Zoe Gauna: «El alienista y su teatro de la locura»

Otra vez en el psiquiátrico Santa Lucia reinaba el teatro de los locos. Descríbase la escena de la siguiente manera; un verdadero demente reconocido como un respetable doctor, un periodista que para denunciar el estado de los pacientes con problemas mentales se infiltró como uno, y agachado en cuclillas en el suelo había un verdadero paciente al que trataban de loco.

El doctor R. tenía sangre seca pegada en su cuello, durante el día se comportaba como un caballero amable, siempre pulcro y con la barbilla afeitada, pero ante los enfermos y la pobre Laika, era el demonio personificado.

La perra se ocultaba debajo de la cama, temblorosa. Debo recalcar que no se debe olvidar la presencia de Laika, testigo clave de los hechos que tuvieron lugar hace unos veinte años.

Vicente Artaud, el paciente cuerdo, tenía la manía de tragarse la pintura. Sin embargo, se trataba de un prolífico artista, y odiaba con toda su alma al doctor R., llamándolo “loco suelto”, y condenando de injusta su situación porque le impedían pintar.

—No perjudico a nadie, pero usted es un ninfómano. El mundo está loco y a los cuerdos nos marginan—, gritaba y su voz gutural se perdía hasta donde pasaban los transeúntes en las casas de glicinas, pero el pedido de auxilio era en vano. Mientras el doctor R. con sadismo preparaba la terapia de electroshocks, sumamente confiado, nunca creyó que el periodista Paulino preparaba su escape.

Pero este último no pudo resistir el contradecir en varias ocasiones al doctor R., dado que era un hombrecillo detestable. De la altura de un tal Napoleón, se pavoneaba como un pavo real por la sala, pisaba las manos de los enfermos hacinados, pobre gente, idiotizados por las drogas que les obligaban a tomar.

Y en los fines de semana, si habían visitas de familiares, los que recibían visitas eran sumamente torturados psicológicamente, a veces físicamente, por el doctor y su timorata enfermera, para no decir ninguna palabra sobre lo que sucedía en el hospicio.

Pero aquel día, Paulino le dio tal golpiza al doctor, que lo desmayó, la figura demacrada de Vicente, sus moretones azules en sus dos ojos fueron el colmo. Las enfermeras se agolparon como avispas, y le sedaron. Al despertar, tenía delante suyo al Doctor R. quien también lo golpeó con la locura como de quien prepara milanesas de carne, pero no le dolieron tanto los puños, como sí el hecho de saber que el psicópata había descubierto su identidad y se mofaba de ello.

—Paulino Lézant, hijo de una prostituta brasilera y un padre borracho, un periodista de cuarta, ¿qué pensabas que yo desconocía tu intención de arruinar mi paraíso? —, dijo con un cambio brusco y dramático de modales, mostrando una sonrisa de lobo de par en par.

—Su paraíso conmigo va a desaparecer, mis compañeros van a venir. Ya tienen la señal—, Paulino se reía nerviosamente pero pronto perdió la conciencia. Al despertar de aquella tortura tuvo una laguna en la memoria, y sintió ser un fantasma durante unos minutos como consecuencia de los electrochoques en su cerebro.

Vagó por todo el recinto médico sin ser alertado por las enfermeras, y como era de noche se perdió entre las glicinas, atravesó el ciprés junto a la puerta de madera y piedras adosadas, y tambaleándose débilmente, distinguió en la lejanía una cabaña.

Se adentró en ella, y entonces vio a una mujer junto a un niño, recostados sobre una cama.

La mujer lo vio, y le mostro la sangre que resbalaba de su cráneo destrozado.

—Remigio Rantés, él nos mató—, y señalando en las afueras de la cabaña, le mostró un sitio en el suelo en donde la tierra despabilada, como si hubiesen enterrado algo.

Laika, la perra blanca con manchas canela, salió debajo de la cama, y se puso desenterrar con sus menudas patas. Pudo Paulino observar con horror como unos dedos sobresalían de la tierra, y al mirar otra vez a la mujer, tanto ella como el niño habían desaparecido.

Distinguió una luz entre la arboleada. Era el Dr. R. 

Comenzó el corazón del periodista a latir con fuerza, y se escondió entre los árboles, pese a su esfuerzo, fue visto por los ojos grises asesinos.

Fue increpado por el doctor, quien sacó un revólver. Fue una pelea ruidosa, el periodista no solo luchaba por su vida sino por que llegara la luz a las víctimas, y aquella mujer cuya verdadera identidad era la de la esposa del doctor, Rosalía Leal y su hijo Hugo Rantés de tres años. Cuando en los medios había trascendido la noticia, la búsqueda se enfrió al no encontrarse evidencias, y la Justicia siquiera se encargó de quitarle su licencia.

Durante unos minutos en los que el revólver volvió a tomar control en las manos del Dr. R, Paulino comenzó a sentir que sus ojos se velaban de viejos recuerdos, que no le pertenecían, de cada una de las muertes. Fue marcada en su memoria toda la vida la frase que oyó en unísono, que recordaba como “No nos olviden, él debe sufrir”.

Fue entonces que volvió en sí. La perra del doctor le había mordido el pie y lo había hecho tropezar y mientras el hombre se retorcía del dolor, Paulino resolvió dispararle en la pierna derecha.

No deseaba matarle, quería que fuera condenado por sus actos, entonces le dejó allí malherido a sabiendas de que no tenía forma de escapar, con el fin de alertar a las autoridades. Laika continuó estando junto a su dueño, observándolo con ojos fríos.

Paulino al volver estaba acompañado de un policía, pero la escena que halló allí sería digna de un teatro realizado por locos titiriteros fantasmales, cubierto de manos blancas en toda su piel, el hombre comenzó a llorar mientras se reía.

Confesó sin embargo todos sus crímenes, hoy cuando se hurga en la tierra para la creación de edificaciones, son comunes las noticias de hallazgos de cráneos de pacientes que habían sido víctimas de del Dr. Remigio Rantés.

Con un total de 17 asesinatos, sigue sin esclarecerse qué ocurrió en el lapso de tiempo en el que el periodista lo dejó malherido y buscó a las autoridades del pueblo. Siendo una noticia que trascendió en el tiempo, siempre se permanecerá como un absoluto misterio qué fue lo que Laika atestiguó aquella noche de 03 de octubre de 1961.

Fue la mirada silenciosa de Laika, lo que dio lugar a que los antiguos pobladores aseguraran que fue un ajuste de cuentas del Más Allá.

Paulino Lézant adoptó a Laika, y se hicieron compañeros durante muchos años, convirtiéndose Paulino en un periodista reconocido.

Con la lupa puesta en el abandono de la calidad de vida de los enfermos con trastornos mentales, mejoró considerablemente la vida de quienes vivían en la clínica.

Vicente Artaud logró recuperarse, y con medicina consiguió salir y fue recibido por Paulino en su casa, convirtiéndose en buenos amigos.

El asesino serial Remigio Rantés murió por causas desconocidas dentro de la Cárcel del Fin del Mundo, hace una década, mientras cumplía cadena perpetua.


Zoe Gauna, escritora (cuentista, ensayista) nacida en Buenos Aires, Argentina, el 3 de octubre de 2004.
Bibliogauna: cuenta literaria.

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