José María Barrios Hermosa: «Aquí y ahora»

Una tarde primaveral enmarcó sin apuros esta charla con José –actor, dramaturgo, director de teatro-, tan fecunda como exquisita. “Es imposible no llorar con esa escena. Entonces… No sé –cabalmente lo ignoro-; hasta qué punto está bueno vivir luchando contra molinos de viento, con ovejas como si fueran un ejército, pensando que Dulcinea era una mujer de alta alcurnia cuando era una prostituta de una posada; o morir como Alonso Quijano…”.

Posadas:

Devenir111: Naciste en Posadas, Misiones. ¿Hasta qué edad viviste allí?
José: Hasta los 17, cuando vine a estudiar diseño gráfico en Buenos Aires. Después vuelvo a Posadas y ahí me desarrollé como persona, digamos, de alguna manera nunca terminamos de integrarnos a la sociedad, pero entiendo que empecé a tener más conciencia artística y cultural en Posadas, cuando ya hacía teatro y tenía unos 22 años… Por eso mi búsqueda artística siempre está mirando a cuestiones que están más allá de Buenos Aires…

Devenir111: Antes de avanzar por ahí, contanos a quienes no conocemos tanto tu tierra natal, cómo fue crecer viviendo en Posadas.
José: Posadas es una ciudad, hoy la Gran Posadas tiene 400.000 habitantes, pero que en aquel entonces la movida y la vida conservaba cierta tranquilidad de pueblo. Gente sentada en la vereda tomando mate o tereré, los chicos y las chicas callejeando. En los 80 la mayoría eran casas, pero yo viví en un edificio de departamentos, a unas 10 cuadras del río Paraná. Esa zona aún no estaba tratada, lo cual cambió con la represa y el embalse Yaciretá, cuando se levantó la Costanera. Lo cierto es que en el edificio había 10, 15 pibes de similar edad, y nos cansamos de jugar a la pelota en las veredas. Si un colectivo la reventaba la rellenábamos con trapos viejos para seguir jugando; y cuando aparecía una de cuero nueva, era una fiesta!

Devenir111: Y el río… ¿formaba parte de tu cotidiana?
José: De la cotidiana no, pero a veces íbamos con mi familia a la playita; eran 3 cuadras de asfalto y luego 7 de tierra, cruzando las vías. También iba a pescar con mi abuelo, cerca del puente que une con Encarnación. Ahí el río tenía mucha corriente y había buenos dorados. Mi otro abuelo pescaba en una canoa… Después de la represa todo cambió, el embalse se extiende y hoy es como un gran lago. A Posadas también le pasó durante mucho tiempo eso de darle la espalda al río. Ahora, la Costanera está preciosa, es muy linda. Pero no deja de ser un balcón para mirar el agua, sin acceso real al río –salvo en lugares puntuales-. De pibe recuerdo que pasaba un tipo con un palo cruzado en las espaldas vendiendo bagre, pacú, dorado… Esos pescadores y esas prácticas ya no existen.

Teatro:

Devenir111: ¿Cómo fue tu despertar al teatro y a otras artes?
José: Siempre tuve una inclinación… mejor dicho, siempre fui curioso. En la secundaria alguien preguntaba «¿Che quién quiere hacer…?» Y yo me prendía. Se ve que algo fue dejando eso, cierto abono para otra cosa, en el inconciente. Empecé teatro porque a mi amigo Mariano le recomendaron hacerlo, me lo cuenta en un “asalto” y le dije “Bueno dale, te acompaño”. Fui, eso pasó 22 años atrás, y ambos seguimos haciendo teatro; hemos recorrido caminos y trabajado en algunas obras juntos. Recuerdo que finalizando aquel primer año del taller, el profesor preguntó quién quería participar en la muestra. “No sé, poneme un signo de pregunta”, le respondí, porque no estaba seguro si deseaba mostrarme en un escenario. Algunos ensayos después ya me encontré participando, interpretando un rol… Fue mi primera muestra en serio, digamos.
   A partir de allí, esto suelo compartirlo como ejemplo, mi biblioteca cambió. Venía leyendo literatura, historia, mitología griega… y de pronto empiezan a aparecer otros libros, obras de teatro, de teoría teatral. Si seguimos a Borges y tomamos la biblioteca como un mundo, ahí leo una marca en mi recorrido.

Devenir111: ¿Sos de leer, de “estudiar” teatro, entonces?
José: Sí, sí. Cuando arranqué, en Posadas había varios talleres pero no existía una educación formal, una carrera de actuación como son acá la Escuela Metropolitana de Arte Dramático o la Escuela Nacional de Arte. De vez en cuando venía a Buenos Aires para tomar cursos, formarme; también gente de acá era invitada a Posadas, Santa Fe, etc., y asistía a sus seminarios…
Siempre entendí y entiendo que requiero el aporte teórico –semiótica, crítica teatral, diferentes temáticas- además de lo práctico. Aunque hay estilos de cada quien y una rivalidad milenaria entre ambas, en mi caso cuando teoría y práctica conviven en cierto equilibrio, es el punto. La intuición, el fogueo, la calle, están genial. Pero si a eso vos le sumás el marco teórico, podés concentrar más energía, sacarle más el jugo.

Devenir111: Uno imagina que el teatro es tan antiguo como la humanidad. Aún ¿podés ubicar transformaciones, modificaciones a lo largo del tiempo?
José: Es difícil e interesante la pregunta porque encierra varias cosas, pero para no entrar en cuestiones teóricas, etc., prefiero ser provocador en la respuesta y decirte que no ha cambiado nada el teatro, argumentando por qué.
La clave está en que por cierto el teatro es tan antiguo como la humanidad; no en cuanto a sus bambalinas, el vestuario, la orquesta, como tenían los griegos –la palabra teatro viene de ahí, y ese formato occidental que nació hace 2.500 años-; sino en cuanto a una persona que se pone delante de otra, parada o sentada, alrededor del fuego o no; contándote una historia, poniendo una inflexión de voz, haciendo pausas, utilizando recursos que te da el cuerpo o algunos artilugios de la naturaleza, para transmitirte algo. Y eso no se ha perdido; en plena época de tecnología, celulares… la gente sigue yendo al teatro. Nos atrae de manera increíble la energía de otra persona o más, haciendo, narrándonos una historia, viéndolos sudar, escuchándolos e incluso a veces no entendiendo todo. Esa energía humana nos atrae y esencialmente no ha cambiado.
   Cuando aparece la fotografía dijeron que iba a morir la pintura; la pintura se adaptó. Cuando a partir de la fotografía surge el cine dijeron que iba a morir el teatro, y el teatro sobrevivió a la radio, al cine, a internet, y va a seguir sobreviviendo; por esa necesidad de las personas de comunidad, de convivio, de escuchar al mismo tiempo la historia que te están contando. No es lo mismo mirar una película solo en el living que ir al cine.
En definitiva, la experiencia ahí de un actor o una actriz a quien se le caen las lágrimas, y vos le creés aunque sabés que es mentira… ¿Cómo puede ser eso? En un momento entramos en esa historia, nos creemos lo que está pasando, ponemos en suspenso ese estado psíquico… Eso es lo que esencialmente no ha cambiado, y entiendo que en tanto sigamos siendo seres humanos, el teatro seguirá siendo lo que es.

Devenir111: Se dice por ahí que en Argentina o al menos en Buenos Aires hay un movimiento teatral más nutrido que en otras ciudades del mundo. ¿Eso es cierto?
José: Bueno, gente que sabe, y ha viajado mucho más que yo, lo afirma. En Buenos Aires la actividad y oferta teatral es muy variada. Otra cosa es la calidad, aunque el talento actoral en Argentina también suele ser destacado respecto al de otros países.

Devenir111: Tengo la impresión de que solemos conocer más sobre actores, incluso directores, que sobre escritores de teatro. ¿Nos contás al respecto?
José: Acá hay grandes dramaturgos… Mauricio Cartoon, Griselda Gambaro, Ricardo Monti, Tito Cossa, Rafael Spregelburd… son realmente muchos. Diría, retomando una pregunta anterior, que algo que ha cambiado a lo largo del tiempo y se nota mucho en Argentina, es que el autor, además de dramaturgo, también es director. Antes alguien escribía, otro dirigía y otros actuaban. Hoy el autor suele ser también director. Lo cual no me parece mal, porque tiene ya la idea de lo que quiere. Y no pasa sólo por una cuestión de “Che, yo imaginé otra cosa, esto no era así.” Aunque también suceda. Martín Giner, un joven autor tucumano –hice un par de obras de él-, por ejemplo, escribe la obra, pensando en cómo la quiere, en su grupo de trabajo, la pone en escena, la dirige; y después la libera para que quien decida tomarla la haga como se le ocurra…

Devenir111: En cine suele hablarse de “guiones de hierro”, y de otros que se prestan más a que el actor los modifique… ¿En teatro también?
José: Hay directores que no son tan celosos del texto y otros sí. Yo he pasado por directores de todo ese espectro. A la hora de dirigir opté por ceñirme al texto. Por un lado porque el texto es el contrato que tenemos entre el director y los actores; es lo que vamos a hacer. También es una seguridad para quienes están trabajando en escena. A veces pasa que si no le “tirás el pie”, o se producen pausas que no sabés si se olvidó la letra o está creando… Son señas que tenemos… Si me hacés un gesto y no otro ¿cómo saber si me estás pasando la pelota? Algunos dirán que lo resolvés después de un tiempo de trabajar con tu compañero; pero me parece que no está bueno en la duración de la obra estar caminando siempre por la cuerda floja…
   Por otro lado, cuando vos tenés bien incorporado el texto, la cabeza ya no piensa, y tenés más posibilidades de crear. Cuando estás pensando, no podés crear. Y el texto te obliga a pensar. Por ejemplo, esto que estoy diciendo no tengo que pensarlo porque es una creación auténtica, propia, sale de mí. Pero si yo te doy un texto que no es tuyo, el cuerpo, el cerebro, lo reconoce como un agente externo, un implante que tiende a repeler; la cabeza pelea con el texto y hay que esperar un tiempo para que ya no lo rechace. El desafío del actor es hacer que ese agente exterior a nuestra conciencia se transforme en algo nuestro o por lo menos conviva con nuestro cuerpo. Y cuando no pensemos más, vamos a poder crear mejor.
   A la vez hay un punto…  cuando estamos actuando… en que el tiempo se suspende. La conciencia está en lo que estás haciendo, pero a su vez estás en un estado de inconciencia, de frenesí, dentro de ese mundo que se ha creado allí, de ese tiempo y ese espacio. Ponele que la obra dura una hora; pero no estamos pendientes de ese tiempo mientras dura la actuación. Somos lo que representamos; en ese momento esa es nuestra realidad, ese viaje; hay una magia ahí. Y quienes van a ver la función también van dispuestos a vivirlo así. Es como si se firmara un contrato tácito entre quienes están en el escenario y quienes están en la platea, de que lo que suceda en ese tiempo y espacio va a ser “real”.

Cosas de la vida; la muerte, lo helénico, la historia:

Devenir111: Mientras charlábamos antes de grabar dijiste algo sobre la muerte o tu relación con ella…
José: Creo que la historia de la humanidad, y de la literatura… como conjunto de situaciones que vamos dejando para la posteridad, habla de la muerte y del amor, básicamente. ¿Cómo puede ser que alguien sea tan vital un día y al otro sea un cuerpo inerte? Ese interrogante es un mundo y al no tener respuesta de algún modo lo vuelve atractivo. Por qué la muerte, y entonces por qué la vida, a la que nos aferramos tanto. Como esas fábulas que se vienen contando hace miles de años de la muerte personificada en algún ser que va a buscar a una persona, que trata de eludirla y viaja para escapar de la cita de la muerte en su casa y se encuentra con ella tropezando en el camino o al pifiar un escalón de una escalera. Canta La Renga: “La muerte está tan segura de vencer que nos da una vida de ventaja”.
A veces me pregunto cómo me va a encontrar a mí y quisiera estar más preparado, o con más calma. El cine yanqui apela a cierto gag donde quien está por morir tira un chiste antes, una ironía; o Sócrates y el gallo de Esculapio. Al fin y al cabo la muerte forma parte de la vida. Y entiendo que ser conciente de la muerte permite disfrutar más las situaciones de la vida.

Devenir111: ¿De dónde viene tu pasión por el mundo helénico, cómo arribás ahí?
José: Ayer, porque estoy haciendo eventos de vino y mitología… Bueno, más de una vez me han formulado esa pregunta y en verdad no tengo una respuesta acabada. Carezco de ascendencia griega… Te cuento algo:
   Cuando era pibe, tendría 6 o 7 años, los fines de semana íbamos con mi hermano a la casa de mis abuelos, y uno de nuestros padres nos pasaba a retirar al caer la tarde. Hubo un día que mi viejo no llegaba. Yo estaba mirando la tele, una película de la que recuerdo dos escenas. Una es un plano desde abajo y en las nubes se ve la cara de un tipo con barba que hace un gesto de sacar una mano y agarra a un tipo chiquito en una playa y lo deposita en una isla. Yo quedé fascinado. En la otra escena una mujer con el pelo con serpientes –después me enteré que era Medusa-. Es el recuerdo más antiguo que tengo fascinado con ese mundo griego. Esa vez mi viejo tardó en ir a buscarnos porque un chico había caído al vacío del ascensor del edificio donde vivíamos. Quizás si ese chico no se hubiese muerto en ese agujero, si eso no hubiese pasado, yo no hubiera visto esa película ni tenido esa experiencia.
   Después… En la casa de mis viejos había una biblioteca, casi exigua, pero entre los libros una colección de tres tomos que se llamaba “El mundo mágico de los niños”, organizados por temas. Cada tema (la prehistoria, la Edad Media, el descubrimiento de América, etc.) arrancaba con un cuento. Me acuerdo que la invención de la imprenta comenzaba justamente con unos párrafos del Quijote. Pero la mayoría arrancaba con un mito griego, y me encantaba leerlos.
   Más adelante, 10 años tendría, al volver de un acto escolar caminando con mi vieja y un amiguito mío, él dice “José, el año que viene me voy a cambiar a una escuela que enseñan latín y griego”. Cuando escucho “latín y griego” le digo a mi vieja “Yo me quiero cambiar a esa escuela, yo me quiero cambiar a esa escuela”, impulsivamente. Mis viejos no entendían, argumentaban que cómo iba a dejar a mis compañeritos, pero yo insistía “Quiero quiero quiero quiero”. Movieron cielo y tierra, porque ya había cerrado la inscripción, con tanta insistencia –ahí uno ve lo que hacen los padres por los hijos-, aunque a la vez  la insistencia era mía, les quemé la cabeza, que consiguieron hacerme entrar; hice primaria y secundaria. Desde ahí no paré, estudié griego y latín, cultura griega y latina, después griego moderno, fui a Grecia…
Devenir111: Te referías a lo que hace el deseo de los padres por los hijos, y qué bueno que ellos hayan acompañado el tuyo… Pero también lo que hace el deseo, que tiene fundamentos, pero es loco, como si desbordara las razones previas que lo determinan…
José: Tal cual… A veces me pregunto por qué me gusta tanto, y nada alcanza para justificarlo. Otras digo que no tengo que buscarle tanto el por qué; lo disfruto y listo; a vivirlo…

Devenir111: Otra de las cuestiones que te cautivan, es la historia…
José: Sí, soy un aficionado, pero siempre me gustó. Hay quienes quisieran tener la máquina del tiempo y vivir en la Edad Media por ejemplo. No es mi caso, en esa época no existía la anestesia, te morías por un dolor de panza… Pero me sirve para poner en perspectiva… Aunque algunas cosas no cambian, la historia de la humanidad es una marcha continua hacia algún lugar que no sabemos dónde. Y avanzamos sobre los hombros de otros que nos precedieron. Eso también me pone en un “aquí y ahora”…

Republiquetas y Arriba el bajo pueblo:

Devenir111: En ese marco, ¿qué es Republiquetas, qué Arriba el bajo pueblo?
José: Ambas obras se inscriben en una dimensión de la historia más ligada a lo político… Republiquetas trata de hacer un revisionismo sobre los hechos anudados al 9 de julio de 1816. Nosotros muchas veces crecimos con la idea de que ese día se juntaron unos tipos, firmaron la independencia y estaban contentos. Seguramente lo habrán estado, pero sin olvidar que era una jugada difícil. Lo que estaba sucediendo en los días previos y los posteriores… Había un ejército realista que avanzaba, diversas propuestas que se debatieron, facciones políticas en pugna… Las cosas, este es el punto, no son tan fáciles ni claras como se cuentan. Aunque necesitemos cierto reduccionismo para poder vivir sin caos constante, viene bien ver la complejidad de un evento. Nietzsche asociaba al superhombre con la capacidad de una vaca para rumiar: tomar, masticar, escupir, y así, no tragarte cualquier cosa…
   Con Arriba el bajo pueblo, que suelo decir es la hermana menor de Republiquetas, no en términos artísticos sino porque vino cronológicamente después… Nos juntamos el director y los tres actores todo el 2020/21 por zoom, estaba la pandemia, debatiendo ideas, leyendo, escribiendo la obra en conjunto. El 2020 fue el año belgraniano porque se cumplían 250 años del nacimiento de Belgrano y 200 de su muerte. También trabajamos con Mariana Pérez, historiadora e investigadora del Conicet, quien nos sugería textos a partir de nuestros interrogantes. Escribimos mucho, asique luego tuvimos que cortar. Hubo ideas que decíamos “bueno, esto es para otra obra” –y de algún modo eso queda plasmado en escena-. Fue un proceso de construcción muy interesante.
   La historia de las personas, y también la de Belgrano, no tiene una sola cara… La obra también plantea que un “patriota” se erige por otros, otros que hablarán de vos y te pondrán en algún lugar. Mitre hizo eso, dos columnas de buenos y malos, en una Belgrano, Moreno, San Martín, Rivadavia… en la otra Artigas, Ramírez, López, Quiroga… Si en Republiquetas decimos que una patria se inventa, en Arriba el bajo pueblo decimos que un patriota se inventa. Alguien en condiciones de poder y capacidad dice “éste es bueno, aquel malo”, y después se alzan monumentos, nombres de calles, canciones, actos escolares, y así… van construyendo en forma funcional a sus intereses sociopolíticos. Después vos analizás lo que hicieron en su tiempo y espacio Rosas o Sarmiento, por ejemplo, y la cosa no es tan sencilla…

Molinos de viento:

Devenir111: ¿Qué te evoca el disparador de este número, Molinos de viento?
José: Supongo que la primera imagen que se nos viene a todos es la del Quijote, luchar contra molinos de viento, la figura del idealista… Dándole una vuelta… El 99 % de la vida del Quijote como personaje transcurre dentro de una especie de locura; pero muere como el más cuerdo de todos, muere siendo Alonso Quijano. Y es Sancho, que durante toda la obra estuvo diciéndole “No son gigantes, son molinos”, quien al momento de morir le ruega que no sea Alonso Quijano. No quiere que se vaya, y además no quiere que se muera sino siendo eso que había sido durante todo ese tiempo y que Sancho mismo se encargaba de desmentirlo. Hay un juego literario de Cervantes, una inversión muy linda. Es imposible no llorar con esa escena. Entonces… No sé –cabalmente lo ignoro-; hasta qué punto está bueno vivir luchando contra molinos de viento, con ovejas como si fueran un ejército, pensando que Dulcinea era una mujer de alta alcurnia cuando era una prostituta de una posada; o morir como Alonso Quijano… No sé…

Devenir111: ¿Querés agregar algo, José?
José: No… Hay algo que creo rondó toda la charla… Durante la cual el tiempo se detuvo, se expandió, no tuvimos conciencia de eso… Los espacios como Devenir111, los lugares así, que valorizan los tiempos para contemplar, leer, pensar, discurrir; son bienvenidos. Hay que hacerlos. Y los celebro.


José María Barrios Hermosa, actor, dramaturgo, director de teatro, diseñador creativo nacido en Misiones.

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