Fondo Musical: https://www.youtube.com/watch?v=EbHGS_bVkXY
“De todos los malditos gusanos, sigues siendo el más repugnante de todos”.
La sonrisa, aunque extraña, era dibujada en los labios de una figura engañosa que dormitaba.
Reflexionó unos instantes. Sus almas se hallaban atrapadas en un paraíso repleto de nocturnas amadas; su corporeidad yacía inerte sobre lo que parecía ser un altar de sagrada hermosura, construido por seres antiguos, extintos hacia muchísimos años atrás. Todos y cada uno de los elementos desiguales del ambiente tallado en obsidiana. Contemplaba su templo o lo que era mejor, su prisión, desde un lugar apartado.
De cualquier modo ello le causó gracia. Allí se encontraba.
Una carcajada espectral y profunda llena de locura restalló desde el interior de su ser. Penetró, engalanó, horadó cada película diminuta; odiaba aquel templo pero el mismo le prestaba como lecho. Aquel cuerpo siquiera había movido un poco sus dedos. Ningún sonido manaba de sus labios sellados, cosidos; mucho menos de un ser como el guardián de los secretos que menos se explicaban. Esos de su mundo, universo o lo que fuera; era uno de ellos.
¿Cómo era posible que pudiera contorsionarse a sí mismo? La mayor parte de sus almas, debían descansar en su caparazón. ¿Se había librado de él? La respuesta era obvia. Él mismo lo provocaba todo en otro universo palpable y eso era otro asunto.
La brisa que despedía un aroma a rosas, rozaba su rostro; lo despeinaba, su cabello con gracilidad inevitable como si alguien tierno le hiciera el amor a sus mejillas, al puente de su nariz, al orgullo de sus cejas. Ese que le acompañaba desde tiempos antiquísimos. Como una memoria que debía rescatar de manera recurrente.
Sentía como cada una de las partes de su anatomía, esa imposible de describir con palabras, se conectaba, así también la sangre de matices siderales que recorría cada vena y alimentaba a cada órgano de sus principados monstruosos. El poder retornaba a su lugar de origen. Entonces inhaló un sonoro suspiro; el último que tomaría su cuerpo; se alojaría en su millar de pulmones y le permitiría su resucitación a la vida, a la aurora boreal de sus sueños de entidades primigenias. Su letargo acababa.
Tanto los recuerdos de su niñez, cuando era larva, como los de su adolescencia cuando estuvo dentro de la crisálida reaparecieron con fugaz gala; en su mente inexplorable era degradada como una pintura sobre el lienzo de su génesis. Porque ellos eran dueños de una velocidad asombrosa y terrible. Movimientos que no habrían podido ser percibidos por ojos mortales.
“Y esta es mi sentencia, Adaelhen, Bozquiñolonsin (Como quien ha retornado al principio)”.
Frase tan dulce era dirigida a la silueta de una niña, diseñada por cada milímetro de sus ahora perturbados pensamientos. El recuerdo volvía a invadirlo, le abrazaba con la más cruda de sus intenciones territoriales. Casi lo vivían en carne de su carne, sangre de su sangre, devota, austera y maciza como un alabeo musical; el capítulo más oscuro de su existencia. La recopilación estaba a punto de culminar en ese culmen de halos dorados.
Tanto los recuerdos de su niñez, como los de su adolescencia reaparecieron como fragmentos de pálida plata. Era asombrosa su resistencia; mente, cuerpo y corazón inexplorado; eran imposible de ser seguidos por ojos mortales. Selló sus ojos como una furia contenida, gesto, mueca, reliquia de encrucijadas que no destruyó a la pequeña e inocente criatura. Esa que lo contemplaba en sus recuerdos con la eterna e inacabada frialdad que adornaba ese delicado rostro infantil.
Ella era un fuego oscuro como una noche sin estrellas. Esencia poderosa que se adueñaba de su ser infinito; destruía, engullía, horadaba a la preciosa imagen al tiempo que era encerrada en el baúl de sus más aterradores secretos. De algún modo le había salvado pero el dolor entretejía todas sus redes en torno a él.
“Contrólate. De haber despertado lo sabrían”.
Una voz grave y dura provocó que las paredes vibraran como respuesta. Podía sentirse a sí mismo como un caminante de estrellas del inevitable gen del cielo. Oyó como una exclamación de miedo y terror manaba del jolgorio de su garganta y de la figura que atravesó con absoluto cuidado la estancia dividida. Reptó la escalinata hasta el altar, arrodillándose con una inclinación de sus cabezas como temor y respeto. Le dedicaba una reverencia, venia o lo que fuera; era dirigida a él.
Las almas no pudieron contemplar el rostro, pues algo o alguien más le cubría; su rostro quedaba cobijado al arropo del anonimato prudencial. Un delgado y extenso rizo matiz borgoña salía a la luz con naturalidad; él sonrió y de ese modo comprendió que las entidades femeninas, hembras de esa raza de servidumbre, se prestaban a ese tipo de hazañas. La hembra recitaba una plegaría, con una voz que apenas y podía escudarse; se escuchaba como un malnacido eco. Confirmó su teoría, cuando unas largas uñas se posaron en la superficie de obsidiana del altar.
La hembra recitaba su plegaría como si con eso trajese el altar de todos los seres que, como él, aguardaban en sus templos escritos y erigidos por las entidades conscientes que habían edificado imperios de carne, como de entidades que pudieron haberlos gobernado en espacios naturales. A él le fascinó escucharla, por la delicadeza de sus actos. Podía escucharla y paladear el sabor de sus labios contra lo moribundo de su efigie durmiente y perpetua.
Tras haberse levantado, aquella alma se impactó; la mujer poseía una efigie de mujer niña, niña mujer. Era como un rosal azul al amparo del invierno inclemente. Divisó su corazón de gallarda pureza, su castidad le ahogó por unos momentos pero ante su ser, de invisible envergadura, ella parecía ser una niña con poco tiempo de transcurrido su triunfo por el universo. La joven buscó una daga de doce centímetros (12 cm) entre el abrigo del regente que custodiaba al durmiente con presteza y dedicación, pese a que ninguno de ellos podía moverse. La hoja era bruna y de doble filo, como si la luna hubiera besado una de las partes de ese instrumento de mortandad. Ah, la conocía bien, Bazhinlio, esa era Sueño Noche y la tenía frente a él. La daga, que según las leyendas había captado el augurio de más de setecientas criaturas en un solo destello, ese arraigado a la suerte de las mareas de los tres tiempos.
Las extremidades de la niña mujer, la mujer niña tomaron la daga, Sueño Noche, que brillaba con una empoderada luminaria. Los labios de ella besaron su hoja impregnándole del dulce aroma de sus mandarinas y naranjas. La joven levantó, por encima de sus trece cabezas el arma, conforme le observaba y, entonces y sólo entonces, procedió a transcribir la plegaría que antes habría susurrado en idioma innarrable en la desnudez de esa criatura que era apenas arropada por los cuarzos que mantenían a su tumba dormida. Esas almas que lo percibían todo.
Los signos fueron escritos en su piel con fuerza. Lo necesitaban de regreso, sin duda en secreto, fuera tomado o no como amenaza por los más más ancianos; a pesar que él era más antiguo que la imaginación misma del pensamiento. Cabriolaron las tiernas marcas que quedaron impresas en su carne de pedregales concisos y la sangre de tintes significativos chorreaba del instrumento. Retenida por garras que delinearon las Aeyis (Portales) y los Elyeos (Estigmas) temblorosos. Los Uísis (Coronas), las Ilais Meligalúsd (Tenuras del provenir).
Una lágrima cristalina nació en los ojos de la aparecida, justo en el momento en que ella caía de rodillas y la daga resbalaba hasta posarse en su regazo. Vivió la lágrima en su mejilla y murió en sus labios. Nada ocurría. Las palabras impresas pero nada ocurrió.
“Me he equivocado”.
Pensó la hembra que admiraba con respeto al macho que no debía contar en su físico, o lo que se llamaba físico, acompañado por veintitrés medias lunas. Era tan hermoso y terrible; el príncipe que según las leyendas había vivido entre parajes de principios y fines que ansiaba con poder acariciar ese rostro duro e inexpresivo. El rostro de una ensoñación descarada.
“El ritual. No hay respuesta. ¿Por qué?”.
La daga manchaba de líquido vitae su vestimenta. El tiempo del tiempo, del tiempo, del tiempo se forjó entre sus brazos con una lentitud perenne para que ella entrelazara sus garras, dispuesta a esperar todo lo que fuera necesario. Entonces y sólo entonces, el rugido de una bestia ancestral cortó el tiempo y el espacio prudencial.
“¿Cuánto tiempo?”.
Fue preciso para él saberlo. Pensó, pensó y pensó; le era preciso saberlo. La respiración de su ser se tornó corta y apacible, y agitada con repentina carga agonizante. Ella era hermosa para quién pudiera escucharla sollozante; era como una tormenta que avanzaba. Escarbaba y traía consigo todas las desgracias y también las glorias más amadas. De lágrimas innombrables. Se desataba y golpeaba con la dulzura de cantos. Azotaba el silencio, con dureza y rectitud, esa melodía era tan profunda como un océano abismal; infinito; imposible de ser invadido. Las paredes vibraron. Respondieron a cada gesto que clamó en el silencio inaudito, territorial. Un delicado temblor coronó los vestigios del templo; el suelo se partió en dos; paredes intactas esperaban el siguiente reconocimiento de su poder; que apenas despertaba.
“Mi letargo rebasa los quince millones de años. Es intenso este despertar. Puedo percibirlo todo. Versan mis labios la Mahar (La Vida) que anda presta a resguardarse en esta princesa; esta doncella de trapo y huesos. ¿Cuál es tu nombre?”.
Murmuró ante la mudez de la pequeña hembra y, en su andar, un granito de arena cayó sobre esa marcada piel, sin dejar rastro de cómo le había absorbido.
“Indil”.
Ella coronó los labios de él con lo etéreo de una sonrisa; esa que no lograría perecer ahora que la tomaba como su consorte tras un despertar; inexplicable; absoluto. Ella era un obsequio del dios del bosque que la había elegido para ser la madre de sus crías; ella sería su consciencia. Su voz, su todo, en ese gutural universo.
(Texto elaborado en papel en el año de 2003 y rescatado y transcrito en digital el 13/04/2025)
Vanessa Nataly Sosa Vargas, escritora, Historiadora del Arte (2018) egresada de la Universidad de Los Andes. Nacida en Mérida, Venezuela (1986).
@sinfonia.universal8 @SinfonaUnivers1
Blog: https://elcantardelaimaginacion.blogspot.com/
