Del grito al llamado -y cierto envés-
I-
Al nacer, cada humano adviene a un mundo “Otro” de representaciones y deseos, red que lo precede y recibe, donde habrá de tamizarse e inscribirse.
Luego, que el grito se genere con anterioridad a la articulación de la palabra hablada, no obliga a concebirlo fuera del Lenguaje. Quizás por ello estudiosos del tema sostengan percibir diferencias tonales ya en los primeros gritos de los bebés, solidarias al idioma/jerga que los acuna.
Aún, postulemos la existencia del grito en bruto. Pura secreción del organismo, no se dirige a nadie…
Es la presencia del Otro, el acuse de recibo del Otro inicial –al que también suele denominarse “Madre” por el personaje que acostumbra oficiarlo-[i], lo que convierte al grito en llamado.
Las implicancias de tal metamorfosis, que perpetra la transformación de un “trozo de realidad” -el grito- en “significante”, son cruciales.
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Desde otro enfoque, es el grito lo que crea al Otro, al llamarlo.
Pero ante el grito, la recepción, la respuesta del Otro, resulta decisiva en varias dimensiones.
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(Hay allí una lógica que Lacan también expone a propósito de “el poder discrecional del oyente”, pues es éste quien decide si escucha –o no- y cómo lo hace, condicionando la experiencia analítica.
¿Qué hizo Freud en la fundación del Psicoanálisis, del sujeto del inconciente, sino interpretar peculiarmente el cortocircuito de ese trozo de realidad –el grito del síntoma- cual rasgo significante?)
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Del lado del Otro de la madre, el grito del hijo despierta cierto “¡Sos vos!”[ii], consumando un reconocimiento de la existencia e identidad del “sujeto” –de que hay alguien allí y no cualquiera-.
Se conocen los devaneos de la madre para saber qué catzo quiere decir ese grito. Y conviene que ella advierta que significa lo que significa y también otra cosa –que abra el espacio del “deseo” más allá de la “demanda”-…
Más ello ya entraña que el grito no es mera secreción orgánica, pues significa algo/alguien.
II-
En primera instancia el niño aparece como objeto, casi cual pequeña cosa erótica viva, cuerpo gozado por el otro materno.
Precisamente entonces, hace a la humanidad del niño que pase a ser “interpretado” por el Otro –al inicio por la madre, y desde muy temprano por el inconciente-.
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El grito agujerea al Otro, cava en la colcha de significantes/significaciones que esperan/cubren al nacido, un hueco para el lugar vacío del sujeto; una “x” que interroga/interpela al Otro, convocando en él una interpretación como respuesta; abriendo el «¿Che voi/Qué me quiere?» que viene del Otro materno.
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Ligado a ese interpretar la significación del grito, la clínica constata –en un arco que incluye desde angustias puntuales en la “psicopatología cotidiana” de la maternidad hasta “psicosis posparto”- que aun cuando el hijo vaya al lugar de la “falta” del Otro (de la madre), dicha “ecuación simbólica/fálica” no es sin tropiezos, también porque el niño surge como un “real” que desborda…
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Tal condición de interpretado es requisito para que el niño se posicione a su vez como “intérprete”.
A él le toca interpretar el Lenguaje que lo baña –los significantes, y en particular los intervalos-; las palabras del Otro, sus contradicciones y silencios. Las idas y venidas de la madre, la demanda y en particular la “castración” –la falta-, el misterioso «deseo del Otro».
Proceso constitutivo conceptualizado por Freud entre el “Fort-da” y el “Complejo de Edipo”, que por la intervención del “Padre” se estabiliza –no sin “resto”- como “significación fálica”, en lo que Lacan articuló cual “Metáfora paterna”.
III-
Retomemos:
El grito precipita en el Otro inicial una respuesta, un significante (S2) que, «retroactivamente», vuelve al grito, llamado, interpelación. Haciendo a la vez emerger al sujeto –donde antes había ausencia-, al mutar el grito en significante, significante (S1) que «representa» al sujeto[iii].
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Si en cierta perspectiva es el (grito del) sujeto quien descompleta –le hace falta- al Otro, el Otro no se erige como Uno/Todo. Dice, pero no dice todo el sujeto.
Es porque ningún significante logra decir exhaustivamente, que aquí volvemos a encontrar de otro modo el término “llamado” en Lacan, al reiterar que S1 “llama” a S2…
Entonces el sujeto se sitúa dividido entre S1 y S2, entre-dicho en la cadena significante, en la falta del Otro, “en menos”; faltando en el Otro donde habita pero no termina de “ser” –y donde por eso pretende distinguirse-.
Ahora bien. Cuando el sujeto se instituye y representa en el Otro que lo divide, se produce a la vez como resto/falta/goce, el “objeto a”[iv].
Ubicándose así los constitutivos y complementos (del sujeto) de la “falta en ser”: S1 y a.
IV-
Estando en juego el ser del sujeto, no se trata del palabrerío profuso, del Otro como conjunto de significantes y significaciones “generales” que también chamuyan al nacido. Sino de aquellas palabras que marcan huella; que aun dichos del Otro a este lo descompletan; pues valen solo y tajantemente para el sujeto, al que atañen en verdad.
Se trata del “representante representativo”, del “significante primero”[v]. De ese manojo de significantes que por su inscripción, comandan desde el inconciente la singularidad radical del sujeto, al borde de la determinación del hado, del eco de un destino…
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El recorrido de cada análisis permite develarlos en sus retoños tras la barra de la represión, descifrarlos en tanto que letras sin sentido, y su lectura –que, se verifica, no es sin consecuencias- hacer algo con ellos.
En esa vía, la “interpretación analítica” por un lado responde al “en menos” del sujeto con cierto “uno en más”, cuyo enigma lo nombra (en la vital herida absurda). Y por otro opera en la hiancia entre S1 y S2, corta la cadena significante al filo de S1 y a –va al hueso descompletando al Otro, abriendo el deseo, mordiendo el goce-.
[i] De allí que se hable de “Lengua materna”.
[ii] Cuando eso no sucede las consecuencias son fatales… Es el caso sindicado como “síndrome de hospitalismo”. Las necesidades orgánicas pueden satisfacerse con acciones materiales, incluso ajustadas al saber médico/científico. Pero el ser humano requiere para vivir, la intervención de un o/Otro que lo ame a él, que interprete las manifestaciones del sujeto desde un deseo no-anónimo.
[iii] Análogamente a cuando Lacan aborda esta instancia cual “Identificación (primaria)/Ideal”, surgen aquí vaivenes respecto al uso de los índices 1 y 2. Aclaremos. En tanto que significante, es del Otro, y por ende S2. Pero es S1 en su función de letra/marca nominativa del sujeto, al operar como significante (S1) que representa al sujeto… -para otro significante (S2)-. Más tarde incluso llegará a plantear un enjambre de S1 sin lazo con el Otro, con S2.
[iv] Aquí nos referimos tanto a la «causa del deseo», como al «plus de goce».
[v] “Lo dicho primero decreta, legisla, ‘aforiza’, es oráculo, confiere al otro real su oscura autoridad” –afirma Lacan en Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconciente freudiano.
Bibliografía específica:
Freud, La interpretación de los sueños
Lacan, Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconciente freudiano
Miller, Los signos del goce
Miguel Ángel Rodríguez, psicoanalista, escritor.
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