Vos, con la ventanilla medio baja, el bolso Elles celeste, que todavía no subieron al departamento, en el hueco para los pies. Te vas preparando, sabés que te vas preparando. La cara entre las butacas. Tu papá cada tanto te mira, que te sientas bien… Y vos, abombado, inquieto, feliz. Un poco triste y enseguida feliz.
Pocas cosas podían ser mejores. Las vacaciones, el verano, es el festejo en sí. Una nave que todos los veranos parece nunca agotarse en su vuelo. Un festejo que comienza sin comienzo distinguible. Un murmullo, un bicho musical de la calle.
Entre las butacas tu sonrisa, por momentos, era la de ellos, luego la tuya, que vendría… Cada tanto quedan a la misma altura. Arden tus hombros de 6, 7 años. Y como un baldazo de agua helada escuchás la butaca de tu papá corriéndose de golpe, de un tirón. Que en seguida te mira, atajando penales:
_ ¿Qué pasó?
Primero tu mamá deja la ventana y lo llama por su nombre.
Tu viejo la mira a ella.
_ ¿Qué pasó?
Y oís por segunda vez desgarrarse en el aire un anacarado pedo estruendoso apretado contra la butaca.
Tu mamá pronuncia el nombre de tu viejo tres veces al hilo. Que planta las dos manos en el medio del volante para hacer sonar la bocina, desde una cuadra antes.
Tu mamá olvida pronto, se acomoda, esparce el ruge de los labios en las mejillas, se mira en un espejo chiquito. Cada vez que llego, año tras año, la misma electricidad radiante recorre la butaca de tu viejo como una risa destartalante.
En una maniobra estaciona el coche en diagonal. La casa aún no está, no se ve. Delante la oscuridad robusta de la noche de Mar del Plata, la típica. Apenas descendés del coche, el piso de piel rugosa abaldosada. La puerta chilla un poco, abriéndose. Aunque hace un frío de cagarse, en lo alto de los anchos escalones de roca, se asoma la cara seria, falsamente sorprendida. Después picarona, de amor repentino. Arremangándose la camisa, desciende en carrera.
Al abrazo interminable. A tu papá, a tu mamá, a vos, haciéndote sonar los huesos año tras año. Apoyás la cabeza, el oído abriendo el corazón sobre el pecho. Te suelta después de algunos latidos. Su mano manotea un paquete de Lee Mans semiestrujado en el bolsillo de la camisa. No terminás de ver la bocanada interminable. La trenza de humo… Lo que se va, lo que queda… Que ya estás adentro.
Federico Vecchio, escritor, actor. Estudió con Dalmiro Sáenz, Vicente Zito Lema; teatro con Pablo de Nito, Omar Fantini, Pompeyo Audiver; periodismo de investigación en la Universidad de Las Madres. Ha editado el libro de cuentos «Huérfana luz de invierno» (2010).
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