Ignacio Montoya Carlotto: «Universos sonoros»

La palabra de Ignacio discurre, se despliega con las tribulaciones del ser, de la pasión y el concepto. “Hay miradas de la propia disciplina que se resuelven a partir de la mirada de otras artes.” Una forma de vivir, haciendo música.

Devenir111:
  Suele decirse que la música es armonía, melodía y ritmo. Pero… ¿Qué es para vos? ¿Cuándo/cómo surge tu pasión por ella? ¿Cómo la vivís cotidianamente?
Ignacio:
  Es cierto que una de las definiciones de la música es armonía, melodía y ritmo. Que cuadra muy bien si nos referimos a la música occidental. Hay otros ejemplos que muestran que a lo largo de la historia la música ha sido otra cosa, y es bueno tenerlo en cuenta.
  La música es un fenómeno, una invención del Hombre. Quizás una de las pocas invenciones. Porque lo demás son reinterpretaciones de cosas que ya están en el universo. Una casa de piedra en alguna medida es la piedra ordenada de otra manera, pero la piedra ya estaba. Y si bien el sonido ya estaba, los sonidos que se usan para hacer música generalmente son inventados también, no están en la naturaleza. A veces se remiten a ciertos sonidos naturales, pero la organización de los sonidos que se utiliza para hacer música, lo que el ser humano interpreta como música, es una invención netamente humana. Como el lenguaje, como pocas otras cosas. El resto son combinaciones de cosas que ya existen previamente. La música parece que es algo que viene netamente de un lugar que no podemos explicar.
  Y para mí es eso. Algo que no puedo explicar, un misterio. Una necesidad, primero. Algo que hago porque necesito, a través de esa pulsión de expresión, sanar o sacar alguna cosa de ahí adentro…
  Mi pasión por la música surge y se alimenta todos los días. Pero comienza con una epifanía a los 9 años cuando escucho música tocada por gente en vivo, digamos… Sabía de su existencia, la había escuchado por radio, poco, porque vivía en un campo sin acceso a la televisión ni a muchas emisoras de radio. Pero en ese momento a los 9 años escucho música por primera vez y ese fenómeno musical, ese fenómeno sonoro me impacta de una manera tan particular que me resuena por todos lados, y decido ahí inconcientemente seguir con eso que sigo hasta hoy. Es un voto que se revalida día a día.
  Cotidianamente la vivo desde la perspectiva de quien escribe música, y estoy en contacto con eso todo el tiempo. Desde el hecho vivo y desde el hacerla. Mucho más que el de escucharla. Escucho poca música en relación a que estoy todo el día tocando el piano y escribiendo, ensayando, probando, armando, desarmando y volviendo a armar. Mi vida cotidiana es una vida bastante más cercana a cualquier profesión conocida en cuanto a sus horarios y su sistematización. Yo vivo en Loma Negra, barrio obrero, y sigo las prerrogativas y el biorritmo que tiene el pueblo, y trabajo en los horarios de comercio prácticamente. Más allá de que tenga funciones los fines de semana, o suela viajar, hacer giras y demás, pero en líneas generales trabajo mucho durante la semana, estudiando el instrumento, aprendiendo cosas nuevas o escribiendo música que es lo que más hago.

Devenir111:
  ¿Y el piano? ¿Cuál universo sonoro peculiar encontrás en él? Incluso en la composición…
Ignacio:
  Con el piano tengo una relación que, me di cuenta mucho después, siempre estuvo. Fue un instrumento que por una cuestión azarosa siempre estuvo cerca de mí. En el campo donde crecí a 40 kilómetros del pueblo más cercano, había una pianola, que producto de una mudanza quedó ahí en la casa de los patrones. Cuando escuché música esa primera vez en vivo, había un tecladista que tocaba en esa banda típica que particularmente me impactó, pero no pude hasta mucho más tarde hacer una conexión entre que existía un piano y que eso que se estaba tocando era un instrumento de piano. Y siempre fue el instrumento.
  Me auto percibí pianista muchísimo después. Porque es un instrumento complejo, con mucha historia. Y uno empieza a meterse en esa historia a la sombra de grandísimos maestros en los 400 o 500 años de historia que tiene el instrumento. Entonces meterse en ese universo es bastante complejo. Y requiere de cierta pátina de humildad y hace que a ella a veces uno la disfrace de una necesidad de no sentirse del todo pianista hasta muy entrados los años como pianista, como me pasa a mí ahora.
  Su universo sonoro es un universo maravilloso, que no solamente me guía en la composición, sino que además me encanta en su sonoridad, y escucharlo. La verdad es que es un instrumento que amo profunda, profundamente. Después, es una muy buena herramienta para componer. He querido tocar y toco otros instrumentos tangencialmente, pero ninguno llega a atraparme; siempre vuelvo al universo de tocar el piano, de tocarlo bien, de estudiarlo, de repasar su historia a través de sus obras icónicas a lo largo de tantos años.
  Hay ciertas cosas que se escriben por fuera del instrumento. La técnica de composición te lleva a veces a escribir con cierta prescindencia del instrumento porque si no también estás atado a cierta cuestión sonora de ese tipo de instrumentalidad. Sí es útil, bastante visual… Pero hay un momento en que hay que salir del instrumento para poder componer cosas que están fuera de esa sonoridad.

Devenir111:
  ¿Nos contás alguito más acerca de eso que en vos se juega al “escribir-componer” música?
Ignacio:
  Para mí escribir-componer música en alguna medida me resulta bastante natural, porque lo hice siempre… Como gimnasia a partir de un impedimento, de una dificultad, cual muchas cuestiones. Cuando empecé a tocar el teclado, ya en las primeras lecciones, advertí que me era más fácil sacar una música de la nada que transcribir, que orejear. Empecé a escribir a medida que empecé a tocar, no fue después, vino con la música. Con el tiempo eduqué mi oído, mejoré… Y se juegan un montón de cosas, que han ido cambiando, poniéndose también cada vez más complejas… Lo que hoy se juega tiene que ver con que hice un oficio dentro del oficio. El de escribir música, dentro del de ser músico. Lo he desarrollado tanto como para en esta instancia auto percibirme como un compositor por encima de lo demás.

Devenir111:
  Quizás con cierta cadencia jazzera –si pudiera decirse de ese modo-, tu obra recorre diversos estilos de música…
Ignacio:
  Es cierto. Hay una cadencia jazzística en mi música, una sonoridad, una tímbrica jazzera. Porque cuando escuché jazz esa música me atrapó, la idea de la improvisación, la profundidad, su técnica, su instrumentación. Si hubiera nacido 40 años antes seguramente hubiera sido un músico clásico. El jazz es la música clásica del siglo XX… Cuando yo empecé a estudiar el jazz gozaba de la excelencia de ser difícil, de ser complejo, de tener muchísimas posibilidades. Y en esas posibilidades fuimos avanzando. Y me encontré paralelamente con otros géneros, con el folklore, con el tango… Pero el jazz es un lenguaje en sí mismo que se fusiona con todo, es un modo, no es solamente un estilo estético. Si bien tiene reglas claras, después se fusiona con muchas cuestiones; es una actitud en un punto también. Comencé a estudiar queriendo ser un músico de jazz y tocar casi exclusivamente eso. Luego de mucho tiempo me di cuenta que eso no alcanzaba… Sí estudiar esa música me era muy útil e interesante como aspecto formativo, pero no tenía la posibilidad yo de desarrollar un lenguaje propio ahí adentro. Y empecé a encontrar con las fusiones de las músicas argentinas, a través de esa pátina jazzera si querés, de esa mirada desde ciertos elementos del jazz, para empezar a trabajar esas músicas. Que es un poco lo que empezó a pasar desde hace unos cuantos años para acá. Ya hoy prácticamente no toco música de jazz. Estoy relacionado con el género, lo entiendo, lo disfruto un montón… Pero bueno, fue ganando un lenguaje que estaba en el interior. Esos elementos jazzísticos se fueron nutriendo y más tarde comenzaron a ser elementos provenientes de otros géneros también…

Devenir111:
  Finalizando tu presentación de Agosto decís: “Celebro el encuentro y celebro también la posibilidad de aprender algo que no sabía siquiera que existía, pero que sin embargo llevaba a cuestas.” Frase que, más allá de su referencia, tal vez también podría situar cierta forma en vos de hacer música…
Ignacio:
  Sí… Esa canción tiene mucho recorrido, forma parte de mi repertorio más cotidiano, ha sido bastante escuchada y además ya está en voces de otros –lo cual me llena de gusto y de alegría-. En ese momento la escribí pensando en cosas que habían sucedido hacía relativamente poco, que tenían que ver con mi encuentro con la familia biológica. Una cuestión que está un poco ya cerrada, hasta cierto punto… yo propongo cerrarlo sin que ello sea efectivamente así porque es muy difícil cerrar historias tan complejas… uno las estará trabajando seguramente toda la vida… Quizás ahí sí se encuentre algo mío que tiene que ver con celebrar las cuestiones, sin verlas con un excesivo optimismo, pero sí entendiendo que hay que transformar ciertos actos que por ahí son complejos y difíciles de transitar en actos positivos y sanadores. En alguna medida, es lo que me propongo a la hora de hacer música, que sirva para sanar.

Devenir111:
  En el 2018 sacaste el álbum –a mi sentir bellísimo- Todos los nombres, todos los cielos. ¿Cómo fue su construcción? ¿Cómo lo evaluás desde hoy?
Ignacio:
  Ese disco del trío tuvo también un recorrido muy interesante para mí, fuimos nominados al Premio Gardel, lo tocamos un montón, sus copias físicas recorrieron muchos destinos… Tiene dos o tres influencias para nosotros en aquel momento muy atrayentes. Una de ellas tiene que ver con el jazz nórdico, que si bien son tríos que siguen una línea de música de jazz, tienen otra concepción, otra apertura, y son mucho más parecidos a los tríos de jazz que existían aquí en Argentina antes de la normativa del Berkley, músicas fusionadas con cuestiones locales y demás, que daban una sonoridad muy interesante. Y, al menos así lo interpreto yo, con una mayor incidencia de la composición en el resultado final, y no tanto de la improvisación. Fue un disco que se construyó de una manera muy particular. Se hizo a partir de piezas de piano solo que se orquestaron al trío. Pero piezas de piano solo que después solas no se pueden tocar tan fácilmente. Y hay en ese disco una parte de la mano izquierda del piano que tiene como toda la huella del ritmo hacia donde va. Hay dentro de la cuestión estética una serie de cuestiones más relacionadas a la música argentina, claramente, sin que sean ritmos, sino que son como gestos rítmicos vinculados a la zamba, la chacarera; y esa referencia nórdica. Y el uso del piano como un eje muy central en la instrumentación. Con cosas que van en la composición pero sobre todo en la mano izquierda, reglamentando hacia dónde tiene que ir la música que se está tocando; no hay muchos caminos posibles alrededor de esas piezas. Que fueron orquestadas luego con el contrabajo y la batería.

«La ruta de la seda», Ignacio Montoya Carlotto Trío. Del disco: «Todos los nombres, Todos los cielos». Ignacio Montoya Carlotto: Piano, composición y voz. Nicolás Hailand: Contrabajo. Samuel Carabajal: Batería

Devenir111:
  Yendo al disparador de este número de Devenir111… ¿Qué evoca en vos la noche? ¿Alguna música de tu autoría que remita a ella?
Ignacio:
  “La noche…” Soy bastante nocturno. La noche me parece que es un momento proclive para muchas cosas. Ahí habitan a veces algunos demonios, que nos muestran cosas nuestras que no queremos ver durante el día. Tengo un par de músicas pensadas en esa noche. Mi segunda obra que escribí… Yo me presento en sociedad como compositor en el año 2000 con Fusión Latina. Y en el 2001 con una segunda obra que se llamó Entre Gallos y Medianoches; justamente porque tenía que ver con eso, con la fascinación por cierta nocturnidad. Tampoco me considero un tipo que viva de noche, pero me gusta… Y me parece que ahí habitan algunas cuestiones que durante el día no se animan a salir y que son útiles para entendernos a nosotros mismos. 

Devenir111:
  Te pregunto por el lazo que tejiste con un tipo al que extraño, el Palo Pandolfo.
Ignacio:
  Yo sabía de la existencia de Palo Pandolfo, pero no así de su obra hasta que empecé a tocar con él. Fue en ocasión de una convocatoria que nos hizo Lito Vitale, que eran treinta y algo de artistas para treinta y algo de años que se celebraban de la democracia, y a nosotros nos tocó hacer Los dinosaurios. Ahí lo conocí, empezamos a entablar una relación muy interesante, y empecé a descubrir su obra, a entender quién era Palo Pandolfo. La importancia que tenía él y su obra dentro de la constelación del rock de los últimos años. Luego de eso tuvimos una muy hermosa amistad que fue coronada con conciertos y toques… Y después su inexplicable partida; lo extrañamos un montón. Porque además él estaba en un momento muy interesante de su carrera y… Pero viste cómo es la muerte, que llama sin avisar.

Ignacio Montoya Carlotto y Palo Pandolfo, «Los Dinosaurios» (Charly García). Se realizó en el Salón Auditorio de la Universidad Nacional de Quilmes el concierto “30 años. Juicio a las Juntas”, en el que tocaron Ignacio Montoya Carlotto Septeto y Palo Pandolfo y la Hermandad.

Devenir111:
  ¿Cómo te vinculás con otras artes?
Ignacio:
  Para mí es fundamental… La filosofía, la literatura, el teatro, las artes plásticas, la danza, el cine… Tengo cruces muy interesantes con todas las artes. Con la pintura hemos hecho exposiciones… La presentación de uno de mis discos –Purria Minga– en el Museo Municipal de Olavarría fue una instalación de obra, en donde la música sonaba todo el tiempo y vos ibas recorriendo algo así como el arte de tapa en 3D. La literatura está muy presente y los libros leídos los siento necesarios para la construcción de las poesías que acompañan mi música cuando hago eso. He escrito música para teatro, danza, cine… Creo incluso que hay miradas de la propia disciplina que se resuelven a partir de la mirada de otras artes.

Devenir111:
  ¿Un comentario acerca de la realidad cultural/social/política vigente?
Ignacio:
  Me parece que estamos viviendo un momento muy complejo. Yo lo leo como un momento malo. También entiendo que estamos transicionando hacia otro estadío, consecuencia de ciertos excesos que se vivieron en cosas que nos parecía que estaban bien hasta hace muy poco. Un sobregiro horroroso; en particular respecto al arte y la cultura.
  En la construcción de una sociedad y un país el arte y la cultura son una necesidad. Que no obedece a cuestiones comerciales; cuando se vuelven prioritariamente un evento comercial pasan a ser otra cosa –entretenimiento, show, negocio-.
  El arte y la cultura son una necesidad del artista de expresarse. Y a través de esa expresión que aparentemente sería individual se genera un reflejo colectivo. Que puede ser muy popular, o más de un nicho, o carecer de incidencia en los demás. Como vivimos una instancia de cambio de paradigma de país, más parecido a un proyecto de negocio donde el mercado lo regula todo… El mercado marcha en función de necesidades concretas, y el arte no lo es –nadie necesitaría del arte-. Entonces ¿para qué vamos a contemplarlo dentro del proyecto de país?
  En este nuevo paradigma mundial donde la cantidad determina la calidad, si a mucha gente le gusta algo ese algo es bueno, sin importar si es bueno en sí. Generalmente son oleadas de modas, reciclados de cosas a veces muy antiguas, probadas en función de una industria que genera la aparente diversidad de lo mismo para vender un producto vendible.
  Eso siempre estuvo. Lo que es realmente alarmante para mí es que esa idea está acaparando el todo. Como antes tal vez una excesiva atención a las minorías. Vamos a salir de esto –ahora sí hablando de Argentina-, pero el tema es cuán dañados. Se necesita de una diversidad, de un lugar para todos. Y el mercado solo da lugar para lo masivo y las minorías se joden.
  Por estos días se está dando esa discusión. Qué pasa con las obras financiadas con fondos del Estado que no ve nadie. Hay que tener cuidado con eso, porque ellas tampoco son la verdad. O que las buenas películas son solo las que ve la gente… Pero también tiene que estar lo otro, que compensa esa idea de manada –manada que históricamente se ha equivocado demasiado-. Lo que sucede es que para poder generar producciones de cosas que no sean comerciales tiene que haber otro método de financiación. Que hasta hace poco se llamaba Estado; antes fueron los mecenas, antes fue una burguesía… Ahora los que hacemos cosas que no son masivas quedamos sin esa financiación. Lo vamos a seguir haciendo, obvio. Aunque con una llegada mínima, mientras lo masivo se va comiendo todo. Y un país que tiene una única mirada de todo, aun si coincidiéramos con ella, es un país idiota.
  Hay que diferenciar el valor, del precio de las cosas. Aun en un país como Estados Unidos, por ejemplo, hay una protección hacia el jazz, que claramente no es masivo, pero ellos entienden que en esa música hay un valor que no está dado por el precio. El precio depende de lo que la gente esté dispuesta a pagar. El valor está dado por cosas que son intangibles, y en el caso del arte puede mostrarse luego de mucho tiempo que ha pasado el autor. Van Gogh no vendió ni un solo cuadro y hoy es el cuadro más caro. Porque él propuso una mirada del mundo que en ese momento nadie comprendía, pero cambió el mundo de la mirada, y la humanidad no sería lo que es si eso se hubiese perdido o Van Gogh no hubiera pintado.
  La idea de un proyecto de país que cuida su identidad, entendiendo que su identidad es lo más importante que tiene… Casi más que sus fronteras, porque éstas pueden ser vulneradas pero una vez que la identidad de un pueblo es vulnerada ya no hay vuelta atrás, ese pueblo deja de ser ese pueblo y pasa a ser colonizado por otro… La idea de un proyecto de país tiene que contener esa pluralidad de miradas, que los intereses del mercado no atienden. Y me parece que eso es lo que está en discusión hoy, y es realmente complejo.

«Puentes», (Ignacio M.C.) / «Meridiano 58». Realización audiovisual: Cristian Arriaga. Ignacio Montoya Carlotto: composición, arreglos, piano, órgano Hammond, teclados, acordeón, percusión, bajo, guitarra, y voz. Pedro Rossi: Guitarra. Facundo Barreyra: Bandoneón.

Devenir111:
  Resulta al menos paradojal, eso que llamamos “nombre propio”; a la vez “ajeno”. Pues si nombra tu propio ser, es Otro –generalmente el otro de tus padres- quien lo elije, convocando allí intensos deseos, no exentos de legado genealógico. Supongo que en vos ello traza un matiz singular, a la hora en que descubriste un otro vector de tus orígenes/identidad. Coyuntura a la cual se añade la valoración social/mediática/histórica. Y que la decisión de inscribir tu nombre Ignacio Montoya Carlotto, nombra implicancias en tu vida…
Ignacio:
 Sí… Como es sabido en el 2014 me encontré con  la familia biológica que no conocía, en un evento que se mal da llamar como “encontrar la identidad”. Digo mal llamar porque si pensamos que la identidad es un trazo biológico exclusivo… es un problema eso, y es un poco peligroso. Si bien la biología y la genética nos hacen heredar predisposiciones, cuestiones y a veces cosas muy complejas… Y la familia nos dictamina, las familias biológicas nos dictaminan cuestiones que vienen intrafamiliares de hace mucho tiempo… En mi caso, que eso se rompe por la crueldad de la “dictadura” y demás –algo que también es de público conocimiento-, eso me permite pensar esa cuestión a través de mi tamiz propio desde un lugar diferente. Para poder entender lo que me pasaba tuve que repensar los conceptos de identidad, de quién soy… Y entender que la identidad, por perspectiva personal, es una construcción que uno lleva adelante con los elementos que tiene. Si uno sabe sus orígenes biológicos lo hace con esos elementos y si no los sabe lo hace sin esos elementos. Pero de todas maneras esa identidad que está constituida por entorno, vivencia, deseos, y también la cuestión genética que lo sepa uno o no está ahí presente, va constituyendo ese cuadro identitario. Cuando yo me encuentro con la familia biológica, esa familia biológica y toda esa historia venían con un nombre, que era el nombre con el que me habían buscado. Y automáticamente el mundo supuso que yo me llamaba así. Fue tan grande la presencia mediática de eso que yo en un momento pensé, bueno pongo mis dos nombres. El Guido, que era con el que supuestamente me había querido llamar mi mamá. Y el Ignacio con el que me había llamado mi otra mamá. Pero al tiempo nomás me di cuenta que el Guido se iba a comer al Ignacio y era una manera también de perder la identidad, realmente de perder la identidad. Para mí el conflicto identitario comienza el 5 de agosto de 2014, antes de eso no había ninguno. Y a partir de ahí empezar una lucha pírria, pero que creo haberle torcido la voluntad a la masa, al destino y a cierto relato histórico, que tiene que ver con saber y sentir que yo me llamo Ignacio. Y no es solamente el fetiche del nombre y una denominación con marca de origen. Sino la postura de saber que yo soy esa persona que me constituí hasta los 36 años, y después tuvo las cosas que le pasaron, y a partir de ellas pude elaborar otra historia, con todo ese devenir de información, biológica, con las familias nuevas, conociendo todo eso… Pero sin perder lo anterior porque eso hubiera sido traicionarme; y traicionar a un montón de gente que puso energía en mí, y esos entornos quisieron que yo supiera quién soy desde siempre, más allá de que no supiera quienes eran  mis padres biológicos, ni siquiera tuviera noción de que eso fuera así, tendría noción yo. Eso es un poco mi historia con el nombre… Que en un punto es lógica: me llamé siempre así, por qué iba a cambiar? También es cierto que el cuadro identitario te lo arman de afuera. Lo que los demás dicen que sos muchas veces condiciona de manera determinante y mucho más de lo que uno quiere creer, condiciona lo que uno termina siendo…

«Un gesto», «Los Días Por Venir» · Ignacio Montoya Carlotto · Lorena Astudillo · Guido Martínez · Facundo Ferreira.

Devenir111:
  ¿En qué andás ahora? ¿Estás componiendo? ¿Hay presentaciones próximas, algún disco a advenir…?
Ignacio:
  En este momento estamos presentando un disco que acaba de salir, de canciones a dúo junto a la cantante y compositora Lorena Astudillo. Vamos a hacer en Caba una presentación oficial. Acabo de grabar otro disco que también me tiene muy contento y saldrá a fin de año, con José Saluzzi, hijo de Dino; un repertorio instrumental inspirado en textos de diversa índole que he leído últimamente y me han gustado mucho. Estoy por grabar el disco del trío con Guido Martínez y Facundo Ferreira, composiciones que retoman cierta idea de otros que tuve, de música argentina pero traída a esta época de hoy. Siempre trabajando para cine y televisión… Y llevando adelante un espectáculo que se llama Canciones para contar, que hago junto a dos músicos de aquí, María Inés Maddío y Agustín Begué. Un show con mucha intensidad, teatralidad, y de contar de dónde viene lo que escribo; que venimos desarrollando a lo largo de la Provincia de Buenos Aires ya con muchas ediciones…


Ignacio Montoya Carlotto, músico, pianista, compositor. Se crió con el nombre Ignacio Hurban, hasta que en agosto de 2014 consolidó su identidad al ser reconocido como hijo de Laura Carlotto y Walmir Oscar “Puño” Montoya, y nieto de Estela de Carlotto, presidenta de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo. Curiosamente, al conocer su origen biológico, se anoticia de que en su familia la música ocupa un importante lugar: su padre era baterista, su abuelo paterno saxofonista y su abuelo materno, un melómano, amante del jazz. Ha realizado conciertos y grabaciones en Argentina y en el exterior con numerosos artistas como León Gieco, Raúl Porchetto, Tabaré Cardozo, Agarrate Catalina, Ricardo Mollo, Guillermo Fernández, Palo Pandolfo, Lidia Borda, Carlos “Negro” Aguirre, Hugo Fattoruso, Bersuit Vergarabat, George Haslam, La Bomba de Tiempo, Juan Quintero & Luna Monti, Rodrigo Domííguez, Silvia Iriondo, Juan “Pollo” Raffo, Paolo Rossi, Francesca Ancarola, Liliana Herrero y Adrián Abonizio. Cuenta con más de una docena de discos editados, en su mayoría de música original, escrita, arreglada y producida por Ignacio. Entre estos títulos se destacan sus dos discos en formación de septeto “SEP7ETO (2015) e “Inocencia repetida” (2020). “Todos los nombres, todos los cielos” del Ignacio Montoya Cartlotto Trío, nominado a los premios Gardel 2019; y su trabajo a dúo junto al guitarrista Valentín Reiners: “Sexto VI” (2021), una de cuyas canciones forma parte de la banda de sonido de la docuserie “Stories Of A Generation” (Netflix).
Ig @MontoyaCarlotto
Fb ignacio montoya carlotto

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.