Marina Posata: «Amanecer en torsión»

Me despertó el horror aquel día. Resulta que. Y la frase se interrumpía. Entonces. Despertóme el horror aquella mañana. La oración se torcía para rearmarse. Mi boca se retorcía mientras las manos, no mías del todo, se desperezaban.
Torsión del destino desde la frase. Podía decir y volver a decir de otra manera, en otro orden, o simplemente amputarle al lenguaje alguna palabra que iba a ser pronunciada por mi boca. Decidir que no cruzara los labios esa fonación que la hubiera hecho existir.
Se le despertaron los ojos aquella mañana al campo semántico. Le bullían algunas vocales a su alrededor, como flores que se abrían por doquier ante el asombro de esa manera brutal de perder la pereza. Flores abiertas como bocas de Munch rasgando el cuadro. Aún no sabía si el nombre de mi primera persona en singular era el protagonista o simplemente un testigo contingente de aquel acontecimiento.
Podía decir: Los manzanos se esconden del sol en las tardes prohibidas del Rey Lear. O no, podía ser que no. Quizás podía decir: La aurora se escamotea sobre la cadencia de unos renglones tímidos. O quizás: El autor no sabe del temor que lo hiere cada vez que no elige una palabra que hubiera podido.
Desperté aterrada. Podía, sin lugar a dudas, sobre el poder no se cuestionaba el asunto. Y ponerme las botas, cubrirme el cuerpo con cada prenda, eso podía, y desnudarme a su vez. Podía vestirme y desnudarme desde la boca en cada pronunciación. Estaba asustada. La boca trazando un camino, u otro, o aquel de allá. Simplemente generar una abrupta torsión del destino. Podía agarrar a una palabra a medio decir y cortarle las piernas antes de que cruzara el umbral de mi cuerpo.
Desperecé mi lengua esa mañana y tenía las manos entumecidas de pavor. Podía figurar con mi silueta: No habré de salir a pasear hasta que no me calce mejor la palabra desde las fauces. Podía simplemente vociferar hasta la llegada del silencio.
Pero de poderes no se trata, sí de posibilidades.
Los labios me miraron asombrados de querer y no querer dar lugar al contraste de esa letras que son dos pero que al ubicarse en sucesión hacen un solo sonido. ConTRaste. Esa mañana se rasgó el cielo desde una dulzura finísima y errabunda.
Retorsión del camino desde la puntuación. Se abría la posibilidad y no todas las frases eran posibles.
El temblor llegó a los labios, allí situado el sujeto, temeroso de llevar la tilde y el punto a donde trazara el destino.

Marina Posata, escritora, poeta, psicoanalista.

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