Gustavo Macam: «Alimento y vacio»

El hambre es un vacío, analogía entre cuerpo y alma, digestión y devenir en cada historia. Porque más allá de los desbarajustes de una alimentación, el cuerpo se las arregla. Pero el alma es más inquieta en su camino sinuoso para conformarse, y puede en su capricho hacerse síntoma. Nos demanda ese alimento para sobrevivir al mundo aunque sea por un instante. No sabe de recomendaciones, ni se preocupa en mantener su forma. Jamás se adecuaría a ninguna “dieta de la luna”, dejando huérfana a la noche, ni podría convencerse de una “dieta disociada”, y dejar sin juego a las palabras. Nos pide algún bocado que proponga la duda, sin transitar la tiranía de las balanzas, porque el espíritu no sabe contar calorías. Conoce la dificultad del afuera para nutrirnos de alimentos que escapen a las góndolas. Ojalá existiese un suero que nos despierte a diario de tanta cinta transportadora. De exhibidos banquetes que invierten la carga de la prueba y nos terminan devorando, cuando no tenemos claro en qué mesa sentarnos, sin dejar de  insistir con lo que nos cae pesado. Alimento cierto, no procesado en un sinfín de opciones que nos terminan alejando, con la bulimia de estar “conectados”. Alimento de los sentidos que también es emergencia. Que convierte un instante en proyecto, que nos hace libres sin conservantes de la culpa. No perecederos en la curiosidad de una infancia, en la intensidad visual que persiste en el tiempo para atrapar los ojos que reclaman. De pasiones que resistan a la digestión interminable de intentos. De la tierra fértil de los abrazos. De sueños que no caduquen al menor intento. Alimento para encontrar ese deseo que escinda la apatía de la voluntad ante el flagelo de la costumbre.

El hambre es lo previo, como la inquietud. Uno habita la tierra de lo imprevisible, de la finitud. Abrir la boca, los ojos. Hacer con “eso”. Ante el ruido de las tripas, por los vacíos del alma.

Gustavo Macam, escritor.

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