Ailin Mc Cabe: «Copetín Di Benedetto: poética de la imposibilidad»

Solemos entrar en la obra de Di Benedetto a través de su gran novela, Zama. Solemos entrar por esa puerta y desde ahí, en el mejor de los casos, nos dejamos guiar por las recomendaciones. No hay que tener mucha pericia ni talento para, en varios sitios de internet, escuchar las recomendaciones de recorridos: empezar por Zama siempre, obviamente, para luego seguir por El silenciero y acabar en Los suicidas. Y hasta ahí, no más. Punto final del apartado y fin del camino.

Con semejante recorrido quedamos relegados solo a sus novelas. Pero sí, qué más esperar, si el género por excelencia es siempre la novela. Género predominante de la degustación literaria. El resto es sombra. El resto, solo ensayo, y la novela es la gema pulida. La novela parece ser siempre el plato principal.

Pero sin embargo, si decimos sin embargo, si nos permitimos poner un reparo, propongo ir a sus cuentos. Desde los cuentos, podemos ver una luz nueva. Y no digo que esa luz sea nueva porque allí aparece algo que en las novelas no, pero sí se configuran escenarios y poéticas que nos pueden permitir reinterpretar sus obras novelísticas. Y, tal vez, decir algo que se salga de lo mismo.

Mi propia decadencia por su obra empezó conCaballo en el salitral”, y desde ahí fue un caer, caer, declinar, conjugar. Me puse a conjugar el verbo de benedettiano. Yo conjugo mientras él conjura. ¿Qué es lo que conjura Di Benedetto? Conjurador de paradojas, de decadencias. Sherezade, de Las mil y una noches, conjura la muerte. La muerte es lo verdaderamente conjurable. Pero en Di Benedetto la muerte es una construcción digna de debate. ¿Existe la muerte? ¿Qué es la muerte? Una pensaría que la forma, una forma determinada de la cosa, está íntimamente relacionada con lo que el ente es, o con la realidad íntima del ser. No así en Di Benedetto. La forma está abierta, la forma se abre a la mutación. La mutación es una forma de conjurar la muerte. ¿Qué queda de la cosa cuando ya no posee esa forma de perduración? Para decirlo más simplemente, ¿qué queda del vaso cuando está hecho pedazos sobre el suelo?, ¿qué queda del vaso en el fragmento de vidrio? Hay algo que permanece, deformado, totalmente alienado de sí mismo.

La forma se destruye, muta. Spinoza decía lo contrario, que el ser busca perdurar en la cosa. Pero no aquí. El cuerpo, la forma, se ofrece a la mutación, a la transmutación. El cuerpo parece ser anecdótico, secundario. La mente, en tanto pensamiento, se establece por detrás de la existencia corporal y puede perdurar en la mutación. Sirva de ejemplo el cuento “Es superable” en el cual un novillo sufre una constante y continua transmigración de su conciencia. Esto podría hacer pensar que existe una propuesta de Di Benedetto en tanto mentalismo, que refuerza la división platónica entre mente y cuerpo y que opta siempre por la primera. Pensar en Di Benedetto de esta manera no puede conducirnos más que a error. No reivindica la mente ni el pensamiento. Lo que sí indica es que el mundo de las cosas no nos pertenece como tal. Los objetos nos son extraños, ajenos, lejanos. En ese sentido, nuestro propio cuerpo es un lejano. Vivir en nuestro cuerpo es un imposible. Imposible ser material.

Hay algunos análisis que se centran en la estructura tripartita de la sintaxis de Di Benedetto. Otros, como los de Martín Kohan, que prestan atención a la categoría del silencio, la elipsis que es tan fundante para pensar no solo todo proceso de unhemlich o de entrada en lo fantástico, sino también para analizar la tensión narrativa en sus textos más realistas.

Lo que mi lectura me deparó fue un recorrido de atomización. El primer cuento que leí fue “Caballo en el salitral” (al que volveré más tarde), y su lectura me causó tal impacto que me sentí en la obligación de reparar de manera nueva en sus cuentos[1]. Fue así como fui a su primer libro publicado, Mundo animal, y me encontré, en esas escrituras, con algo en lo que no hubiese podido reparar desde la prosa de Zama.

¿Y por qué no? Porque Zama tiene un enclave realista muy preciso y estrictamente definido: cuenta la anécdota literaria que para su escritura, Di Benedetto pasó gran tiempo recopilando e investigando para hacer una novela histórica, pero que tras los meollos y complicaciones que semejante tarea le implicaba, decidió, tal vez sabiamente, romper los frutos de sus investigaciones y largarse a la escritura. Dicen que para ello pidió una licencia en su trabajo, en el diario mendocino Los Andes, y que se internó en una casa vacía para darle forma. Jimena Néspolo, en Ejercicios de pudor, cita sus declaraciones: el plazo “impuso un estilo urgente (breve, de frases cortas, muy condensado) aunque afortunadamente (y contra mis temores) adecuado al vértigo de la peripecias de don Diego”. En la novela, el personaje principal, Don Diego de Zama, espera en un enclave alejado de la colonia virreinal, el pase que lo aleje de esa zona de atraso y barbarie. En la dinámica de la espera es que discurre la obra. En esa configuración espesa el personaje se corrompe, se envilece, un tanto velozmente. Bajo la mirada de Zama, aquella es solo tierra de indios atrasados. No hay valor, ningún valor. Lo intentará todo para poder salir de esos confines. Pero toda acción será en vano. Perderá, sobre el final, sus dos manos, pero tampoco le será permitida la muerte (escape del espíritu del cuerpo) y seguirá clavado en ese lugar. Tullido, navega, hacia su destino.

La imagen de la novela está sintetizada en una escena que aparece a las pocas páginas: la de un mono muerto que gira por la fuerza de la corriente en el río. El cuerpo muerto del mono se atasca sobre un remolino del agua. El cuerpo del mono muerto gira en redondo. Está atrapado, ni muerto tiene descanso. No se hunde. Está atrapado, como Zama.

La espera, la estética de la espera, aparece como una de las formas de la imposibilidad. No toda espera es imposibilidad, porque la espera podría ser un lugar del hacer, como lo supo Penélope en el mito con su tejido. No es este el caso. Aquí, una de las imágenes de la imposibilidad se haya sintetizada en la espera y en la frustración de Don Diego por no lograr su cometido.

Es también en el orden de lo imposible donde se configuran los extraños cuentos de Mundo animal. Todos los personajes que recorren estos cuentos se encuentran con un imposible que lo es de manera tal que no tienen más opción que la transfiguración hacia la animalidad. Pero antes de eso, recorren los textos monstruos cotidianos: figuras paternas hostiles y crueles que dejan a los niños en el mayor de los mutismos cuando no en el abandono total. En estos escenarios, la imaginación o el pensamiento obsesivo de los personajes los toman, y sus cuerpos caen, se deshacen por el peso, por el choque.

Los cuentos que reúne este volumen son bastante disímiles, pero están unidos en relación con la animalidad. ¿Pero cómo es que van hacia ese destino? Son sujetos que necesitan algo, y ese algo necesitado es del orden de lo humano. El problema está en que no es tanto que estos sujetos se metamorfosean por necesidades de orden de su psique individual, sino que es el mundo exterior el que es bestial. El mundo es el bestial, y los sujetos transfigurados, mártires.

Pero, ¿por qué lo animal como cifra de la descomposición, de la barbarie? ¿Qué es lo animal en Di Benedetto? Lo animal está reducido al dinamismo de ser presa o ser cazador. Los animales que aparecen figurados van tanteando uno u otro polo. Quien pueda, siempre que pueda, será cazador. Entre un polo y el otro está el agazaparse, el escondite. Escondite que es también sigilo, secreto. Tanto el que se esconde, como el que se agazapa para atacar, nunca están del todo ocultos, siempre hay algo de su cuerpo que es visible. En esto está la potencia de lo implícito, en algo que está siempre semi-cubierto, o semi-descubierto. En ocultar(se) pero solo a medias radica lo erótico pero también lo pavoroso. Lo animales que se despiertan provocan tanta repulsión como atracción. En mostrar a medias radica un estilo.

¿Di Benedetto, lector de La metamorfosis de Franz Kafka? Las transmutaciones que sufren los personajes nos hacen pensar que sí, pero la diferencia, fundamental, reside en el tono y en el tenor de ese tono. Los cuentos de Di Benedetto trabajan sobre un manto fantástico y la estética de lo siniestro se hace presente. Un fantástico menos centrado en el objeto que en la mirada fantástica. Así, metáforas comunes y cotidianas son llevadas hasta la exageración total. En ese sentido, la crítica social que se trasluce en la animalización del mundo cobra especial fuerza, y al leerlo nos dejamos hundir en el abatimiento final.

Prefiero pensar que antes que La metamorfosis, Di Benedetto fue mayor cultor de los textos breves de Kafka. Ambos le dedican un espacio predominante al uso y a la potencia de la paradoja. Es tiempo ya de hablar de “Caballo en el salitral”, cuento publicado en El cariño de los tontos (1961).

Este cuento se reduce a una paradoja esencial, y es dicha paradoja la que habrá de reproducirse, repetirse, exagerarse, hasta el punto de lo irreversible. ¿Qué se narra? Tenemos como figura central a un caballo que peregrina solo por el desierto, el llano y la aridez pertrechado con una carreta repleta de alimento. El conductor del carruaje, y el presunto dueño de caballo y carreta, muere tras ser fulminado por un rayo. El caballo en cuestión, el sobreviviente, animal sin nombre, no puede hacer más que recorrer el territorio tierra adentro transportando esa carga, sin poder nunca ni soltarse ni acceder a lo que guarda. Camina y se arrastra incansablemente. Ve una hembra, una yegua, pero ella se asusta por la enormidad que se mueve junto con el macho. En pleno coqueteo, aparece un puma queriendo hincar los dientes sobre la yegua sana y libre, y nuestro caballo enloquece y dispara más adentro aún, yendo más allá del páramo, hacia la arena y más allá, hacia el salitral. El caballo, atrapado en el salitral, huele a pasto fresco, a verdor tierno y recién cortado, a alfalfa tal vez, ¿o será centeno?. Muerde el freno e imagina que es ese verdor que huele. De nada sirve, en su boca solo hay metal. Lo que el caballo busca es lo que porta la pesada carga del carruaje. El caballo porta una salvación, pero a ella nunca podrá acceder. ¿Qué podría ser acaso más insoportable? Los lectores sabemos con certeza en ese momento que el caballo porta en el carruaje el pasto que le daría fuerza y vida, pero el hecho de que esté en el carruaje es lo que lo hace inaccesible. No solo es inaccesible, sino que debe cargar con ese peso porque sí. Paradoja tras paradoja, miseria tras miseria, el cuerpo del caballo será muerto y corroído por el calor del sol y por las sales. Abandonado ya solo al peso de sus huesos, el caballo quedará como un espantapájaros colgando en el aire, flameando su propia muerte, una vez que el peso del carro pese más que sus pobres huesos pelados. Como a la naturaleza nada le importa la moral, ese cráneo ya ahuecado será elegido por un pájaro para anidar. Una nueva vida comienza. La muerte será ahora refugio. Nuevamente la transfiguración.

La idea del relato no surgió de la imaginación pura del escritor, sino que vino de algo visto y oído, en Cuyo, en la calle Catamarca: un carruaje de un panadero estacionado, con el caballo y el carruaje al sol a la hora de la siesta. Por la descripción, es imaginable el calor y sofocamiento del animal; la desesperación por el agua y/o alimento. Si bien en el caso de la calle Catamarca, el animal no está interesado particularmente por el pan, Di Benedetto ve ahí la paradoja y, por tanto, el germen de un cuento en el que la paradoja se deja expandir hasta la tragedia. La paradoja expandida es tragedia.

El alimento se vuelve un imposible; la humanidad, también. Estos textos son un grito de lucha contra la barbarie, contra la crueldad. La muerte, en estos casos, no parece tan mala. Como en el relato “Bizcocho para polillas” (Mundo animal), en el que el protagonista, ya cansado de tanta humillación que ejercen estos seres sobre él, les ofrece su corazón para terminar de un vez por todas con esa vida puerca. La muerte es un fin y, por ello, un alivio. La tortura, parece decir, es estar vivos.


[1]     La curiosidad y sus chispazos pueden marcar las más insólitas obligaciones.

Ailin Mc Cabe, licenciada en letras.