Flavio Crescenzi: «El amor loco: una propuesta surrealista»

«Está claro que Breton supo entrever en el concepto de amor burgués una hipertrofia del egoísmo personal promovido desde siempre por el capitalismo. Como contrapartida, propuso el amor loco, el amor único, un amor capaz de romper con todas las barreras impuestas por la sociedad, y de hacer del ser amado, del “otro”, el resumen de un mundo donde es posible extraviarse».

Indudablemente, el amor ocupó un lugar privilegiado en el ideario surrealista. Para Breton y su grupo, este sentimiento era una fuerza única, maravillosa, capaz de pulverizar las vetustas estructuras de la sociedad, arrastrando a quienes tuvieran la fortuna de experimentarlo hacia territorios inexplorados, totalmente alejados de la vigilancia de la moral y la razón. Sin embargo, para que el amor adquiriera este carácter revolucionario, primero debía liberarse de sus históricas cadenas. Así lo explicaba André Breton: «No niego que el amor tenga disputas con la vida; afirmo que aquél debe vencer y por eso elevarse a una conciencia poética tal de sí mismo que todo lo que encuentre necesariamente hostil se funda en la hoguera de su propia gloria»[1].

Producto de estas reflexiones es El amor loco, libro publicado por Breton en 1937. Este texto, mezcla de crónica, ensayo y poema en prosa, indaga en los misterios del amor que, lejos de cerrarse sobre sí mismos, operan como un crisol capaz de iluminar correspondencias inéditas. Del mismo modo, expone una visión subversiva del erotismo, entendiéndolo no ya como un arma política, sino como el vislumbre de una armonía regida por un principio analógico, matemático y musical que, no obstante, pone en tela de juicio tanto las convenciones y premisas de la sociedad burguesa como las formas de conocimiento por ella defendidas. Aunque Breton reconocía en el erotismo su lado de sombra, nunca quiso explorar esa vertiente, ya que siempre experimentó un incontenible respeto por la irreductibilidad del «otro», respeto que se cristalizó en la poética idea del amor único. Así es como, al convertir a la mujer en el pan nutricio de todos los días, en el alfa y omega de todas las búsquedas, el surrealismo le devuelve al amor su fuerza revolucionaria, liberando al hombre de la atávica oposición entre Eros y Tánatos. Compartimos un fragmento:

El error social, que no podría ser remediado sino por la destrucción de las mismas bases económicas de la sociedad vigente, se debe al hecho de que la elección inicial del amor, no permitida realmente más que dentro de su tendencia excepcional a imponerse, se desarrolla en una atmósfera de no elección, completamente hostil a su triunfo. […] Pero a este amor, portador de las más grandes esperanzas traducidas en arte desde hace siglos, no veo qué ha de impedirle vencer en condiciones de vida renovadas. El error moral, que juntamente con el anterior, conducen a representar al amor, en su vivencia, como un fenómeno de declinación, reside en la incapacidad que tiene un gran número de hombres para liberarse en el amor de toda preocupación extraña al mismo, de todo recelo como de toda duda, del miedo a exponerse sin defensa a la mirada fulminante del dios. […]  A nada mejor se puede uno dedicar que a la tarea de salvar al amor de este resabio, que no lo tiene, por ejemplo, la poesía. Un tal propósito no podrá ser cumplido por entero mientras en el concepto universal no se haya condenado la enorme idea cristiana del pecado. Nunca existió el fruto prohibido. La tentación es por sí divina. Sentir la necesidad de cambiar de objeto de esta tentación, de reemplazarlo por otros, es confesar que se desmerece, que ya se ha desmerecido la inocencia. La inocencia en el sentido de culpabilidad absoluta. Si verdaderamente la elección ha sido libre, no se puede, bajo ningún pretexto, concebir de quien la hizo el renunciarla. La culpabilidad está ahí y no en otra parte.  Rechazo el argumento de hábito, de hastío. El amor recíproco, tal como yo lo considero, es un dispositivo de espejos que me devuelve en mil ángulos lo desconocido que puede presentarse en mí, la imagen fiel de la amada, siempre más asombrosa en la adivinación de mi propio deseo y más iluminada de vida.[2]

Está claro que Breton supo entrever en el concepto de amor burgués una hipertrofia del egoísmo personal promovido desde siempre por el capitalismo. Como contrapartida, propuso el amor loco, el amor único, un amor capaz de romper con todas las barreras impuestas por la sociedad, y de hacer del ser amado, del «otro», el resumen de un mundo donde es posible extraviarse. Esta idea del amor tiene sus orígenes en el llamado amor cortés de los siglos XI, XII y XIII, en él encontraremos varias de las características defendidas por el surrealismo, mismas que, por cierto, lo diferencian del amor romántico.[3] Pero no todo es teoría en El amor loco. Al igual que en Nadja, en este libro podemos asistir la historia del encuentro fortuito con una mujer: Jacqueline Lamba.

Breton conoció a la joven en el café de la Place Blanche, el 29 de mayo de 1934. Jacqueline era catorce años más joven que él, huérfana y con pretensiones de artista plástica. Dueña de una escandalosa belleza, para ganarse la vida, trabajaba en una suerte de teatro de revista en el que llevaba a cabo un espectáculo consistente en nadar medio desnuda dentro de un gran acuario de cristal, sí, como una nereida. Ese doble carácter de nereida y mujer-niña atrajo irresistiblemente al poeta. Por un lado, la imagen de nereida (como la de toda ninfa) le remitía a la de femme fatale; pero, por el otro, el carácter de huérfana adolescente, a la imagen de la mujer-niña, de la «juventud eterna», de la inocencia. Tiempo después de su primer encuentro, Breton llegó a la conclusión de que este había sido «predestinado» en un poema que escribió en 1923 (once años antes), lo que le permitió poner en evidencia el vínculo del amor loco con otras ideas fuerza del movimiento surrealista, como lo eran, por ejemplo, lo insólito, la magia cotidiana y el azar objetivo. Jacqueline Lamba y André Breton contrajeron matrimonio en el verano de 1934, a escasos meses de haberse conocido. En diciembre de 1935 nació su hija Aube, a quien le dedica la frase con la que cierra el libro: «Te deseo que seas locamente amada». En 1942, pese a la sugestiva e incandescente fuerza de esta prédica, Lamba y Breton se separaron.

El amor loco, expresión redundante si se quiere, pervive en el imaginario colectivo como una de las caras más refinadas de la utopía y como un plus ultra respecto del tan vapuleado concepto de erotismo. En una época en la cual los vínculos se miden y sopesan con una frialdad digna de cirujanos u operadores bursátiles, el amor parecería ser la única apuesta segura para cualquier ser humano, aun cuando, al hacerla, este corra el riesgo de caer en la locura.

[1] André Breton. El amor loco, Madrid, Alianza Editorial, 2008.
[2] André Breton.Óp. cit.
[3] El amor cortés implicaba sobre todo una entronización de la amada, y sus seguidores eran conscientes de ello, por lo que aceptaban ese vasallaje sin reparos, pues no había honra mayor que pertenecer a esa minoría incomprendida y selecta. Esto quizá se deba a que los moldes caballerescos (es decir, cortesanos) cargaban con una tensión erótica insoslayable, producto de las rígidas convenciones de la época. Sin embargo, el cortejo amatorio no tenía nada de sumiso. De hecho, se caracterizaba por una estudiada y disciplinada espectacularidad. El propio Johan Huizinga (El otoño de la Edad Media, Madrid, Alianza Editorial, 1978) comentaba al respecto: «… en lugar del moderno afán de ocultar y borrar las relaciones íntimas, impera la tendencia a convertirlas en fórmula y espectáculo para los demás». Esta suerte de exhibicionismo controlado evidencia un modelo conceptual menos respaldado por el eros que por el logos: no hay amor posible sin testigos, no hay amor posible si no hay público.


Flavio Crescenzi, poeta, ensayista, asesor linguístico y literario nacido en Córdoba (1973). Ha publicado libros y escritos en diversos medios.
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