Era abril de 1995. Era la Facultad de Filosofía y Letras. Era un hervidero de activistas contra el gobierno de Menem. Éramos muy, demasiado jóvenes. No conocíamos de primera mano (ni siquiera pensábamos que fuera posible) distintas instancias de tortura y persecución y hostigamiento. Era la Democracia. Era el ardor de la vida a cada borde casi la muerte.
¿Quién se reconoce como quién?
A lo largo de mi vida tuve (con insistencia) identificación con los árboles y su fortaleza, con aquellos árboles que sostenían mi frágil vida entre la histeria, la euforia y la tristeza de un abandono primigenio. Ese abandono que había signado mi corazón.
Entre luces y sombras, protagonistas de una época en la que los cuerpos también eran sobreexigidos a estándares de belleza bien nineties, esa disforia entre el atletismo y la carrera de Letras. El entonces Prof. Jorge Panesi descollaba en este contexto; con sus clases y su carisma magistrales, abría ante nosotros la expectativa cierta de llegar a leer, a pensar y a valorar por la eternidad su impacto en nosotros. Experiencia intransferible: De ahí mi amor por las Letras.
Era un Intro fuerte; pronto tomé el gusto de fumar tabaco y de correr esta carrera cuyo entramado (fue, era y es) mental. Acompañó estos tiempos de alegría el Prof. Ariel Schettini, el primero que me evaluó en un examen acerca de los estructuralistas rusos y la literatura de Henry James.
Éste primer poema, “Rito y Retorno”, fue mi bandera. Desde un punto de vista estético, artístico, literario, buscaba explicitar que a tempranas edades el dolor también se cuela entre los poros, y las lágrimas (que no fueron lloradas) horadan más que las que se pueden asumir, que las que se pueden reconocer.
Rito y Retorno
Se anuncia. Al barrer las viejas costras
del árbol nuevo
incipiente creación misteriosa:
el brote del germen siendo
a llamadas no funestas, sí con bríos
con la explosión aliciente
con la argo-luna creciente
y el sueño tras bajo velo.
Melancolía infame el encierro,
fugaz, permanente, inicuo
caudal de fuego artificio
pasos de un solo juego.
Se anuncia, y ya se acerca
se acerca sola:
amparo simple es su sosiego.
Viajera andante en recurrente andamio
son sus prisas directriz del pensamiento.
Y en el Karma omnisciente y siempre etéreo
fustiga con pandemias circulares
arremolina en inicios ya rituales
una vez más caídas en desierto.
Cae la noche y va sembrando
en el maíz entrañable
en la cornisa inviable
en desvanes sempiternos
paisajes solitarios y gestantes matrices
engendrantes matrices de humo gris y desconsuelo.
Sigue recorriendo, andante de las noches,
los espacios vacíos de tu imperio.
Gran monarca de los árboles del bosque
van barriendo costras viejas vientos nuevos.
Y hay direcciones vejadas...
son fortuna del destino: el desconcierto.
Va brotando como en génesis parcial
nuevamente el desarraigo de lo presto.
Es, se anuncia llamativa
la llegada de este embrión...
el enunciado embrionario de un regreso.
Se siente hasta tanto embrionaria la expresión
del retorno de la vida, de la vida en viro eterno.
Había pasado 1995, 1996, 1997 y mediaba 1998: Tenía una amiga, una hermana. Vamos a llamarla “Lorraine”. Sí, en caída profunda barranco abajo las dos. Los nineties, sí. ¿Cómo sujetas a tu amiga, y ella a ti, si ninguna de las dos tiene el necesario equilibrio? Vomitar el corazón, la comida, los vínculos. Íbamos al Café 1905. Café que sólo muchos años después desapareció, y montaron en su lugar una franquicia sin historia, sin memoria y sin poesía.
Lorraine era excelsa poeta y escritora. Yo la quería muchísimo; una vez, sólo ésa, elogié sus botas nuevas: eran súper lindas. Estalló agresivamente. Me fui. Sabía que “no way”, ni ella ni yo ni nadie, estábamos para atrás como Generación. Tras haber sido elegida entre mil poetas (50 lo fuimos) y tras haber aceptado publicar un pequeño pasquín de la Ciudad de Buenos Aires (a través de Buenos Aires no duerme ‘98) me crucé con Lorraine en la puerta de la Facu. Le entregué el librito; creo haberle dicho: “Te lo regalo. Léelo”. Su segundo nombre era: Vanessa.
Vanessa
El matiz de la penumbra amortiguada en la piedra
se despliega irreverente azul-grisácea y muda.
El surco irregular bajo sumisa bruma
descalza a las figuras de su eco que resuena.
Humedad del reflejo que a los muros despeja
de las voces tendidas en estares de fuga.
Las cantinas invitan al resguardo sereno
de las noches en pleno -son guaridas ocultas-.
Y ella reía fuerte. Y callaba, mirando...
y reía más fuerte su estaticidad de volcán.
Fulguraban blanquecinas las lámparas del techo
y la cantina vibraba a la luz del ventanal.
Y ella se pensaba naufragando en los puertos
cuyos enseres plenos la vil matriz emplea
los hijos de una noche, de la vida sin cabos,
y de Cristos desvelados -tras crujientes puertas.
Y ella reía fuerte. Su fe y su fatiga
emplomadas junto a ella - sin contorno ni color.-
Y acepta el fuerte trago que el débil pulso arrea.
Y tras su ligereza sorbe el tiempo con limón.
Y fraguando los impulsos del instinto ralo
fracturando los pedazos de espacio y escondrijos
arrebata a sus penas su incólume acertijo...
un beso -así lo quiso- y “por favor, que sea otro trago”.
Ya de pie atisbando el relincho del deseo
mide estrechos cercos entre mesas y sillas
y mira las baldosas -amanteladas cuadrillas-
y apaga las cenizas presionando el cenicero.
Y el matiz de la penumbra amortiguada en el suelo
se despliega irreverente, e insinúa sin prisa
el peso paso orgánico -trapisonda y pitonisa-
y exaspera madrugadas de disrritmias y de acuerdos.
.....
Se levantan de un espasmo el colapso de los cuerpos
-ya se quiebra el momento de quietud recalcitrante-
Institutriz agreste de andares ajenos:
es tu puerto -anclaje eterno- arrebato de un instante.
Hablando de la historia de los árboles que afirman mi vida, las perspectivas, la incapacidad renuente de haber sido muy pesar de la primera mentira, del primer mal amor: del desvarío amoroso y el peor consejo en el momento inadecuado: Eso fue el amor para mí; fue un yerrar sin Norte, fue el desmembramiento de lo más caro de mi alma: Ese amor que no fue y que sólo por obra de Dios también dejó de ser.
Sin embargo, la Noche, Camila, hora tras hora escribiendo un Poema. El Génesis de cómo alguien que estaba ardientemente fulminada de amor estaba escribiendo que volvería a ser Quien Debiera. Y que de la provocada inexistencia y las torturas palaciegas en la Universidad, terminaría de la mejor manera muchos años después: Ella no era Unabomber. Para misericordia de muchos.
El Regreso debe ser leído como el Génesis de una muerte que tomó vida y las instancias vitales que condujeron a “encender juntos el farol”, cuando Camila regresa (cuando él regresa también). Pero es sólo eso: ambos encienden el farol. Eso es todo.
El Regreso
Fue así que del polvo al cuerpo transmigró...
fue la fuga disipada del centro certero
del árbol sin raíces, de la voz sin tono,
de registros sin calco, de pasados desvelos.
Fue cercenada fatiga montada tras la acera.
...alumbraban los faroles...-las canciones estridentes-...
encallados en la cera -( punto estanco el del ausente)...
Dibujados en la acera, la vidriera preparada
(Punto estanco el del ausente) -una imagen más que clara.
Y hubo puertos que ensoñando así las noches y los días,
no flanqueando las señales de la ecuestre mar en celo
ni el aroma de las sales; del laúd se profería
un acorde imprevisto: Punto Estanco el de los muertos.
Y la vida traspasó las carencias del pre-nombre.
De las pieles que los cuerpos han llamado.
Su figura que del polvo y del pre-nombre se han formado,
de los rítmicos balances sin la Cruz y sin Poniente.
Punto Estanco el de las venas que se henchían
-la violencia embarcada tras las huestes de sus sexos-.
Ausencia ocre de fatal alevosía
de aquel libro absorbido tras el mimbre de los dedos.
Y de la mano doliente; y de la Luz de Aquél que hoy
-otoño allá en la hacienda que se enciende-
como ramas en la puesta de la luz de aquel farol
ese otoño desterrando las carreras incipientes.
A la entraña de esos nombres, a las pieles,
a la vista observadora - la del perro cimarrón-
esa que se agudiza, clara, muestra, agota, vuelve;
se encarama a la salina gris de un pantalón
se encarama a las obtusas piernas que se pierden.
Y vuelve a las colinas de los ratos abrasivos
vuelve a las colinas del farol que el Facto enciende.
Vuelve, y esos lechos sin aletas y sin brazos
vuelve al centro -el retorno del hogar, columna indemne-.
Y azuzando los afluentes de ese río que nadó
nada el río, nada el fuego, nada el viento, nada el muelle.
Nada el sexo, nada el fuego tortuoso del pantalón
acusando a la fatiga de la seña ya creciente.
Vuelve.
Desaparecidos
tras el cierre del farol.
Vuelve.
Y lo encienden.
Viví muchos años en la provincia de La Rioja, Argentina. Recuerdo haber rendido una prueba para ver la posibilidad de ingresar a una escuela de Karate do para jóvenes saliendo de los 17. Pero la cabeza no funcaba. No entendía, no retenía la información: Podríamos decir que mi mente estaba quebrada, luego supe, de exilio. Y esas primeras lágrimas a las que no les di lugar fueron a las de nuestra despedida de México. Había llegado “¡la Democracia a la Argentina!!!” y en mi escuela, en Texcoco, nos despedían con una tristeza infinita. La música: la Marcha fúnebre de Chopin. Todo eso se tradujo en melancolía y la tristeza que después fueron imposibilidad, y la posibilidad cierta de expresión.
“Las Reas” habla de eso, del mecanismo interno de regeneración y repetición. Y de la soledad y el arte como finalidad creacional.
Camila, tras su escritorio empotrado contra la pared, escribe y escribe.
Las Reas
Una voz ajena, que es hilo de tanza
embriaga las ansias del roble penitente
el canto distinguido sobre árida pendiente
olvida y lleva a cuestas la piel de las andanzas.
Y a cuestas lleva, la displicente vista
del punto orgánico terroso
a la maraña oceánica
son tantas las promesas, y la carrera, incierta,
y el paso que despierta ya persigue y no desanda.
Y es en vibrante canto en que presencias lejanas
rasgan con fiereza la distancia ignota.
Sonríen ya ilusas, las reas encercadas
encallando en la piedra los rasgos de sus horas.
Se afincan trillados cascotes enjutos.
Se rozan con la bruma trozos de vanidades.
De aquellas carnes blandas que arguyen necedades
se lavan la sangre cuantiosa en su culpa ...
Las espuelas se clavan al relincho salvaje
de la libre cintura ensillada con fuego.
El galope del aire es escondrijo del vientre
que crece y se retuerce y baraja los miedos.
Y en renuente litigio,
las pezuñas marmóreas,
afianzan la bravura
de la pincelada al cuadro.
Pintan de hartazgo la estopa,
esas ilusas reas,
que deambulan por la arena,
y se herrumbran entre norias.
Y que esculpen con sus manos
la mirada brillante
el fragante elixir de los mares incestuosos...
y que surcan los espacios de la piedra caliza:
su andamiaje es, ya sin prisa,
la partida y el retorno.
Había un sillón de tres cuerpos en el living de casa. Yo, sentada, mirando fijamente un cuadro (Jaula y Frutas, de Vicente Forte), mi madre, angustiada e impotente. Nada había -qué-, sin embargo, lo fue todo. La SIDE estaba a cuadra y media de nuestro departamento en Belgrano R. El teléfono sonaba cada vez que yo entraba o salía. Levantaba el tubo: silencio atronador. O ponían música. O hacían algún ruido. Esta rutina llegaban a repetirla hasta 30 veces al día, entre 1995 y 2005. Artilugios miserables de gente miserable. Mi devolución hacia aquéllxs me libera:«Amados, no se venguen ustedes mismos, sino dejen lugar a la ira de Dios, porque está escrito: ‘Mía es la venganza, yo pagaré’, dice Jehová.« Romanos 12:19
La Espera
Un sillón de tres plazas que está junto a la pared.
Almohadones de encuentro en desorden extático.
Y sus finas capas de tela de entramados
con los bordes rasgados...
El sillón de tres plazas que permanece indemne
y chalecos de cuero respaldando su aplomo
inmutables cordones aseguran la guarda
enclavando su talla, abrigando el reposo.
Y solo voces solas llaman, salientes postreras
de la luz de la sala, del intacto recinto.
Son los cuadros del arte, de los tantos matices
que la grima del iris escudriña sin tino.
Y una marca de apego, una risa, el resabio
de enclíticas miradas... la garganta inquietante.
Una lucha en un muelle contra vientos tranquilos
y en la estera de pinos, la explanada brillante.
Retiemblan gruesos labios de alfalfa y de musgo
y el garrote –tenue látigo- azota bravío;
motín en las tranqueras –la manada salvaje-
y los fuelles azotando airosos molinos.
Diestras manos deciden, sin lujuria ni encono.
Diestras manos que arriendan aire henchido de bramidos.
En los círculos de doma las criaturas empolvadas
agitando agobiantes sales, vértigo y casquijos.
En el centro de la sala, estancadas las huertas.
A través de la sala, los andares esquivos.
Y una espera calma, no arremete ni intriga.
Es inercia, es fatiga... es espera y es tanta...
Y el reloj no se para. Es que tras las cortinas
esas voces que llaman, su certera premura...
y los ojos clavados como en tenue vigía
de una sala vacía, y un sillón, y pinturas.
Finalizamos con el poema que, probablemente, secundó al primero que expuse (“Rito y Retorno”). Hacía frío, el invierno asaltaba nuestros cuerpos. Mucho frío, más todavía porque él estaba muy muy lejos. Desequilibrada de amor (como estaba yo), en diagonal a él -en la calle frente a él- temblando -yo. Escalofríos. Cabello rubio, largo. (1998) Era yo.
Ése hombre que no fue, hoy es la síntesis perfecta de la Literatura de amor que jamás se concreta. Tan interesante como el viaje del Dante desde el Infierno y el Purgatorio al Paraíso (y Beatriz, por ejemplo, en el Canto III del Paraíso, en los versos 124 a 130 (edición de La Divina Comediade la Colección de La Nación por Editorial Planeta (2001); esa misma Beatriz que, hacia el final de la Commedia, rechaza el amor a Dante.
124.En tanto pude, la seguí mirando
mas de mi vista huyó rápidamente
126. y ésta volvióse a lo que estaba amando,
Y se clavó en Beatriz enteramente;
128. pero, al principio, soportar no pudo
mi mirada su aspecto refulgente;
130.Por eso quise hablar y quedé mudo.
Se me saltó un personaje de la tinta.
Decir, de la nada misma nada hay. Desde la desmemoria no hay memoria. Y desde la voz que comanda no hay disidencia posible. Se militaba en los ’90 la “teoría de los rumores”. La misma que los servicios usan para destruir la dignidad de las personas.
La siguiente es una construcción poética, bella y más aún por el frío y la soledad atravesando el cuerpo, decir: un solo don. El don de haber amado un musso que fue eso: sólo una construcción poética.
Ellos
Alguien se retrajo al mirarla de cerca.
No pensaba ni creía.
Las gotas transmigraban en la esencia del viento
azotes turbulentos de miradas sombrías.
Alguien -se diría- que al mirarla de cerca
cualquiera en un momento, impronta de un lugar,
afirmaría al irrupto infrigir de su hombría
las salidas tardías del intenso temporal.
No faltaban al mármol de su aire impetuoso
promiscuos laberintos de tierra y de fuego;
elemento del agua, que viva fluye y corre,
elemento del tiempo que fracciona el regreso.
No buscaba ya riñas a los alrededores
flanqueaban sus orillas ardides austeros,
referentes de olvido que en edades tempranas...
desvarío casual de los giros eternos.
La miraba de cerca -como entonces decía-
penetrando un submundo de compuertas abiertas
los detalles del cuerpo asomaban al aire
y la vista y sus manos aguardaban serenas.
Y el arrojo del tacto en su cuello despierto
y el placer de unos besos en la oscuridad
y la lluvia insinuante elevando sus rostros:
dos efigies, dos monstruos, dos llamados a amar.
Las antiguas liturgias de los centros lejanos
los constantes desdeños a los mitos de entonces
las insignes victorias de los retos velados:
cotidianos andamios despojados de voces.
Con las horas, el estío -reposo de lluvia-
brilló, al brillar la primera madrugada.
Ellos dialogaban. No había voz. No había rezos.
Ellos eran dos. Eran uno. Eran todo. Eran nada.
(Estos poemas forman parte del libro Escenarios: De Rito y Retorno a Postmodern, por Camila Ossorio Domecq, publicado en 2005 por la Editorial Hespérides, de La Plata, Buenos Aires, Argentina.)
Camila Ossorio Domecq, poeta, periodista. Se recibió de Licenciada en Letras en el año 2003. Nació en México. También nació en la Argentina.
