Flavio Crescenzi: «Contra los molinos de viento: una lección cervantina»

«El acto de convertir molinos en gigantes es un mecanismo metafórico (y casi siempre involuntario) que se activa con frecuencia cuando no se tiene control de una situación o cuando no se sabe qué puede pasar en el futuro, circunstancias, en efecto, a las que los poetas, los idealistas y los soñadores estamos expuestos todo el tiempo».

1. Esos «desaforados gigantes»

Uno de los capítulos más memorables de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha es aquel en el que el protagonista «confunde» unos molinos de viento con terribles gigantes contra los que él —caballero andante que protegía a hombres y mujeres de amenazas indecibles— tenía que luchar forzosamente. El capítulo en cuestión es el octavo, y comienza así:

En esto descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:
       —La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer; que esta es buena guerra, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra.
      —¿Qué gigantes? —dijo Sancho Panza.
    —Aquellos que allí ves —respondió su amo— de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.
      —Mire, vuestra merced —respondió Sancho—, que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.
[1]

La escaramuza concluye cuando don Quijote —pese a la razonable advertencia de su escudero Sancho Panza— es derribado (junto a su caballo) por el aspa de un molino al que intentó someter a fuerza de lanzazos e imprudencia.

La lección de este pasaje parecería ser bastante clara: muchos de los miedos que experimentamos en algún momento de nuestra vida están sobredimensionados, pues los percibimos como gigantes invencibles en vez de como simples molinos de viento.

Así son los miedos, ideas irracionales sobre sucesos que todavía no han acontecido, pero que de todas formas pretendemos «enfrentar» de manera anticipada en nuestra mente. El problema es que, si se me permite el juego de palabras, no podemos «enfrentar» algo que no tenemos «en frente».

El acto de convertir molinos en gigantes es un mecanismo metafórico (y casi siempre involuntario) que se activa con frecuencia cuando no se tiene control de una situación o cuando no se sabe qué puede pasar en el futuro, circunstancias, en efecto, a las que los poetas, los idealistas y los soñadores estamos expuestos todo el tiempo.

Sin embargo, y para darle cierto crédito al personaje de Cervantes, hay que tener en cuenta que, del mismo modo que hay lobos que se disfrazan de ovejas, también puede haber gigantes que se disfracen de molinos.

2. Levantarse del suelo si un aspa nos voltea

Cambiemos el eje de la discusión por unos instantes. Independientemente de si los «agresores» eran molinos o gigantes disfrazados, lo cierto es que don Quijote terminó en el suelo, derribado por el poder del aspa/brazo de ese imaginario o concreto enemigo. Sí, nuestro héroe cayó, como tantas veces caemos muchos de nosotros, ya sea por ansiedad, ya sea por cansancio. No obstante, si uno se cae, debe levantarse; y en esto, don Quijote también es un ejemplo. Pensemos que, de no ser así, la novela hubiera finalizado en el capítulo octavo y, por fortuna, existen muchos más. 

Hay unos versos del poeta español Blas de Otero que me gustaría citar, pues creo que resume a la perfección la idea que deseo transmitir: 

Por más que el aspa le voltee
y España le derrote
y cornee,
poderoso caballero
es don Quijote.[2]

Esta es la primera estrofa del poema «Letra», en cuyos últimos dos versos se expresa una idea que todos deberíamos tener muy estudiada: la idea de «poder». Sí, debemos sentirnos «poderosos», entre otras cosas, porque «podemos» hacerlo todo, desde elaborar un proyecto auspicioso hasta llevarlo adelante y convertirlo en el más atractivo emprendimiento. Pero lo más importante es que sepamos que, si un aspa nos voltea, tendremos que levantarnos y seguir, por lo menos, hasta la página final de la novela, nuestra novela.

3. Elegir bien nuestras batallas

Volvamos ahora al punto inicial. Hay una manera muchísimo más elegante de no terminar en el suelo, y esta consiste en elegir bien nuestras batallas. Nada nos obliga a atacar a un gigante si solo contamos con un caballo flaco y una adarga poco amenazante. Nada nos obliga tampoco a arremeter contra un molino. La lección aquí es muy simple: solo involucrémonos en batallas que estemos en condiciones de luchar, porque únicamente así podremos ganarlas. Este principio tiene que ver con el plan y la estrategia, dos conceptos que no tienen por qué estar reñidos con la pasión que nos moviliza y nos tutela.

En definitiva, no debemos repetir los errores de nuestro ilustre predecesor, es decir, no debemos confundir prudencia con cobardía ni locura con intrepidez (ni molinos con gigantes). Si lo hacemos, ya no seremos una versión moderna del Quijote, sino apenas un «quijote», así, con minúscula, que es algo muy distinto. De hecho, la última edición del Diccionario de la Lengua Española, publicado por la RAE y la ASALE, nos indica que la segunda acepción de la palabra quijote es «hombre que antepone sus ideales a su conveniencia y obra desinteresada y comprometidamente en defensa de causas que considera justas, sin conseguirlo»3. De más está decir que esta definición es un tanto capciosa, pues solo toma como modelo los fracasos del personaje literario en el paródico contexto de la novela y no el éxito que el personaje en cuestión tuvo a lo largo de los siglos en cuanto símbolo de pujanza y altruismo.   

No obstante, vale la pena aclarar que el Quijote moderno —el poeta, el idealista, el soñador, etc.— debe obrar «comprometidamente en defensa de causas que considera justas», pero procurándose siempre una victoria, y no hay victoria mayor que obrar de acuerdo con una ética profunda, una ética que nos garantice más humanidad, esto es, más solidaridad, más empatía y, por qué no, más cultura. Aquí se nos presenta otro problema, que tiene que ver con los valores o ideales que les sirven a las personas como guía. Pero de ese tema en particular hablaremos, si las circunstancias lo permiten, en una futura colaboración.


[1] Miguel de Cervantes Saavedra. El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, en Obras completas, Vol. 1, Madrid, Aguilar, 2003.

[2] Blas de Otero. «Letra», de En castellano, Barcelona, Lumen, 1977.


Flavio Crescenzi, poeta, ensayista, asesor linguístico y literario nacido en Córdoba (1973). Ha publicado libros y escritos en diversos medios.
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Un comentario

  1. ¡Ah, los clásicos y su perseverancia! Me gustó mucho el fragmento elegido a modo de copete y también la conclusión: «no hay victoria mayor que obrar de acuerdo con una ética profunda, una ética que nos garantice más humanidad, esto es, más solidaridad, más empatía y, por qué no, más cultura…»

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