Miguel Hernández es un caso muy singular en la poesía contemporánea mundial.
Prisionero político del franquismo, en su celda, aislado del mundo, tenía, aparte de su amor por la libertad, un amor mayor: la poesía. Careciendo de papel y pluma, se rompió las venas y en las paredes de su celda escribió sus versos. En ese lugar murió este bardo que es –injustamente- como una sombra de los otros grandes poetas de la España del siglo veinte.
_a su memoria
Además puedo hacer con mi sangre
lo que se me venga en vena
si quiero mojo en ella mis dedos
y escribo sobre las paredes
poemas rojos
no en la cárcel como un poeta español
no en vano como un poeta argentino
cuando puedo me hago cómplice
del revoque que desgrana el encierro
van en mezcla una de cal
y una de olvido
la arena es verbo reservado a los relojes
¿y el vidrio?
hay un tic tac de añicos
que juzga la memoria
que se puede recordar
y qué dejar a pudrirse
si quiero vuelvo con lo mismo
en una tempestad de rincones
lo que se me venga en geografía
con una brújula de único tajo.
Daniel Quintero, poeta.
