiva se juega en el campo del Otro. Se adviene sujeto a través de los significantes del Otro. Lacan a la altura del Seminario XI lo va a plantear en términos de alienación-separación. “No hay sujeto, sin en alguna parte afánisis del sujeto, y es en esta alienación, en esta división fundamental, donde se instituye la dialéctica del sujeto.”(2)
Una pequeña viñeta servirá para ubicar esta cuestión. Julián viene derivado por su abogada. Está muy enojado porque su mujer le hizo una denuncia por violencia, verbal, doméstica y económica. “Es de hija de puta clavarme una denuncia”. No se lo esperaba. De entrada pone en evidencia el odio y la rabia que le genera la familia de ella, dice que la manipulan. Las entrevistas giran alrededor de frases tales como: Yo soy el que maneja todo, controlo todo, Se hace lo que yo digo, Yo soy el que trabaja, es mi plata. De sus padres dice yo me crié con esa “gente”. Le decían cosas muy hirientes y desvalorizantes. No le dieron lugar, le cerraron las puertas. Repite y repite “Yo me hice solo”. En otro momento dice soy autodidacta, no consulto a nadie, no dependo de nadie, yo dependo de mi. Yo me arreglo solo, Yo me la banco.
El problema que se le plantea es que su mujer siempre quiere compartir las cosas, el dinero, la casa. El dice que es soltero, a pesar de tener una mujer e hijos. Lo mío es mío, enfatiza. En una entrevista intervengo “ a veces se cede por amor” y responde que el amor es a uno mismo.
Le pregunto por la pareja de sus padres, dice que su padre vive cediendo. La madre lo tiene “cagando”, quien lo maneja en todo. Es ella quien administra el dinero que produce y genera su padre.
Julián y su pareja vuelven a convivir, su madre le aconseja “Vos hacé la tuya, cuidá lo tuyo.”
Régimen materno-orden de hierro
Julián tiene todo calculado, su dinero, sus inversiones, sus gastos, su plata. Nadie puede entrar en ese mundo. El objeto dinero forma parte de él, no lo da, no lo cede al otro, no lo presta. No puede faltar, tiene todo calculado. Pero la denuncia de la mujer lo sorprendió, fuera de todo cálculo.
Para Lacan el orden de hierro está fundado en la declinación del nombre del padre. Los significantes dejan de ser eficaces. Hay un declive de las identificaciones, hay un declive del amor. Por eso Lacan cuando habla de orden de hierro le otorga el signo de una “degeneración catastrófica”. El orden de hierro rechaza el amor y la castración.
El amor está fuera de todo cálculo, por eso Julián no entra en esa lógica.
Insisto en otra entrevista: Por amor se cede, se da hasta lo que no se tiene.
Se es un boludo como el padre, es su respuesta. La madre no ha vehiculizado la ley del padre. No ha trasmitido el amor al padre. Julián ha quedado atrapado en ese orden de hierro donde no entra el amor.
“Realizar la metáfora del amor por la cual, de ser objeto amado, el niño pase a la posición de sujeto amante, a amar al padre, es un pasaje que implica ir desde la madre hacia el padre. Dado este paso, el niño deviene sujeto de la falta. Y ese viraje lo produce ‒o no‒ la madre”. (3)
En la primera entrevista, quejándose de la situación que está atravesando dice “esto es un desmadre”. Una de las acepciones de la palabra des-madre es abuso, exceso, sin medida.
Me pregunto si será posible en estos casos la instalación de la transferencia, siendo el amor lo que posibilitaría una entrada en análisis. Época de rechazo del inconciente donde la apuesta del psicoanálisis será conducir a una pregunta, abrir una hiancia. Introducir un modo de lazo al Otro. «Un psicoanálisis justamente consiste en deshacerse de toda creencia del yo.” (4)
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-Hegel, G.F “Fenomenología del espíritu”.
-Lacan J, “Seminario 11 Los cuatro conceptos del psicoanálisis”.
-Negro, Marcela Ana “El amor y el orden de hierro”. Revista Lacan XXI Fapol Online
-Harari, Angelina “ El delirio de identidad en los inicios de los análisis” XI Enapol Textos de orientación.
Bibliografía consultada:
Lacan J., Acerca de la causalidad psíiquica
Miller J.A., Donc – La lógica de la cura
Varios autores, Lo imaginario en Lacan
Graciela Abrevaya, psicoanalista, licenciada en Psicología. Integrante del Instituto Oscar Masotta –Delegación Conurbano sur-.
abrevayagraciela@gmail.com