Francisco J. Fernández: «Soltando el agua que se había represado»

Corría el año 2007 cuando, a los pies de las escaleras del instituto, bajo la atenta mirada de una réplica del Guernica de Picasso, entablé la primera de muchas conversaciones con Francisco J. Fernández, quien se convertiría, a los pocos meses, en mi profesor de filosofía y mi maestro. Hoy nos trae aquí una entrevista, algo así como cuando se enlucen las paredes con perlita para darle un buen acabado, para que queden bonitas.

Maryame Galera. Me gustaría comenzar esta entrevista con una pregunta básica que, sin embargo, no suele tener fácil respuesta. ¿Quién es Francisco J. Fernández?

Francisco J. Fernández. ¡Empezamos bien! Lo digo porque esa pregunta es de las existenciales y probablemente no haya cosa que más desprecie que ese tipo de cuestiones, que no hacen sino insistir en un falso problema, un problema teológico, de hecho, pero que la filosofía y la ciencia han hecho suyo sin ser demasiado conscientes de ello. Pero, seguramente, uno no tiene derecho a exigir aquí qué se le debe preguntar, así que contestaré que Francisco J. Fernández es como firmo mis libros. En cambio, cuando tengo que pagar impuestos tengo ya que poner mis dos nombres y mis dos apellidos. En mi familia, en cambio, me llaman mediante hipocorísticos, como a todo el mundo. Es más, yo no me suelo llamar a mí mismo de ninguna manera, pues suelo estar aquí cerca y no tengo necesidad de ir a buscarme, que es lo que me parece que les pasa a los que se lo cambian, pues no suelen estar conformes con eso de su identidad personal y en consecuencia dan el paso de nombrarse con idea de que eso de existir les resulte más cómodo, una comodidad imaginaria, claro está, que no tiene más destino que reposar finalmente en una tumba. Así que eso es lo que buenamente puedo decirte acerca de quién es Francisco J. Fernández.

Maryame Galera. La mayoría de las personas que te conocen te tienen por un profesor de filosofía, con mayor o menor estima, pero tal cual. Mas, además de la evidencia, como diría tu amigo Javier Echeverría: ¿te consideras un filósofo de…?

Francisco J. Fernández. Javier Echeverría, efectivamente, suele decir que es un filósofo de… Quiere decir con ello que entiende la filosofía de manera adjetiva y no sustantiva. La postura es algo distinta de la de los que consideran que la filosofía es un discurso de segundo grado, como Gustavo Bueno, es decir, que reflexiona sobre lo que los discursos de primer grado le ofrecen. En mi caso, recuerdo siempre que la primera aparición escrita de “filósofos” está en uno de los fragmentos de Heráclito de Éfeso y funcionaba adjetivamente, calificando a ciertos varones. Por último, aquello que decía García Calvo, que si aquí hacemos filosofía, será porque no lo sabemos. En resolución, muchas veces estoy tentado de seguir una máxima que defendía un amigo mío: considerar no filosófico todo aquello que se presenta explícitamente como filosófico. En otras palabras, que no hay problemas filosóficos, sino problemas. Y que con eso tenemos más que suficiente.

Maryame Galera. Todo buen maestro tiene a sus espaldas, a su vez, un gran maestro y, quizás, otras personas que le han influido o marcado de alguna manera. Cuéntanos quién hay tras de ti, ¿quiénes son tus fantasmas y tus presentes?

Francisco J. Fernández. Alain Badiou decía que el concepto de interés desinteresado sólo podía entenderse si estaba anclado a la experiencia de un maestro, un lugar donde se haya comprobado lo que Savater llamaba la eficacia de la virtud. En mi caso, he tenido la suerte de encontrarme con maestros (Víctor Gómez Pin y el mencionado Javier Echeverría, fundamentalmente); lo digo porque no es tan habitual y se puede uno pasar la vida entera sin hacerlo. Alguna vez he comentado que María Zambrano hablaba de las clases de Ortega como claros del bosque, es decir, lugares donde comparecía la verdad. De ahí que no les llamaría fantasmas, porque tal representación tiene algo de amenazante: Nimzowitsch hablaba del fantasma en ajedrez, por ejemplo, como de aquella pieza que amenazaba con convertirse en centinela (que también es un término teórico ajedrecístico, pero que no hace el caso explicar aquí). Por otro lado, el peso del maestro o de los maestros es inconmensurable y, por lo menos en mi caso, me doy cuenta de que no me puedo librar de esa carga, salvo mediante el expediente de la traición, pero no estoy por la labor.

Maryame Galera. Quien lea tus obras puede comprobar que hay varios temas que se repiten: ¿obsesiones que te persiguen? El lector querrá saber el porqué de estas reiterativas apariciones, tanto literarias como filosóficas: el ajedrez, los ángeles, el lenguaje, G. W. Leibniz, etc.

Francisco J. Fernández. Es verdad que hay temas recurrentes en mi obra. Podemos llamarlos obsesiones. Tienen que ver con herencias recibidas, con gustos particulares y con alguna obscena pulsión de repetición. Más importante me parece mostrar la conexión entre todas ellas. Normalmente uso a Leibniz como plataforma (traduciéndolo a veces, incluso, pues es la mejor manera de incorporar una forma de pensar), pero sin comprometerme con sus doctrinas particulares, es decir, me fijo más en cierta manera de hacer que en contenidos concretos. Althusser recordaba aquello de Hegel: el contenido es siempre joven, lo que significa que la lista de obsesiones siempre está abierta. Lo que quizá no lo esté tanto es la forma en que las gestionaré. Desde este último punto de vista, creo que la cosa está cerrada, es decir, que creo haber alcanzado la manera de hacer filosofía. Problema distinto es la relevancia que pueda tener, pero en este sentido mucho tendrían que cambiar las cosas para que se produjera un giro copernicano, aunque nunca se sabe.

Maryame Galera. Al hilo de todo esto, cabe decir que tu trayectoria, desde un punto de vista narrativo y temático, ha mantenido cierta linealidad hasta el año pasado (2023), que se vio asaltada por una fresca novela erótica de ambiente rural. ¿Qué te motivó a romper con tus costumbres? ¿Qué es para ti Nanna?

Francisco J. Fernández. Sí, mucha gente se ha sorprendido de que me pusiera a escribir una novela. Mi sorpresa es que se sorprendan. Nanna está repleta de conceptos que he tratado antes. Otra cosa es que la gente los detecte. El tratamiento es narrativo, pero nada más. De hecho, acabo de terminar un diálogo más o menos platónico donde la acción transcurre en casa de Nanna, es decir, que he incorporado un personaje de una novela como marco de un texto de naturaleza reflexiva. Es más, aparecen también rizando el rizo personajes del Lycofrón, lo que me sirve para dotar de cierta unidad orgánica a mis libros. En cuanto al género elegido, no es más que pornecesidades especulativas, al servicio de lo que se quiere plantear. Si en algún momento, como me ha parecido alguna vez, decido escribir una novela policíaca o un poema épico o lo que sea, ello será porque entenderé que los sesgos propios de tal género me van a ser útiles desde algún punto de vista.

Maryame Galera. Has mencionado que acabas de terminar de escribir un diálogo al estilo platónico, ¿se trata de tu próxima publicación? ¿Puedes darnos algún adelanto de la obra?

Francisco J. Fernández. Efectivamente, acabo de terminar un diálogo cuyo título es La velada de los atrabiliarios. Es un libro mellizo de otro que está en prensa, El fantasma de la deíxis (Ediciones Algorfa, 2024). Aunque el tratamiento narrativo es muy distinto, los temas son comunes. Esta tendencia de heterogeneidad se puede detectar sin dificultades en las cosas que he publicado: una apuesta por diferentes géneros para esto de la filosofía (el artículo, la nota crítica, la reseña, la carta, el diario, la columna, etc.). Pues bien, ahora el diálogo, que me parece el más ilustre de todos y también el más difícil. De hecho, la novela Nanna me sirvió de campo de pruebas, pues en cierto sentido es un relato fundamentalmente oral, y en cierto sentido también el Lycofrón, aunque en menor medida. De todas maneras, en estos momentos estoy corrigiendo el manuscrito, así que prefiero no adelantar mucho más. La mejor manera de que algo no salga adelante es hablar de ello.

Maryame Galera. En 1998 publicas El filósofo del océano (Iralka, 1998), una revisión y adaptación, si me permites el término, de tu tesis doctoral sobre las Implicaciones semiológicas de la teoría de los principios de Leibniz, y en 1999, junto a Jon Baltza, se publica El descrédito de los quilates (Iralka, 1999) (ambas obras, por cierto, en relación al lenguaje). Sin embargo, obviando otras publicaciones menores, no es hasta el año 2010 que vuelves a publicar un libro, bajo el título El ajedrez de la filosofía (Plaza y Valdés). Desde entonces han corrido varias obras, casi de seguido: Los huesos de Leibniz (Akal, 2015), El resto de la idea (Círculo rojo, 2022) y las ya mencionadas Nanna (Con M de mujer, 2023) y Lycofrón (Círculo rojo, 2021). ¿A qué se debe esa pausa tan larga entre los dos primeros y los siguientes? Es como si hubiese habido una espera, no sabemos si vital o intelectual o ambas. La espera, sin duda, en muchas ocasiones va unida al tedio y la desesperación. ¿Quizás ahora, que tu pluma derrama tinta sin pausa, la espera haya recaído en el lado contrario, el del optimismo y la alegría?

Francisco J. Fernández. Efectivamente, de 1999 a 2010 prácticamente no publiqué nada, Ahora bien, no es lo mismo publicar que escribir. Durante esos años, llené cuadernos y cuadernos, bien es cierto que, en general, comentando infinitas partidas de ajedrez para mi uso personal, aunque también sea cierto que publiqué algunos análisis en un blog, así como crónicas de torneos, reseñas de libros de ajedrez y cosas de ese estilo. Aquello fue tal vez una absurda pérdida de tiempo, pero tuvo algunas consecuencias positivas. Como el público destinatario no era filosófico, aprendí a prescindir de los resabios académicos y las pedanterías eruditas o, al menos, a manejarlos con mayor cuidado. Yo diría incluso que la espera cubre también el período que se extiende hasta el 2020, porque Los huesos de Leibniz (2015) no es más que una golosina conceptual muy breve. Pero, en efecto, a partir de 2020 he publicado muchísimo, y he escrito todavía más. Supongo que esos veinte años han soltado el agua que se había represado. No obstante, creo que tras este diálogo que te comento, volveré a parar. No estoy seguro, pero es la impresión que tengo.

Maryame Galera. Quizás, por utilizar una metáfora familiar, pulses el reloj y pares la partida durante un tiempo: le toca jugar al resto del mundo. El tiempo transcurre que transcurre durante la espera tiene cierta morbosidad que puede cautivar o desesperar, a veces no sabemos qué hacer con el tiempo, tenemos demasiado o tenemos demasiado poco. Definitivamente, la espera puede ser angustiante. Tras 57 años problematizando, ¿qué relación podrías definir entre la espera y la filosofía?

Francisco J. Fernández. Bueno. Yo impugnaría la pregunta por varias razones. No creo que lleve 57 años problematizando aun cuando sea mi edad. Pero más grave es lo último. Lo digo porque es un sesgo típicamente filosófico. Me explico. Marcelo Dascal me dio una lección una vez que no he olvidado. Yo había presentado una ponencia en un congreso sobre Leibniz. Tendría 23 o 24 años. Bonita, bien escrita, original. Debió de gustarle, pero también disgustarle. Se levantó de su asiento y, para mi asombro, se sentó a mi lado, delante de cuarenta o cincuenta personas. Se permitió darme un consejo: que no manejara como puntos de partida nociones universales, que, como mucho, llegara a ellas, si es que llegaba. La razón es que al hacerlo arruinamos cualquier análisis porque partimos de una confusión y una oscuridad inevitables. Y que no se me ocurriera, si quería tener su respeto, regodearme en eso que parece filosófico sin serlo. En consecuencia, no soy capaz de saber a qué te refieres verdaderamente con espera y ni siquiera con filosofía, lo que no significa que no sea capaz de contestar. Lo haré a la manera de esos falsos filósofos, por darte gusto. Así, por ejemplo. Los estoicos tenían un lema conocido, a saber: ni miedo ni esperanza, es decir, sine metu sine spe. Rastros de él se pueden encontrar en la Ética de Spinoza, cuando decía que lo contrario del miedo es la esperanza, pues el primero depende de la tristeza y la segunda de la alegría. Es más, la ausencia de duda en el miedo lo convierte en desesperación, mientras que la ausencia de duda en la esperanza, en seguridad. El problema es que una vez dicho esto, nos quedamos como estábamos, porque la articulación de esos conceptos le pertenece a Spinoza, no a nosotros. Hemos aprendido algo, de acuerdo, pero no sé si sabemos más, entre otras cosas porque no hemos sido capaces de anclar esos conceptos a nada concreto. Prefiero entonces otro tipo de estrategias. Estrategias de remonte más que de descenso. O como dice la gente: que no se puede estar de vuelta sin haber ido.

Maryame Galera. En el aviso al lector que encontramos en tu novela, señalas que el amor es una de las condiciones de la filosofía, allí donde acontece la alétheia. Esto nos lleva a recordar un momento esencial de El banquete de Platón, donde Diótima de Mantinea, en boca de Sócrates, define el amor de una forma muy concreta: como una ausencia, pues Eros desea, esa es su condición. Recordemos también que Eros, según Platón, es hijo de Penia (la pobreza) y Poros (la abundancia), lo cual permite entender, quizás, el hecho de que el amor sea, finalmente, una espera interminable, un deseo de algo que no poseemos. ¿Qué papel juega el amor en tu vida y de qué manera aparece en tus obras?

Francisco J. Fernández. El primer libro de filosofía que leí fue El banquete de Platón. Supongo que todo empezó por ahí. Me gustó mucho, después, la historia de amor entre Abelardo y Eloísa, incluso Romeo y Julieta. El amor como lugar de las verdades subjetivas es una idea de Alain Badiou, que fue quien me proporcionó los conceptos para darle la importancia que merece, aunque yo lo haya tratado narrativamente en Nanna, pues entre otras cosas es en la literatura donde se encuentra buena parte de los mejores discursos amorosos, y donde muchas mujeres, desde Safo de Lesbos, han podido articular esas verdades del amor. Por otro lado, no soy nada enamoradizo y mucho menos tierno y cariñoso, lo que me sirve precisamente para eliminar del amor todo lo que resulte cursi y emotivo, sin que esté diciendo que esa hojarasca no cumpla su función, la que sea. Pessoa decía que los españoles eran fríos y apasionados, frente a los portugueses, que son cálidos y emotivos. Me gusta esa caracterización. Creo que cuadra muy bien con aquello que decía Lacan: que el amor es dar lo que no se tiene a alguien que no es.

Maryame Galera. Hacías referencia anteriormente a María Zambrano, quien se refería a las clases de Ortega y Gasset como “claros del bosque”, “lugares donde comparecía la verdad”. De todos es sabido que la relación maestro-discípulo es de las más especiales y singulares, donde la línea que separa la admiración y el respeto del amor más que una línea es como la raíz de un ficus. Así lo hace constar Zambrano en sus Escritos sobre Ortega (2011), donde escribe que se lamenta de haber dejado atrás sus apuntes de los cursos de su querido maestro, en el momento de su exilio. Hace ya algunos años, en una entrevista que te hicieron, afirmabas que la educación secundaria, ser profesor de secundaria, era como el purgatorio. Sin embargo, en el 2021 publicas Lycofrón. Diario de clase, una obra cuya sensibilidad es abrumadora, educativa, sí, pero que transmite nostalgia, amor. ¿Cuál es tu visión actual de la enseñanza pública obligatoria y el bachillerato? Si tienes algún discípulo, ¿qué relación tienes con ella o él?

Francisco J. Fernández. Sólo es una contingencia que la filosofía en España esté en el currículum escolar. En muchos países no es así. Probablemente sea una herencia del franquismo, pues servía muy bien para los intereses del régimen. Ahora las cosas son distintas, pero su función ideológica creo que es la misma, sólo que cambiando los intereses de entonces de acuerdo con una sociedad que se ve a sí misma como democrática. Pero a mi juicio toda paideia está al servicio de la ciudad o del Estado, y la filosofía sólo se debe cuentas a sí misma. Así de claro. Otra cosa es cómo subjetivamente los profesores de filosofía gestionan esa dificultad. No me interesa especialmente, aunque sé que no sería exagerado decir que de la peor manera posible. Ahora bien, en compensación nunca nada está atado y bien atado, así que por el camino pueden pasar cosas, como que algunos alumnos se conviertan en discípulos. Ahora bien, esa conversión no puede ser recíproca. Es decir, es el discípulo quien crea al maestro, no al revés. De hecho, cuando se da, se consigue un secuaz, que no es lo mismo, y de los que evidentemente hay que huir, pues es una relación tóxica que perjudica tanto a uno como a otro. Esa es la razón de que me interese Clitofonte, el discípulo que abandonó a Sócrates.

Maryame Galera. Como bien sabrás, en los tiempos que corren está sucediendo un fenómeno entre la juventud, y algunos no tan jóvenes, que nadie puede ignorar: si no estás en la actualidad de las redes sociales, si no eres “influencer”, parece que no eres nadie, no puedes alcanzar el éxito. ¿Has considerado divulgar filosofía y, con ello, promocionar tus escritos, en alguna red social o plataforma digital?

Francisco J. Fernández. Odio la divulgación si sacrifica el concepto. Sacrificar el concepto consiste en obviar las mediaciones. Ahora bien, las mediaciones lo son todo. Por supuesto, escribo para todo el mundo porque después de todo confío en la inteligencia de la gente e intento decir las cosas con la mayor acuidad y penetración posibles. Si, por el camino, esa pretensión aleja al lector, pues son cosas que pasan. Ya está. De todas maneras, no creas tú que sabría divulgar de la forma correcta, por lo que, aunque lo intentara, dudo mucho de que consiguiera un mínimo éxito. Me conformo en consecuencia con poder ir publicando mis libros sin cometer demasiadas indignidades.

Maryame Galera. El final nos asalta. Quiero agradecerte la sinceridad con la que has respondido a las cuestiones planteadas y me gustaría acabar con alguna pequeña reflexión por tu parte, algo que quieras transmitir.

Francisco J. Fernández. Gracias a ti por las preguntas y el interés. Tan sólo decir finalmente que esto de la filosofía es tan inútil como fascinante, precisamente las cosas que me gustan.


Francisco J. Fernández, filósofo, escritor, docente, investigador (San Sebastián, 1967, España) es doctor en filosofía con una tesis sobre la teoría de los principios de Leibniz. Profesor en la Universidad de Jaén, fue después investigador en la Universidad del País Vasco. Actualmente es profesor de Enseñanzas Medias. Entre sus publicaciones destacan El filósofo del océano (Iralka, 1998), El descrédito de los quilates (junto a Jon Baltza, 1999), El ajedrez de la filosofía (Plaza y Valdés, 2010), Los huesos de Leibniz (Akal, 2015), Lycofrón (Círculo rojo, 2021), El resto de la idea (Círculo rojo, 2022), Nanna (2023).
fjfernandezgar@yahoo.es

Maryame Galera El-Baraka, profesora de filosofía, investigadora y activista política, nacida en 1991 en La Línea de la Concepción, Cádiz (España).

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