Sebastián Mas: «El sexto sentido»

La creación

En el principio sólo había nada y vacío. El vacío se tragaba a la nada, al mismo tiempo que de la nada resurgía el vacío, danzando así en una interminable resurrección.

Un día el vacío dejó de tragar y comenzó a escupir pequeñas esferas «llenas de nada», cada una con un vacío en forma de agujero, mientras que de la nada dejó de resurgir el vacío y comenzó a tragarse las pequeñas esferas que éste último había producido.

Desde ese momento, la nada se convirtió en un cinturón rodeando al vacío, como un collar de anillos flotando sobre otra nada compuesta de anillos. Y así sucesivamente…

La masa y El fluído

Luego de millones de años danzando, en una de estas esferas comenzaron a emerger unas masas amorfas. Se desplazaban de aquí para allá, combinando o separándose entre sí, para transformar su masa de acuerdo a la forma que requería el espacio: podían hacerse tan compactos como el más pequeño de los agujeros o estirarse tanto como el más lejano de los horizontes.

A la par de estas masas se desplazaban por todo el universo unos fluidos cuyos movimientos a veces se asemejaban a las partículas que flotan sobre el aire, pero a veces también se parecían a las ondas que producen las corrientes de agua.

Este doble estado dotaba a los fluidos de un ritmo inconfundible y sincopado -como si fuera una melodía flotando sobre el espacio- completamente contrarios a las confusas y arbitrarias masas. Las masas no podían notar la existencia de estos fluidos, ya que además de ser imperceptibles para los sentidos, ninguno había entrado en contacto, todavía.

La teleplastía

Sin darse -mutuamente- la menor importancia, estos seres comenzaron a interactuar, como todo lo que en un principio no tiene relación alguna y comienza a tenerla por la fuerza de la convivencia.

No se sabe si fueron las masas, que en una de sus transformaciones, atraparon por accidente algún fluido que empezó a repercutir sobre ellas con su melodía, hasta que ambos se acompasaron en tiempo y forma. O por el contrario, quizás fue el fluido quien empezó a surcar la masa, trazando en forma de puntos y líneas su propia fotografía sobre las superficies, dando como resultado esculturas fantásticas e inverosímiles.

Sea como sea, las masas pasaron  a convertirse en el reflejo concreto que las imágenes invisibles de los fluidos producían. Tales imágenes solo podían ser vistas en la medida en que se imprimían sobre las masas. De esta manera ambos seres se fundieron en formas cada vez más determinadas.

Desde ese momento, ninguna masa volvió a tener su constitución originalmente amorfa, ya que gracias a esta armonía, cobraron forma el reino animal y el reino vegetal. No obstante, un reino fue dejado de lado, uno al que no le había tocado ningún trazo.

Este reino de masas fue olvidado por los fluidos, tal es así que sólo les quedó rondar durante algún tiempo por los confines del espacio sin una forma determinada. No obstante su carencia, desarrollaron cualidades asombrosas.

El origen de los sentidos

El tacto

Como un espejo que refleja sobre su superficie, o como la cera sobre la que se imprimen los sellos, estas masas amorfas empezaron a imitar y reproducir con fascinación cada trazo al que se asemejaban o se ponían en contacto.

A estas masas se las conoció como «el reino humano» , y aún hoy conservamos esta fascinación por imitar a los demás reinos realizándonos tatuajes o revistiéndonos de pieles con el fin de reproducir sus símbolos y crear una cobertura sobre nuestras carencias. Esta primera cualidad fue nombrada como TACTO. Mientras que el animal nace al mundo con estos trazos, el ser humano debe aprenderlos de vuelta cada vez que nace. Imita y reproduce por su propia cuenta, los trazos del dolor, la alegría, el hambre y la satisfacción, hasta que esté seguro de que su cuerpo los asimile en su forma

El gusto

Este ejercicio llevo a las masas amorfas a desarrollar una segunda cualidad: el GUSTO. No satisfechos con imitar y reproducir, empezaron a seleccionar aquellos trazos que les parecían más atractivos de los que no, y de esa forma, fueron conformando su propio menú de trazos, organizándolos desde los más deseables hasta los más detestables.

El gusto no se desarrolló como un sentido en la lengua, sino que, con el tiempo, la lengua pasó a transformarse en el caso ejemplar en el que se reconoce el gusto.

Es por eso que los niños se llevan las cosas a la boca, no para comerlas sino para aprender sus formas: puntiagudas, ásperas, rugosas, esponjosas, etc. El gusto es la fascinación que sentimos por aquello que nos hace falta: una forma.

El Olfato

Al gusto le siguió el OLFATO como una modificación del primero ya que desempeñó el importante papel de la sospecha y la discriminación de las formas. Empezó a juzgarlas por sus daños y beneficios, descubriendo que algunas cosas deseables podían ser dañinas, mientras que algunas cosas detestables podían ser beneficiosas.

Es por eso que cuando estamos ante el peligro, nuestro pecho se cierra y en cambio cuando nos sentimos seguros, el aire fluye libremente. En nuestro caso particular no puede hacerse una distinción tan clara entre respirar y oler, por que habitan el mismo espacio. Es debido a esto que cumple la misma función de avisarnos cuando hay peligro.

La vista

Al olfato le siguió la VISTA que les permitió por primera vez dar cuenta de su situación. Las masas sin forma se dieron cuenta que eran «aberraciones» para la naturaleza cuando empezaron a comparar sus imperfecciones con las perfecciones de los demás reinos.

Tanto es así, que en su ira y odio comenzaron a cavar sobre la parte superior de sus cuerpos hoyos oscuros y profundos. Esta era la marca de la envidia. No satisfechos con esto, empezaron a cavar sus propios hoyos en los demás reinos, dejándolos completamente deformes pero idénticos a su imagen y semejanza.

El origen de nuestra mirada dejo sus huellas por todo el planeta, dejando a su paso solo destrucción y deformación con el fin de ocultar nuestra propia falta de forma. Si todos eran imperfectos, nadie tendría una forma perfecta.

El oido

Los fluidos, quienes se habían horrorizado de semejante barbarie, decidieron intervenir. Se dirigieron a uno de los hoyos que las masas se habían producido por su propia flagelación y las atravesaron hasta su otro extremo, para cavar así un canal de comunicación. Le empezaron a dirigir los más duros reproches, introduciendo toda clase de pensamientos, recordándoles que habían sido los autores, no sólo de su propia autodestrucción pero también de la flagelación de los demás reinos. Estos nuevos hoyos se dieron a conocer después con el nombre de OÍDOS.

Algunas masas no entendieron lo que sucedía, y empezaron a enloquecer, lanzándose desde altos precipicios, o rebanándose en pequeños pedacitos hasta hacerse polvo. Otras simplemente no llevaron el apunte a estas advertencias, puesto que no podían percibir a los fluidos, y decidieron no creer en lo que no podían ver.

Furiosos, los fluidos decidieron restablecer el orden dando el golpe maestro de su plan. Buscaron a los gigantes de los cielos que danzaban en torno al vacío, y los dotaron de las mismas capacidades que las masas habían desarrollado.

Esto provocó que los planetas se convirtieran en cabezas gigantes que se podían ver a millones de kilómetros de distancia. Ellas serían las mensajeras de las advertencias ya transmitidas para que las masas no pudieran ignorarlas. Los fluidos viajaron desde estas cabezas hacia las masas, para mostrarles que su voz venía de los cielos, y que su mensaje estaba dirigido hacia ellos. Aterradas, las masas empezaron a obedecer a estos gigantes de los cielos y trataron de parecérseles, moldeando en la parte superior de sus cuerpos cabezas análogas a las que veían.

De ese modo, los fluidos se aseguraron de que las masas amorfas tuvieran este rasgo tan anhelado que les hacía falta, para que nunca más volvieran a considerarse aberraciones que se merecían un trato especial.

Ahora tenían una comunicación única con los fluidos que les permitía acceder a toda clase de información conocida en el universo en su extensión.

El Pecado Mortal

No obstante, el corazón de las masas seguía siendo muy engreído, y los fluidos debieron haber previsto que darles tal clase de información sobre el universo sólo podía acrecentar sus egos. Utilizaron esta información para el mal, redoblando la catástrofe anterior, llegando a extinguir especies enteras de los demás reinos hasta llevar su aventura a la propia destrucción del Cosmos.

Los fluidos, completamente decepcionados por la falta de buena fé de estas masas, decidieron abandonar su universo para siempre, cortando toda comunicación con los canales que habían formado.

Las masas dejaron de recibir los secretos del universo que los gigantes celestes les compartían tan desinteresadamente, y toda su existencia paso a convertirse en un largo y sórdido silencio.

El Sexto Sentido

Se dieron cuenta que todas sus capacidades habían desaparecido, y que ya no tenían acceso a la información de la que habían gozado. Nunca pudieron conocer a esos fluidos, y por eso, tampoco pudieron explicarse el cambio tan abrupto que los había dejado en la más indefensa de las soledades: la humana.

Ya ni siquiera podían comunicarse entre ellos, puesto que ninguno podía entender lo que el otro decía, todo les parecía un interminable balbuceo que en nada se asemejaba a esa agraciada melodía que los llenaba de conocimiento.

La mayoría padeció de una insufrible depresión, amontonándose sobre el suelo sin moverse, hasta conformar desde pequeña rocas hasta grandes montañas. Pero una ínfima minoría decidió no olvidar lo sucedido. Trataron de recordar esa información desesperadamente, pero sin resultados favorables.

Se dieron cuenta que lo único que les quedaba era abrazar su nueva situación y comenzar a elucubrar por si mismas toda la información que ahora permanecía oculta. De esa manera, surgieron las artes, las ciencias y los mitos, que comenzaron como balbuceos hasta convertirse en verdaderas convenciones, que les habilitaban el intercambio de información entre ellas.

Sin saberlo, comenzaron a trazar esta información sobre paredes, papeles, y otros materiales. Trazados que se asemejaban a la forma de los fluidos que los habían abandonado ¿Pero cómo podían saber que esa era la forma de lo que nunca habían visto o prestado atención? No podían saberlo, no tenían manera, pero así lo hicieron, dando nacimiento al último de los sentidos que los acompañaría hasta el final de los tiempos, como una forma de consolarse ante esa irremediable pérdida que fecundó a la cultura, como el monumento a la realidad fallida de su existencia.

Sebastián Mas, psicoanalista nacido en la Ciudad de Salta. Miembro fundador de Espacio de Debates Analíticos, cursa la Carrera de Psicología. Actualmente investiga las referencias teóricas que el Psicoanálisis ha tomado de la Física.

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Ilustraciones, Lira Ruc