Gabriel Dodero: «La deseada máquina de desear»

El cine es dispositivo, producción, narración, consumo. Todos estos aspectos son atravesados por el deseo. Existió el deseo de la humanidad de crear una máquina que captara y desmenuzara el movimiento, esa fuerza empujó a desarrollarla desde mediados del siglo XIX, logrando en su culminación la invención del cine. El deseo de ver películas encontró su complemento en el deseo de producirlas, y su contenido, la narración, trata generalmente del deseo humano.

Su creación como dispositivo tecnológico, como aparato capaz de captar imágenes en movimiento y reproducirlas, surgió de la confluencia de inventos previos. El más evidente por su materialidad es la fotografía, pero conceptualmente algunos artefactos ópticos que jugaban con el movimiento (zootropo, taumatropo, fenaquistiscopio, estraboscopio, praxinoscopio, etc) tuvieron un rol orientador en la mecánica del invento. El deseo del criador de caballos Leland Stanford de saber si los caballos en el galope tenían en algún momento sus cuatro cascos suspendidos en el aire, hizo que acudiera en 1889 al fotógrafo pionero Edward Muybridgc, quien se las ingenió para captar el movimiento en secuencia fotográfica que lograba discernir cómo era el movimiento. A partir de ahí, se desarrolló la captación y proyección mecánica. El deseo de descomponer el movimiento, logrando que la mecánica y la óptica dejen ver aquello que por su rapidez estaba vedado al ojo, activó el deseo de registrar la realidad, y en 1895 Lumiere filmó la llegada de un tren a Lyon que podía verse en New York, Buenos Aires o Bangladesh, tanto un rato más tarde de filmado (previo revelado) o más de un siglo después en nuestros días. Según la perspectiva en los 60 del autor de “Understanding Media” Marshall McLuhan, el deseo humano de extender sus sentidos se ve consumado con este medio que permite extender la vista y el oído en el espacio y en el tiempo. McLuhan considera también la ambición de reproducir objetos, e ideas, que evidencia la invención de la imprenta. Esta aspiración también está presente en el cine. Piénsese que la palabra cinematógrafo es escritura de imágenes.

Otra perspectiva la ofrece André Bazin, crítico y teórico francés y uno de los fundadores de la revista cinematográfica «Cahiers du Cinéma», quien se preguntó ¿Qué es el cine?, titulando así uno de los más influyentes libros, en esos artículos escritos entre 1958 y 1963 afirma que la apetencia del hombre por la semejanza de la imagen a la realidad que satisfizo la fotografía, fue completada por el cine al embalsamar el tiempo. No era sólo una imagen detenida en el tiempo, separada de su secuencialidad temporal, sino un fragmento de realidad.

Hasta aquí hicimos un breve resumen de los deseos involucrados en la concepción de un dispositivo tecnológico dedicado a registrar y reproducir audioimágenes. El montaje del material “realidad”, permitió al hombre desarrollar un nuevo lenguaje. Cuando la impresión que causó en los primitivos espectadores la imagen en movimiento dejó de ser novedad, fue necesario para mantener la atracción, contar historias y entonces se descubrieron amplias posibilidades expresivas. El lenguaje audiovisual logró satisfacer el deseo de comunicación. El cine mudo entusiasmaba la esperanza de haber encontrado un esperanto visual que derribara las barreras idiomáticas. La inclusión de la palabra escrita de los intertítulos pronto acabó con la ilusión, pero cimentó el intercambio que encontró la solución en el subtitulado y el doblaje.

El cine es el lugar de encuentro entre el deseo de quien produce las audioimágenes de mostrar y ser escuchado y el deseo del espectador de mirar y escuchar.

El deseo de mostrar y ser escuchado necesita para su concreción el deseo de producir cine en el sentido industrioso y/o artesanal lo que conocemos como producción cinematográfica que aúna deseos de profesionales, técnicos y actores de ejercer su arte, y/o acumular experiencia, y/o ganar dinero. En el cine industrial esto requiere convocar a inversores deseos de incrementar sus capitales. En el cine no industrial la conjunción de deseos es el capital fundamental de la producción. Excelentes películas fueron realizadas “a pulmón”, interesante metáfora del aliento del deseo, cuya meta es la finalización de un objeto artístico.

Los deseos de los ciudadanos de cada país de ver reflejadas en sus pantallas locales sus propias historias, realidades, costumbres e idiosincrasias justifican el apoyo económico de sus estados a sus respectivas cinematografías nacionales defendiendo su industria y su cultura.

Hoy en día asistimos al surgimiento de producciones audiovisuales múltiples como las de los youtubers cargadas de deseos de comunicarse y/o deseos de satisfacción narcisista de ser mirados y escuchados (y como agregado seguidos). El acceso a la producción y exhibición de piezas audiovisuales por costos ínfimos de grabar y subir material, generó la popularización de la autoexhibición cumpliendo el deseo del “minuto de fama” como aquel viejo deseo de “aparecer frente a las cámaras” que tan bien aborda “Bellísima” (1951) dirigida por Luchino Visconti y escrita por Cesare Zavattini. Espero estimular en el/la lector/a de este artículo, el deseo de ver esa excelente película.

Hemos dicho que a partir de una tecnología se desarrolló un lenguaje que cumple una función de comunicación y explicamos como el deseo atraviesa cada aspecto, queda por mencionar la intersección del deseo sobre lo que cuenta ese lenguaje y sobre sus modalidades de contar.

Según los más utilizados manuales de guion (1) el deseo es el motor de un guion clásico (invito a les lectores a leer mi anterior artículo en el N°1 de Devenir111, “El inicio” para tener precisión sobre a qué me refiero con clásico). En el lenguaje audiovisual  clásico el protagonista es activo y esa cualidad viene de la necesidad de ejecutar acciones en pos de concretar un deseo: rescatar a la princesa, vencer al enemigo, obtener el poder, lograr justicia, vengar la traición, eliminar una distorsión.

Ahí subyace la mentada catarsis de la ficción. Tranquilizar al espectador dándole la satisfacción del final feliz que conlleva que el héroe con quien nos identificamos consiga la justicia de la que carece el mundo real. Chaplin, hábil en captar audiencias, declaraba que el espectador quería ver al opresor derrotado por el oprimido, quería ese recreo de la vida real donde rutinariamente sucede lo contrario. Chaplin cumplía el deseo a esas masas de trabajadores que asistían al, en aquellos tiempos barato, entretenimiento del cinematógrafo. El vagabundo desempleado ridiculizaba al patrón capitalista, a su policía aliada y a la aristocracia insensible al brutal mundo que construían.

El deseo del espectador puede ser tanto la evasión, como aprender de otras praxis de vida. Que haría yo si… Ponerse en el lugar de otro. Cumplir fantasías de heroicidad. Vivenciar otras vidas y experiencias. Huir de una gris realidad como la protagonista de “La rosa púrpura del Cairo”.

Darle sentido a la anarquía de la existencia, a través de un orden que le da dirección, esto es lo que hace la historia. Las historias ordenan acontecimientos para darle sentido a una experiencia. Este sentido es creado por una subjetividad que aísla acontecimientos de un caos y los ordena en una secuencialidad de causas y efectos.

Las historias ajenas nos dan un reservorio de herramientas para actuar en circunstancias similares. No es que nos vayamos a lanzar sobre algún malhechor a lo Bruce Willis o nos vayamos cenar con Hannibal Lecter, pero aún en la película más lejana a nuestra realidad, habrá alguna acción, metáfora, gesto, deducción, que puede ser aprendida y reutilizada. Ni hablar de aquellas que más cercanas a nuestra cotidianeidad nos pueden enseñar cosas más concretas como cuantos huevos lleva una tortilla, desde la televisión y la internet audiovisual cada vez más diversificadas a gusto de diversificados usuarios.

El cine toma como material la realidad, la fotografía y así la imagen es análoga, y las acciones de los personajes imitan aquello que se considera posible, es decir su comportamiento es creíble. Las circunstancias que rodean al personaje crean una lógica propia de cada película que genera un verosímil, es decir similar a la verdad. Si en algo concuerdan cine y realidad es que el deseo genera conflictos. En las historias de la ficción los deseos de los personajes encuentran oposiciones que chocan estallando en conflictos, lo suficientemente espectaculares y extraordinarios para interesar al público. En el mundo real cada persona cuando tiene un deseo se mueve en pos de concretarlo y entrará en conflictos habitualmente menos espectaculares y más ordinarios, seguramente sólo interesantes para esa persona y su entorno. El famoso “basado en un hecho real”, implica que algún deseo de la vida real cobra una trascendencia por su valor colectivo espiritual, social, político o histórico, o una inhabitual para el mundo cotidiano espectacularidad de acciones, mereciendo su narración audiovisual y/o literaria.

Si tomamos distinción entre narración clásica y narración moderna o de arte y ensayo (2), el párrafo precedente establece lo que sucede con la primera modalidad, en cuanto a la narración moderna o de arte y ensayo que se abre a contar historias de personajes que no logran salir de su conflicto interno, de otros que parecen no saber cuál es su deseo (aunque lo tienen), donde las relaciones causales de las historias son más débiles, justamente abordan aquellos aspectos de la realidad que necesitan otros tempos y otras facetas de la psicología de los personajes donde el deseo no es tan claro, o es necesario que se indague cual es. Es de alguna forma, un símil con la realidad en cuanto a su anarquía de sentido, a la pluralidad de deseos que habitan a cada ser humano, y a la ausencia de una resolución definitiva en casi todos los asuntos que cada persona transita.

Para cerrar consideremos que, el deseo es entonces pieza fundamental que mueve el motor de las historias. Como todo motor invisible que lo mueve, está casi siempre, lo suficientemente naturalizado para no cuestionarlo y pocas veces analizado. Pero ocurre en algunas ocasiones que el deseo es el tema de una película. De esos más escasos films que lo abordan temáticamente destaco “Ensayo de un Crimen” (1955) de Luis Buñuel. Quien mejor que el gran maestro para confrontar la irracionalidad del deseo. En esta película Archibaldo cree que una cajita de música que le regaló su madre siendo niño tiene, cual Lámpara de Aladino, el poder de materializar sus deseos. La creencia se refuerza por la muerte accidental de varias mujeres, pero que él se atribuye inculpándose por pedir esa concesión a la cajita de música al desear matarlas. Otra película que pretendo estimular el deseo de verla a quien lea.

(1) Tomamos aquí como ejemplo de típico manual de guion el de Robert Mc Kee, transcribiendo su definición de:

«El DISEÑO CLÁSICO implica una historia construida alrededor de un protagonista activo que lucha principalmente contra fuerzas externas antagonistas en la persecución de su deseo, a través de un tiempo continuo, dentro de una realidad ficticia coherente y causalmente relacionada, hasta un final cerrado de cambio absoluto e irreversible.»

(2) Categorización de David Bordwell en Bordwell, David. La narración en el cine de ficción, Barcelona, Ediciones Paidós

Gabriel Dodero, cineasta. Egresado del ENERC. Docente de UNA (Universidad Nacional del Arte) y UMSA. Director, productor, editor, guionista y ensayista. Autor del Documental “Al Trote!” (2012) y el Cortometraje “Happy Cool” entre otras obras.

doderogabriel@gmail.com

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