Se fue secando la vida como si fuera un desierto, la vida que me convida su desconcierto. Hoy evoqué a la palabra como quien habla de un muerto. Sentí su prisa macabra y el desconcierto. Quisiera quedarme quieto en este páramo incierto mirando como un objeto mi desconcierto. El páramo es el poema debajo del cielo abierto, la intimidad y mi lema mi desconcierto. En él puedo ser quien sabe soñarse como un experto, como una nube o un ave sin desconcierto. Como una nube o un ave volando sobre el desierto. A veces parece suave mi desconcierto. Pero despierto otras veces pensando que no despierto, entonces se alza con creces mi desconcierto. Es cuando se va la vida, la vida que yo pervierto como una fábula herida y un desconcierto. Se va flotando en la blanda blancura del boquiabierto destino que anda y desanda mi desconcierto. Flotando como un amigo tendido, pálido, yerto, que padeció lo que digo y el desconcierto. ¿Seré yo mismo el amigo y aún no lo sé, no lo advierto? ¿El que está muerto, el testigo y el desconcierto? ¿Seré yo mismo el que sueña acurrucado, encubierto? ¿El que en el canto se adueña del desconcierto? Me fue llevando la vida a esta revista. Lo cierto es que la inventa, la olvida mi desconcierto. En Devenir 111 halló mi lírica un puerto y un mármol lívido, un bronce mi desconcierto.
Pablo Porro, poeta. Nació en Buenos Aires en 1976 y creció en Junín, desde hace quince años vive en Zárate a la vera del río Paraná. Fue verdulero, mozo, repositor de supermercado, hornero, cocinero, mecánico de autos, vendedor ambulante, jardinero… Actualmente dedica sus empeños al olvidado arte de la filatelia.