Gabriel Dodero: «Las reglas del juego»

Para el que ha marcado la baraja
y recibe siempre la mejor…”
Pedro y Pablo (Miguel Cantilo y Jorge Durietz)

¿Qué es lo que hace un taxista seduciendo a la vida?, preguntaba Arjona para seducir a un público masivo. La invitación al consumo apela a la emotividad romántica, se dirige a un rubro de trabajadores numerosos a los que ilusiona con la oda al compañero que conquistó a una mujer rica para que hagan catarsis del esclavizante cuentapropismo pauperizado, mientras la banderita “Libre” es la mueca irónica que le hace su auto. Podríamos parodiar la canción del cantautor haciéndola más incómoda y menos consumible preguntando: ¿Qué hace un taxista en una marcha a favor de los sectores ricos y acomodados?
Alimentar ciertas grietas confrontando con ese taxista es no entender que si hay grieta es entre democracia y plutocracia. Aunque algunos pregonan para llevar agua a su molino que es un problema argentino, se trata de un fenómeno mundial. Sin pretender abarcar tanto, centrémonos en nuestro país y en lo que tiene que ver con esta columna dedicada a los medios audiovisuales. Ese taxista, pero también albañiles, médicxs, amxs de casa, en definitiva trabajadores (para ser absolutamente claros, personas que dependen de los ingresos del trabajo para vivir) conviven como nunca antes en la historia con una multiplicidad de medios de comunicación que penetran sus espacios (viviendas, trabajos, transporte, ocio) permanentemente. Radio, televisión, celular, internet los acompañan tanto para evadirse de sus realidades, como para formar las ideas que adoptan sobre la sociedad en que viven. Que cada quien tenga un variado menú de opciones informativas, académicas y de opinión para ordenar sus percepciones del mundo en que vive construiría una ciudadanía libre, participativa y empoderada para tomar las decisiones que lo benefician. Pero la plutocracia se adueña de medios de comunicación (como de tantas otras herramientas de producción) para viciarlos y usarlos para conservar sus privilegios en detrimento de las mayorías. Cada vez más gente reconoce las maneras más obvias: noticias falsas, enaltecimiento de políticos, jueces y demás actores sociales a su servicio y persecuciones a los políticos, jueces y demás actores sociales que osaron intentar limitar sus ventajas sobre el resto de la sociedad y no ceder a sus extorsiones. Sin embargo, esas prácticas son sólo una parte de una construcción mediática más profunda que propugna la plutocracia (gobierno de los ricos, en todo caso el excesivo poder de corporaciones y personas aún sobre gobiernos, fenómeno también mundial, aunque atenuado en los países donde la política es fuerte).
Esa construcción mediática consiste en la formación de ideas circulantes que confundan las reglas del juego que rigen a la sociedad. Esas reglas las ponen las élites de las sociedades. Las que tienen un mínimo de humanidad, dejan espacio para la movilidad social, cediendo la tentación que da el poder de quedarse con todo. Las élites angurrientas (tan obvias en Latinoamérica) no aceptan límites y ponen reglas de juego para, sin arriesgar, ganar siempre. Por eso necesitan inducir a error para que los que van de punto, tengan ideas imprecisas sobre las reglas del juego y conserven la ilusión de que pueden ganarle a la banca (ellos).
Se supone que las reglas del juego del equilibrio social las ponen la Constitución y el resto del cuerpo de leyes, sin embargo, depende de la interpretación de quienes gestionan la ley la efectiva relación justa entre los integrantes de la sociedad. Esas reglas del juego bien aplicadas lograrían relaciones justas entre sus participantes, al menos dentro de los parámetros de “justicia” posible para un sistema capitalista (control de monopolios, competitividad en igualdad de condiciones, posibilidades de ascenso social). Cuando alguno de los participantes inclina el tablero aumenta la injusticia y se agudiza la desigualdad. En las sociedades desarrolladas el individuo y las corporaciones con poder económico deben respetar las reglas del juego y quién carece de ese poder están más protegidos de caer en la “ley de la selva”, es decir, la ley del más fuerte.
En ese reparto de cartas a quién le tocó el naipe “trabajador” y no el as de espadas, dependen de su conocimiento de las reglas del juego y de su capacidad para hacer respetarlas, sus posibilidades de progreso y en el peor de los casos, de supervivencia. Si desconoce las reglas, si no las hace respetar es pan comido para la voracidad de los que pretenden quedarse con todo el mazo. Si es un gato y se percibe como puma se pondrá del lado de los predadores y no de los predados.
Sin entrar en campos sociológicos que no me competen mi intención es marcar el rol de los medios audiovisuales, temática de mi columna, en este fenómeno.

Mejor no hablar, de ciertas cosas
Los medios para bien o para mal siempre ejercen una función educativa educan para la libertad o adiestran para moldear a sus consumidores en instrumentos de los adiestradores.
Es un error menospreciar la capacidad intelectual de ese taxista con el consabido “le lavan el cerebro”, porque hay una elección de esos medios. No es el taxista que seduce a la chica rica, sino las ricas y ricos que lo seducen a él desde sus medios con sus seductorxs empleades: simpáticxs y campechanxs presentadorxs de noticias que le hablan como a un amigo reforzando las ideas circulantes de sentido común, le dicen lo que quiere oír, un discurso al gusto del consumidor, en definitiva: el cliente siempre tiene la razón. La potencia técnica (cobertura geográfica y claridad de difusión) de las señales de radio, la propiedad de los cableoperadores para las señales de TV y la distribución de internet (portales de búsqueda, filtros y portales de noticias), hacen a la facilidad de acceso al medio elegido. No le podemos pedir a alguien que trabaja todo el día, que encima se esfuerce sintonizando o buscando una señal. La multimillonaria propiedad tecnológica mencionada precedentemente, es obvio que sólo puede estar en manos de corporaciones poderosas, y que como tal defenderán sus intereses que en la mayoría de las ocasiones son contrarios a los intereses de los trabajadores. Los medios que pregonan la libertad de prensa, arrogándose el derecho de decir cualquier cosa y se adjudican transparencia, verdad y decir que lo dicen todo, se cuidan justamente de no hablar de las diferencias de intereses que representan con aquellos que los consumen. Como en el cine y los demás medios audiovisuales que cuidan de no mostrar sus medios de realización (no mirar a la cámara, que no se vea el micrófono y actuar como si la cámara no estuviera) para mostrar una realidad espiada por el espectador, se aplica para relatar acontecimientos en noticieros, programas periodísticos y demás constructores del pensamiento circulante una representación de la realidad en la que se insiste que no es representación sino la realidad misma.
Para empatizar, seducir e incentivar a tomar partido por sus intereses al oyente y/o espectador, los plutócratas se hacen pasar por trabajadores. Para algunos casos es cierto, sus representantes periodistas, presentadores, etc. son trabajadores, pero en algunos casos empresarios del periodismo y como tal venden su producto al mejor postor. No se habla de lo que cobran sus servicios, que dista abismalmente del salario del oyente y/o espectador. No es mi pretensión que ganen lo mismo, critico al trabajador calificado que se hace el sota al respecto buscando confundir al laburante. Los meros empleados periodísticos tampoco se pueden expresar con verdadera libertad cuando su opinión contradice la línea editorial empresaria.
Una idea circulante muy visible en nuestros tiempos es la de la meritocracia, o en todo caso la deformación que los medios hicieron de ella, negando como las líneas de largada están en diferentes puntos de la pista. Estimularla es de gran conveniencia para la plutocracia, solidifica la idea de que si se es rico es porque se merece y culpa al que no lo es, aunque haya trabajado toda su vida, de una tara no visible que le impidió ver las oportunidades que, aunque no nos digan cuales son, seguramente existieron. Fenómeno inexplicable que afecta a trabajadores sirve para confundirlos sobre las reglas del juego. La herencia, la pertenencia a ciertos círculos sociales, el patrimonio del que se parte, de eso no se habla.
Uno de los trabajos más arduos, ingrato y azaroso es buscar trabajo. Esto también se oculta y en cambio se menoscaba impíamente a quien no trabaja, como si todos los desocupados eligieran esa situación y bastara querer trabajar para el día siguiente estar haciéndolo, otra enseñanza distorsionada de las reglas del juego falsea la comprensión de los integrantes de cómo funciona la sociedad de la que son parte. Por si hiciera falta decirlo, al hablar de trabajadores en esta nota, quienes buscan empleo también están incluidos en esa consideración.
Otra de las patas para que las masas confundan o desconozcan las reglas del juego es el culto al individualismo, como si la suerte individual de la mayoría de las personas no dependiera de la situación colectiva que lo atraviesa. Se suelen preguntar porque el dueño de un campo debe pagar impuestos a pesar de su esfuerzo y de su propiedad como si para su explotación no utilizara por ejemplo rutas que fueron construidas por toda la sociedad. Y si de impuestos hablamos, se evita hablar (concretamente) de sistemas impositivos (completos)de países desarrollados, así instalan la idea circulante: en Argentina los ricos pagan demasiado de impuestos. Hablan de un capitalismo sin estado, algo que no ocurre en los países desarrollados.
Lo que termina de zurcir este entramado es el fogoneo de la antipolítica. La metodología es atribuir más poder del que tienen a los políticos y menos a las corporaciones. Quien cree esto echa la culpa a los políticos y a la política de situaciones económicas y sociales muchas veces generadas por los plutócratas que ostentan el poder real. Aunque dé para quejarse y quede mucho por mejorar, la política sigue siendo la herramienta de los pueblos para lograr justicia, equidad y mejor distribución de la riqueza. También hacen creer que es fácil trabajar en política a gente que no puede soportar ni una reunión de consorcio.
El logro de los plutócratas titiriteando a sus medios es crear un clima social que dificulte decisiones políticas justas que puedan arrebatarle alguna miga.
Saber las reglas del juego social es conocer quienes tienen el poder real, quienes poseen y no poseen, quienes reciben de más y quienes son esquilmados, como circula la riqueza y de qué manera se distribuye. Quienes conocen esas reglas nunca marchan en contra de sus intereses.

Gabriel Dodero, cineasta. Egresado del ENERC. Docente de UNA (Universidad Nacional del Arte) y UMSA. Director, productor, editor, guionista y ensayista. Autor del Documental “Al Trote!” (2012) y el Cortometraje “Happy Cool” entre otras obras.
doderogabriel@gmail.com