
“El cuerpo es bello porque es cuerpo. Es una imagen que de nosotros mismos hacemos (…) De ese modo, el cuerpo es nuestro representante ante el mundo. (…) Y por eso es, ante todo, político.”
Emilio García Wehbi. Communitas
Me convocan a hablar sobre el cuerpo, sobre mi cuerpo, el cuerpo, particularmente, de la performance. Un cuerpo que irrumpe en la cotidianeidad, que no sólo es mi representante porque es mi cuerpo, sino que presenta un modo de ver el mundo, es una ventana a pensar otras posibilidades de ser en el mundo y de posicionarse frente a él. Un cuerpo, como todo cuerpo, político que está atravesado por la realidad, su contingencia, pero también interviene en esa realidad con otras realidades o con otras interpretaciones de ella.

A partir del desplazamiento que hace Judith Butler (<1990> 2016) del concepto de “performativo” que John L. Austin (1962) introduce a la filosofía del lenguaje en su ciclo de conferencias “Cómo hacer cosas con palabras”, la idea de performatividad ya no es un acto singular del sujeto que crea un hecho con un acto del habla, sino que se trata de un poder reiterativo del discurso para producir fenómenos que se imponen y normatizan los cuerpos. Sin embargo, en esa reiteración se encuentra también la posibilidad de ruptura. De este modo, Butler explica cómo los actos performativos generan identidad, introduciendo el concepto en la filosofía de la cultura.

Es entonces cuando en los estudios de performance se comienza a tener en cuenta el concepto de performatividad (que Butler lo inclina específicamente en cómo se constituyen los géneros y cómo se subvierten). Si bien la performance invadió cada partícula de la realidad convirtiéndose en verdaderos actos performativos de la cultura (algunes pensadores advierten que a través de los estudios de performance se puede analizar eventos tan disímiles como una guerra o un concierto), las artes performativas (así las llamaremos provisoriamente en este párrafo) permiten alterar la “realidad”, produciendo con su diversidad de cuerpos y acciones otras realidades posibles*.
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*Para ampliar sobre este debate ver: B. Hang y A. Muñoz (comp.) (2019) El tiempo es lo único que tenemos. Actualidad de las artes performativas. Buenos Aires: Caja Negra Editora.
A partir de estas reflexiones analizaremos dos piezas de mi producción: 255 y 238. Son dos acciones performáticas que hacen referencia a los feminicidios.
Los números estadísticos se nos presentan desangelados, sin cuerpos, sin ojos, sin historia, completamente despolitizados. La cuestión en estas piezas fue, entonces, pensar cómo se podrían materializar esas cifras que son de todos modos escalofriantes.
La primera acción, 255, fue realizada un día después de la primera marcha del Ni Una Menos, o sea el 4 de junio de 2015. En la marcha una mujer llevaba un cartel colgando de su cuello con esa cifra. Era la cifra de feminicidios cometidos en el año 2012. Organismos como Mumala, La casa del encuentro, por ejemplo, se encargan de recabar esos datos que por siglos habían sido silenciados, ya que ni siquiera se distinguían estos asesinatos de asesinatos comunes, como si el patriarcado y la violencia machista no fueran una realidad. Recordemos que la figura de femicidio recién en 2012 se incorpora como delito agravado por Ley.

Las últimas víctimas habían sido calcinadas, por lo tanto seleccioné como elemento para la performance carbón, y formé un círculo con él en el suelo. La acción no tenía más elementos que ese círculo negro con mi cuerpo en posición fetal encima, formando otro círculo. Y me dispuse a contar. Primero en voz muy baja, tenue, casi imperceptible. Y en la medida en que avanzaba, la voz también se elevaba y aumentaba la tensión en el ambiente. Doscientos cincuenta y cinco son tantas mujeres que me llevó más de siete minutos terminar su enumeración, un tiempo que con semejante tensión se volvió interminable. A su vez, todo ese tiempo invertido en contarlas una por una, hizo que el propio peso de mi cuerpo se hundiera en el carbón, dejándome marcas que duraron algunos días.
De este modo, la cifra ya no podía tomarse con ingenuidad. Ni para les presentes ni para mí. La acción se hizo carne, la cifra se corporeizó a través de las lastimaduras de mi cuerpo y mi garganta.
Con 238, al tiempo se le sumó el despliegue en el espacio. Comienza en un punto, pegando un cuadrado negro de 20×20 cm, y termina con una línea de unos diez metros de largo que atraviesa una dimensión considerable, recorriendo escalera, patio, hall y zoom de la Universidad Nacional Jauretche que es donde se llevó a cabo. Esa cifra hacía referencia solamente a los feminicidios cometidos desde el 1° de enero al 30 de septiembre de 2019, días antes de realizar la acción.

La acción me llevó casi dos horas, con lo cual nuevamente mi cuerpo recibió las marcas en consecuencia. Los moretones en las rodillas y el dolor en la espalda, los hombros, una vez más me hacían partícipe de un dolor que no nos puede ser ajeno.
Indescriptible lo que pueda decirse en torno a semejante espanto. Pero al menos, la perturbadora presencia de un cuerpo que en forma lenta e inmutable pegaba uno tras otro esos cuadrados negros, alteró por completo la “normalidad” de las inscripciones en la Universidad y, si no todes, desde luego, muches se mostraban inquietos y hasta los movió a preguntarme qué estaba haciendo. Podía verse cómo se transformaban sus rostros al recibir la respuesta.
El mundo en que vivimos, que nos ha acostumbrado al espanto, que ha inundado las pantallas de cuerpos rotos, con sus permanentes discursos “performativos”, ha producido una docilidad inédita. La performance intenta alterar ese acostumbramiento con imágenes que no son usuales. Intenta en su performatividad producir esa posibilidad de ruptura con lo instituido, con lo normatizado. Busca, de alguna manera, politizar los cuerpos, devolverles su peculiaridad, su densidad ontológica y su capacidad de promover cambios.
Andrea Trotta, artista plástica.
Nacida en el 73 en Haedo, se crió en La Matanza donde actualmente trabaja como docente en la Escuela de Arte Leopoldo Marechal. Egresada de la Pueyrredón como Licenciada en Artes Visuales, está terminando de cursar la maestría en Teatro y Arte Performáticas de la UNA. Participa en colectivos como Matanza Nómade y G.R.A.S.A.. Conformó Bizarras, un grupo feminista de artes performáticas que ha realizado acciones e intervenciones urbanas en torno a marchas como las del Ni Una Menos y 8M. Escribió algunos ensayos sobre arte de acción, sobre la actividad de Matanza Nómade y la experiencia de Bizarras, entre otros.
Créditos de las fotos:
255 Catalina
238 Fernando Pineda @realizadorurbano
Para ver otros trabajos:
Cuenta de IG @mujermarcandoterritorio
Sitio web http://andrea-trotta.blogspot.com/
Canal de Youtube https://www.youtube.com/channel/UCSdPt-zAqjs1wL6epr45q6g