Francisco Tomás González Cabañas: «La transgresión de Aracne. La imposibilidad democrática.»

…“¿Pero qué es un chantaje? Es un poder sobre el otro, pero un poder cuyo término está marcado de antemano (cuando se consigue lo que se quería o en todo caso cuando se hace uso del poder) esta definición del chantajista implica la cuestión del tiempo durante el cual no hace uso de su poder. Un chantajista es aquel que para conservar poder no debe usar aquello que se le da, porque en el momento que lo usa, cae fuera de la estructura, cae fuera del interés del otro…”(Masotta, O. “Lecturas de Psicoanálisis. Freud, Lacan. Paidós. 2015. Buenos Aires)…

…Nuestra problemática “Politeía”.

No contamos con una traducción exacta del término griego. Para Aristóteles estaba vinculado a la Constitución, a las reglas del juego o las formas que bajo la ley se distribuían los roles y la participación en el espacio de las polis. Sin embargo han sido muchos los autores griegos que pensaron el fenómeno mucho más allá de las instituciones que se proponían para determinar el conjunto de normas para organizar las sociedades. La “politeía” se constituyó en un significante amo y poderoso, por ende oculto a la luz de los propios gobernantes, representantes y ciudadanos. Tal como la “areté” el conjunto de virtudes y valores en que debían formarse y prepararse los ciudadanos, la “politeía” absorbe las formas declaradas, inexpresadas, disruptivas, disonantes y dislocantes que plasma la dinámica del poder en un período de tiempo en una comunidad dada. Nada puede escapar a la luz de la mirada filosófica, por esta misma razón su ejercicio hubo de ser prohibido, reprimido y continúa siendo caracterizado como poco útil para la sociedad en su conjunto. Cada una de nuestras aldeas contiene una politeía propia que enmarca nuestros espacios en el afuera y que nos constituye en el adentro.
Insertos en el amplio marco del sistema democrático, de la formalidad republicana de ciertas instituciones que así lo dan a entender, en lo cotidiano desandamos un sendero que cada tanto, en ciertos tramos nos pueden sorprender por su composición y por lo que dimanan de tales paisajes.

En el estrago doloso de los inconcebibles números de pobreza y marginalidad, la anestesia que nos permite seguir conectados al respirador, tiene como nombre y apellido lo electoral. Sin tal cánula que nos vincula al dispositivo artificial, la retahíla del lazo social aún en pie se hubiese pulverizado hace tiempo.
Aquellos que tanto por azar como por necesidad, le escapamos a la indignidad de cómo poder comer a diario, creemos que con tal talismán, todos los problemas públicos o sociales deben ser resueltos en un santiamén.
Nos creemos con derecho a exigirles a nuestros gobernantes y representantes que resuelvan aspectos que nos pueden generar una dificultad puntual e inmediata. Creemos en la política en la medida que nos brinda un trabajo formal, un aumento de sueldo, una cobertura médica, un centro educativo para nuestros hijos, medicamentos para nuestros abuelos, seguridad para nuestro transitar e infraestructura para actividades de recreación o esparcimiento. La plaza del barrio debe tener los juegos para los niños, el césped cortado, encontrarse bien iluminada y un sistema de cámaras de vigilancia para prevenir que suframos un delito o en el caso de padecerlo que el estado se haga presente e intervenga en forma inmediata. En el mejor de los casos, para ello pagamos nuestros impuestos, y por tal contribución, debemos recibir no en la medida de lo que aportamos, sino de lo que exigimos y consideramos.
Los asuntos de la polis, la política, lo dirimimos cumpliendo la obligación de ir a votar y sanseacabó. Los partidos en su gran mayoría son clubes selectos donde el ingreso es libre y gratuito con la concepción perversa que una vez dentro, los mejores sectores sólo están reservados para unos pocos que discrecionalmente arman y desarman los parámetros para ejecutar los derechos de admisión en los que quedan los mismos de siempre y los que acatan a rajatabla sus decisiones.
Nuestra composición pasa a ser de sujetos, desustancializados de nuestra condición de tal. Es decir somos personas en tanto y en cuanto anegamos nuestra posibilidad gregaria o colectiva. Nos convertimos en individualidades zombies, que abortamos nuestra concepción de lo colectivo, a partir de perseguir supuestos deseos propios que no son más que reiteraciones de un goce enfermizo, que obtura al placer y nos condena a lo pernicioso. Hemos disuelto incluso el plano de lo real, de un tiempo a esta parte y pandemia mediante, trasuntamos nuestra errabunda existencia ( o lo que hemos hecho de ella) por las sinuosidades de lo virtual. Las pantallas en donde validamos el erotismo, la estética y la política al ritmo de un me gusta, de un emoji de un simple click, alimentan la abundancia, pantagruélica e inconsistente de nuestra carencia humana.
El reflejo de lo que vemos es contrafáctico o aspiracional. Es decir no tenemos la posibilidad y en el caso de que la tengamos, no lo toleramos, de ver nuestra “politeía”.
Preferimos aferrarnos a la sintonía disonante de lo teórico. El gobierno o la oposición, el otro, debiera haber actuado de esta o de aquella manera, porque así nos lo dicen, desde los dispositivos formadores de obediencia y opinión, pero la ausencia está frente nuestro, convive con lo que dejamos de hacer a diario.
Todos y cada uno de nosotros componemos el corpus político, que mediante los síntomas, señalan las características del espíritu en el que devenimos o constituimos nuestras politeías.
Es decir, sí habitamos en una comunidad con altos índices de pobreza y marginalidad, y con la herramienta electoral, seguimos ratificando por décadas a quiénes nos gobiernan o representan, entonces no es un problema que lo tengamos como tal, a lo sumo será una cuestión estadística, un lamento poético que como comunidad transformaremos en baile o canción pero no mucho más.
Lo mismo sí en el barrio más grande, las tensiones políticas se resuelven agitadamente, bajo la lógica de enfrentamientos facciosos o de grupos sectoriales que, ocasionalmente se vinculan para disputarse la distribución de poder con otras bandas con el mismo fin.
No podemos, en verdad podemos y lo hacemos, ser tan cínicos de pedirles que actúen como nosotros no actuamos, no actuaríamos ni actuaremos.
No hemos consolidado nuestra noción espiritual de pueblo, por más que tengamos un estado-nación determinado por una república con instituciones regidas por un sistema democrático.
El edificio lo fuimos construyendo sin plano alguno.
Arriba del escenario, abundan gobernantes y representantes, que no tienen palabras, porque no creen en las mismas, dado que no hay pueblo que las exija, que las demande, que las valore, que las forme, que las trabaje…

…«Hay un grado de insomnio, de rumia, de sentido histórico, que perjudica al ser vivo y termina por anonadarle, ya se trate de un hombre, de un pueblo o de una cultura» (Nietzsche, F., De la utilidad y los inconvenientes de los estudios históricos para la vida, Alianza Editorial, Madrid 1986, pág. 11).

Heródoto pese a haber escrito tanto y pudiendo conservarse en gran parte su producción en comparación a Sócrates, que no escribió nada, es solamente conocido en el ámbito restringido de los historiadores, obedece a la razón que la historia como narración mera de ciertos hechos desde una óptica, sin ser pensada o abordada desde una posición conceptual, deja testimonios parciales, apocados y acotados.

En la pretensión semántica de corresponderse con todo lo ocurrido, sí la historia o quién la pretende llevar a cabo como práctica oficiosa o profesional entre quiénes así la validan, no acude a las generalidades que por naturaleza dispone la dinámica filosófica, entonces pasa a ser historicismo.

«Lo que Nietzsche no ha cesado de criticar, es esa forma de historia que reintroduce el punto de vista suprahistórico: una historia que tendría por función recoger, en una totalidad bien cerrada sobre sí misma, la diversidad al fin reducida del tiempo; una historia que nos permitiría reconocernos en todo y dar a todos los desplazamientos pasados la forma de la reconciliación: una historia que lanzaría sobre lo que está detrás de ella, una mirada de fin de mundo» (Foucault, M., Nietzsche, la Genealogía, la Historia, Artes Gráficas Torsán, Valencia, 1988, p. 29).

Ni que hablar sí, históricamente se sigue presa, de aquellos paradigmas que sosteníamos como sujetos carentes de una visión más amplia o de lo que Voltaire estableció como “filosofía de la historia” es decir la metahistoria o la posibilidad al historiador de pensar en lo que narra, rescata y reproduce, no como un autómata sino como un intelectual en uso de sus facultades y de su posibilidad de ejercicio en cuanto tal en un momento dado.

Ya entendimos, también en el campo histórico que al analizar lo transcurrido no puede primar una sola perspectiva valorativa de los hechos.

“Entender la historia como un progreso continuo equivale a hacerse cómplice de los vencedores, lo cual impide ver bien a las víctimas de los conflictos del pasado” (Benjamin, W. «Über den Begriff der Geschichte», en W. B., Illuminationen. Aus- gewählte Schriften, Fráncfort, 1977, 251-261; Max Horkheimer y Theodor W. Adorno, Dialek- tik der Aufklärung, Fráncfort, 1969).

Desde nuestro aquí y ahora, debemos tener en claro, que durante muchos siglos hemos sido pensados, narrados, historiados y “descubiertos”…

…Catexia política.

Mientras nuestro campo de acción siga siendo el pupitre que nos mutila y aletarga, mediante sus dosis encubiertas de sumisión y de obediencia, o el puesto laboral que nos garantiza la putridez del respirador artificial, azuzando, con perfidia, la supuesta posibilidad de una recuperación imposible, o la impavidez onanista, de plantear batallas de sentido, mediante el ordenador y la interfase de una vida impostada por lo virtual, que nos lleva al falso clímax, del acabar sin sustancia, de amar sin sentir, de escribir sin pensar y de la corroboración de simplemente ser, un dato estadístico que alimenta y alienta la robotización de lo poco que nos queda de humanidad, la vida, esa de la que podríamos decidir algo, que valga la pena, nos está esperando, nos aguarda, nos observa, triste y desilusionada, como nos dejamos conducir inertes, a las muertes seguras, violentas, y morbosas que se nos quieren presentar como ineluctables.

Estamos impelidos al salto al vacío por un desahucio, por una enfermedad, por su remedio, a ser mutilados por un atentado, a la inanición por la injusta distribución de recursos y la anulación de la expectativa y del deseo de todo lo que no se nos ofrece y nunca lograremos siquiera acariciarlo. Nos amenazan con la letra muerta de la ley, que cada tanto se aplica mediante violencia institucional. En la perversa ilusión de que nuestros hijos podrían estar a salvo, cada tanto nos los ejecutan a mansalva, cuando no son perseguidos por las drogas de diseño y por los brazos victimarios de un sistema tecnológico, que está más cerca de perpetrar el ecocidio o el apocatástasis que de brindar ciertas satisfacciones tan momentáneas y efímeras como un me gusta cuando subimos una foto o una frase a nuestra cuenta de red social. Pese a que desde tiempos inmemoriales nos reconocemos como finitos, en la plenitud de conciencia que algún día esto va a acabar, la vida, que no elegimos, nos ganó otra partida, quizá la más decisiva, la que podríamos elegir, que es básicamente, cómo y porqué morir, que por contrapartida, se trata de lo más sustancial de la humanidad; la razón de la vida, o del sentido de está, que es el único patrimonio real al que debemos prestar atención.

No podemos seguir con la excusa vana, de que las religiones y los medios de comunicación nos convencen de una vida ultraterrena, sea mediante las indulgencias de parcelas de cielo en el más allá, o mediante la inmortalidad, precoz, de ser inmortales por cinco minutos de fama, inconsistente, como los dioses de pies de barro que sostienen tales dogmas.

En el doble esfuerzo, de reconocernos mortales, debemos, redoblar la voluntad o más que nada apelar a nuestro profundo sentido humano y elegir, optar, escoger, tomar la única decisión que le devolverá al mundo una nueva posibilidad, tal acto de libertad, probablemente sea valorado póstumamente, pero allí radicara la trascendencia colosal de su contundencia.
Debemos elegir cómo morir. No podemos seguir en la lógica del amo y del esclavo de perecer con la cadena presidiaria en el cuello. Sea mediante la violencia social que genera el mundo, mediante sus sistemas imposibles, o por intermedio de esas enfermedades agónicas y dolorosas que lo único que hacen es solventar una de las industrias más perversas como lo es la triple conjunción de salud, esperanza y tecnología.
Tenemos en nuestras manos, siempre lo hemos tenido, la salida del laberinto, la clave para desatar el nudo gordiano, el cambio, real y significativo de un mundo, que mediante lo que se propone, podrá tener otra posibilidad, que sea la que elijamos en la plenitud de nuestras facultades.
No necesitamos ni dinero, ni recursos, ni logística, ni medios de comunicación, ni propaganda. Sólo precisamos de ponernos de acuerdo, en un día y una hora, para que en todas las partes del mundo, vayamos al unísono, al lugar más simbólico y emblemático del poder político. Llegarnos a las puertas, o las vallas, o las rejas, de esos edificios faraónicos, totémicos, sacrosantos.
Iniciar desde tal lugar, la huelga de hambre, colectiva y multitudinaria, más rotunda y contundente, exigiendo que las reglas del juego o las principales aristas del sistema, cambien, se modifiquen, radicalmente.
Sin violencia, sin provocación, sin incitación a nada, pero con la convicción de qué es la decisión más altruista, más razonable, romántica, salvífica y libertaria que podamos tomar. Sin temor a que seamos muchos los que podamos perecer, más temprano que tarde, tal acto de rebeldía prometeica no podrá ser soportado por nuestros amos, que sabrán de una buena vez que rompimos el lazo, que queremos dejar de ser esclavos o que al menos, necesitamos cadenas más largas y grilletes menos pesados.
Claro que es una decisión polémica, compleja, difícil, controversial, utópica, quizá.
Sé perfectamente que te vas a desentender del asunto, no dar por aludido o seguir jugando, a la consola, al estudiante, al trabajador, al intelectual encorsetado, preso de esa ilusión que te condena a seguir siendo el títere vejado de un guion que siempre te tendrá como actor de reparto, salvo que una vez, apelando a tu humanidad y libertad, le demuestres lo contrario…


Francisco Tomás González Cabañas, filósofo nacido en Corrientes en 1980. Ha publicado “El Macabro Fundamento”, 1999, Editorial Dunken; “El hijo del Pecado”, 2013, Editorial Moglia; “El voto Compensatorio”, 2015, Editorial Ediciones Académicas Españolas, Alemania; “La Democracia Incierta”, 2015, Editorial SB; “El acabose democrático”, 2017, Ápeiron Ediciones. “La democracia africanizada”, 2018, Editorial Camelot; “Interdicciones filosóficas, políticas y psicoanáliticas. La vulva democrática”, 2020, Editorial Kolaval.
twitter @frantomas30 – facebook Francisco González Cabañas

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.