…”yo tengo tantos hermanos que no los puedo contar y una hermana muy hermosa que se llama libertad”
Canción “Los hermanos” de Atahualpa Yupanqui
La inmensidad de los lazos, la fraternidad y el sentido de comunidad lleva al gran poeta y músico a privilegiar un lazo que tiene un valor supremo, un ideal común: la palabra libertad.
¿Qué valor tienen las palabras en nuestra época?
¿Qué papel tienen? ¿Qué lugar ocupan hoy día?
Vivimos en un mundo donde prevalecen las imágenes en las innumerables pantallas sumado a la hiperconectividad y a un estado de inmediatez urgente. La palabra ha quedado recortada a su mínima expresión o reemplazada a diario por emojis o emoticones.
Bastardeada y devaluada, cada uno suele usarla a su gusto y antojo. Hoy se dice una cosa y mañana otra. Cada uno le da el significado que prefiere, a la medida de sus creencias, algunas veces hasta delirantes.
Coincido con lo que señala Esther Díaz en su artículo “La ambigüedad de la libertad” en Página 12. “Asistimos a una riesgosa polisemia de la palabra libertad, corregida y aumentada por una praxis política que instrumenta equívocos para seguir hegemonizando poder” y…. sólo “imponen libertad de mercado y clausuran la libertad de gozar de los derechos básicos”.
Vivimos tiempos donde la libertad esta presa del mercado. ¡Qué contradicción!
¿Una libertad presa? Atrapada en la lógica del mercado y del consumo.
Me pregunto ¿Libertad de mercado o privilegios de unos pocos en detrimento de una mayoría con derechos más limitados y con condiciones más serviles?
Eric Sadin en su libro “La era del individuo tirano” titula ficción fundadora al recorrido que realiza sobre el origen del individualismo liberal. Cita a John Locke: “la libertad natural del hombre consiste en no reconocer ningún poder soberano sobre la Tierra, y en no estar atado a la voluntad o a la autoridad legislativa de nada”.
Sadin señala que .. “el proceso de individuación, en su origen surgido de un espíritu humanista que se suponía animado por un espíritu de libertad y armonía, se confundió con la búsqueda institucional del beneficio, porque lo que se produjo fue una competencia cada vez más encarnizada entre los seres humanos, la expresión desenfrenada de los intereses particulares, la generalización de injusticias escandalosas y de condiciones de trabajo envilecedoras”. Con el tiempo se fue constituyendo progresivamente un nuevo ethos individual. Hoy estamos, para este escritor y filósofo francés, en la era del individuo tirano. El entrecruzamiento entre la supuesta horizontalidad de las redes y el desencadenamiento de las lógicas neoliberales han llevado a una representación inflada de uno mismo con un desprecio por lo común, por los lazos.
Con Freud
El término libertad no es un concepto psicoanalítico, pero hay varias referencias al tema. Tomo una, en el magnífico texto El Malestar en la cultura. S. Freud aborda la cuestión cuando contrapone el poder de la comunidad como derecho, al poder del individuo. Se establecen entonces el orden jurídico y la justicia para asegurar que la comunidad esté por encima de las satisfacciones individuales.
Destaco el siguiente párrafo que tiene una actualidad asombrosa “…Lo que en una comunidad humana se agita como esfuerzo libertario puede ser la rebelión contra una injusticia vigente, en cuyo caso favorecerá un ulterior desarrollo de la cultura, será conciliable con ésta. Pero también puede provenir del resto de la personalidad originaria, un resto no domeñado por la cultura, y convertirse de ese modo en base para la hostilidad hacia esta última. El esfuerzo libertario se dirige entonces contra determinadas formas y exigencias de la cultura, o contra ella en general”.
Con Lacan
En el Seminario 3 Las Psicosis Lacan aborda el tema de la libertad desde una posición crítica. Considera que el discurso de la libertad se articula, en el fondo de cada quien, representando cierto derecho del individuo a la autonomía.
El hombre moderno afirma su independencia en relación a todo amo, profesando una autonomía irreductible como existencia individual. Agrega “es algo que merece compararse punto por punto con un discurso delirante”. Es una creencia sobre sí, una identidad de sí, que no pasaría por el Otro. Es la locura de creerse libre, que puede llevar al desvarío.
Vuelvo a lo que escribí en un artículo anterior de la revista, número Locuras, para entender la diferencia entre individuo y sujeto. La constitución subjetiva se juega en el campo del Otro. Se adviene sujeto a través de los significantes del Otro, las marcas del Otro y esa primera marca simbólica, momento mítico, produce al sujeto en tanto dividido. Tenemos entonces, en la primera enseñanza de Lacan que esa primera marca es la del significante y en su última enseñanza, la marca del encuentro está ligada a una experiencia de goce, un acontecimiento de valor traumático.
Por otro lado el término individuo significa no dividido, nos remite a lo Uno de la unidad, la unidad yoica. El yo se cree dueño de lo que dice, piensa que tiene un dominio y control sobre aquello. El yo es pura ilusión. Algo puede llevar a quebrarse cuando aparecen síntomas desconocidos o pensamientos extraños para su modo de vivir. Pruebas de la existencia del inconsciente que, en el mejor de los casos, pueden comenzar a afectar a un sujeto.
Nuestra época se caracteriza por la caída del Otro. ¿Qué pasa con la identificación sin el Otro, qué nos queda?”. Nos encontramos con respuestas individualistas que tienen como antecedentes al self– made man, un sujeto sin referencias. Como la viñeta de aquel artículo que cité, donde el paciente dice: “Yo me hice solo, no dependo de nadie, yo dependo de mi”. Yo soy lo que yo digo, desconociendo las marcas del Otro. En las modalidades clínicas actuales podemos encontrarnos con individuos con un narcisismo exacerbado o con sujetos perdidos, angustiados, desamarrados.
Por último, es importante ubicar al psicoanálisis en este contexto. Vuelvo al seminario 3 Las Psicosis donde de manera muy clara Lacan nos dice:
“El psicoanálisis nunca se coloca en el plano del discurso de la libertad, aunque éste esté siempre presente, sea constante en el discurso de cada quien, con sus contradicciones y sus discordancias, personal a la vez que común y siempre, imperceptiblemente o no, delirante. El psicoanálisis pone la mira sobre el efecto del discurso en el interior del sujeto, en otro lugar”.
Graciela Abrevaya, psicoanalista, lic. en psicología, integrante del Círculo de Carteles Conurbano sur de la Escuela de la Orientación Lacaniana.
