El desconcierto puede invalidarnos, o invitarnos al movimiento. No hay desacierto. Muchas veces al pensar en el desconcierto, le asociamos al malestar. Aunque no necesariamente es siempre así, desde este texto me propongo arrojar algunas notas al pie de lo que me convoca a reflexionar el desconcierto en este hoy pandémico y feminista.
Actualmente, en 2021, nos encontramos en lo que podríamos decir una emergencia de feminismos plasmados en tensiones, puestas en evidencia cuestionamientos a las asimetrías de poder, por decisión, por prepotencia deseante de trabajo, lucha, y así hablamos de construcción de derechos. Al hablar de emergencias, no refiero solo a un grito colectivo que demanda urgencias a tener en cuenta, sino además a cuestiones que “emergen” de haber estado invisibilizadas en la naturalización.
DESCONCERTARNOS EN LA CERTEZAS DE LEGALIDADES INJUSTAS.
Si lo pensamos en términos Barthesianos, hablamos de desnaturalizar las certezas de un orden social patriarcal que nos indicó cómo comportarnos, pisos, techos, mandatos, lugares habilitados y prohibidos, en este caso según nuestro género, lectura que progresivamente se complejiza al hablar de interseccionalidades.
Si bien la nueva historiografía pone en discusión el origen del patriarcado en relación a la propiedad privada (teoría de Engels) y propone una lectura hacia el neolítico, si podemos afirmar que impone un orden social binario donde las mujeres, solo comprendidas como mujeres cis, necesariamente nos ubicamos en situación de inferioridad.
Igualmente, creo que nos encontramos habitando, abrazando y padeciendo un desconcierto de legalidades. Así con las certezas en jaque, y bosquejadas hojas de ruta que igualmente precisan nuestros pasos, asistimos a la necesidad de ponerle fin a un orden machista y violento que se traduce en actos terribles como los feminicidios y transfemicidios, o también en violencias menos irreversibles, pero muchas veces, igualmente desaparecedoras.
Cuando las historias se escriben desde los márgenes, que lleguen a tramarse a los núcleos instituidos más visibles es una tarea colectiva.
En nuestro país las disidencias sexuales nos encontramos en cierto abrazo en términos de leyes feministas: Ley de educación sexual, de matrimonio igualitario, identidad de género, interrupción voluntaria del embarazo, y aún en construcción de una inclusión trans genuina también en clave de derechos. Asimismo, que existan las leyes, no garantizan los derechos, en este caso produjeron una desnaturalización de un comportamiento violento, feminicida, homo lesbo trans biodiante que veníamos reconociendo como parte de nuestra cultura, porque…era así.
Las calles, las plazas, las aulas, la casa y la cama: esos lugares donde el desconcierto puede ser potencia.
¿Y ahora qué? ¿Cómo? ¿Qué se hace? Y no nos detuvimos tal vez a pensar que estas leyes nos refieren a un trato digno, humanizante, respetuoso de quienes no suscriben a ciertos mandatos de las hegemonías, en este caso la heteronorma y los binarismos en la sexualidad.
Las leyes no nos están dando las certezas de qué hacer, sino que abrieron una apuesta política a un contexto social incluyente. Pero no prescriben una realidad, no la transforman automáticamente.
En consecuencia, este movimiento donde se señalan muchísimos comportamientos naturalizados hasta entonces como violentos y discriminadores, pone sobre la mesa la incidencia cultural de “valores morales” de religiones o tradiciones culturales y/o familiares que quizá hasta ahí venían siendo la legalidad, lo instituido sin cuestionar. Desde esa legalidad y hasta con cierta banalidad se imponían un deber ser, un adentro afuera, un vos existís, vos desaparecés. Parafraseando a Vicente Luy[i]: siempre tuvo que morir gente, siempre la sociedad decidió quienes tolera que mueran, literal o simbólicamente hablando.
Si pensamos la trayectoria de derechos, a riesgo de hacer una lectura simplista, no alcanzó con decir que hubo una ley que iba a la escuela a decir que discriminar no está bien, porque de hecho la ESI aún no está implementada completamente. Tal como la de matrimonio igualitario, ley Micaela, la recientemente aprobada ley de interrupción voluntaria del embarazo, es evidente la necesidad de profundizar derechos para desisncribir legalidades, borrar certezas tan arraigadas que muchas veces como sucede con las obviedades, resultan imperceptibles, y si no se cuestionan, invisibles.
En esta pérdida de esa legalidad, nos encontramos frente a una posibilidad, pero como tal en esa pérdida también emergieron algunas resistencias que erigían en su argumento el respeto a su libertad individual, moral o religiosa con la que argumentan y justifican sinfines de violencias. Llegando a este punto sumo mi propio desconcierto (o al menos uno de ellos) ¿No es acaso la libertad un proceso colectivo? ¿Cómo liberales que “defienden” libertades individuales esgrimen este argumento?
Borrar deliberadamente los límites de la certeza, habitar deseantes esa incertidumbre quizá sea un desconcierto necesario y parte de un proceso para ver qué vale la pena, en el más literal de los sentidos. Fue necesario frenar, leer nuestras violencias y atribuir un valor a lo que nos arranca mujeres, tortas, travas y trans todos los días detrás de un argumento que no es otra cosa que una expresión fascista con un mayor o menor argumentado discurso auxiliar.
VOLVIENDO AL CONTEXTO ACTUAL
Si pensamos como se naturaliza la violencia en lo cotidiano, en algo tan político y a la vez tan lleno de mandatos como las maternidades, es notorio por ejemplo, como diferentes medios de comunicación recuperan el incremento de las demandas por manutención, tal vez consecuencia de la naturalización de este mandato solo a mujeres cis que maternan, casi siempre, en vínculos heterosexuales y monogámicos. Las tareas de cuidado como responsabilidad de las mujeres en las familias, es tal vez una de las desnaturalizaciones que la pandemia comienza a develar como una emergencia de la cual ocuparnos. En ese sentido fue un avance el reciente reconocimiento al trabajo de cuidar por parte de ANSES en forma de aportes jubilatorios.
Y asi, entre mandatos, deseos y derechos, aunque a veces no podamos entender porqué, desafiliarse de una certeza casi siempre es doloroso. Sobre todo, las fundamentales como muchas cuestiones de la mítica patriarcal que nos erige. Pero también puede ser placentero en lo vertiginoso del desconcierto de la ausencia de guiones precisos, solo mojones casi anecdóticos de algunes otres. Y en ese universo aun posible, habitar un lugar que no desmienta existencia, no las anule ni las borre.
FEMINISMO(S)
No hay un feminismo “correcto”, pero siempre nos invita a cuestionarnos y hacer nuestras preguntas más válidas para que sean los sufrimientos los que cobren valor por su función transformadora.
Pensemos un instante en este contexto, y en un norte impuesto en el discurso como lo es Hollywood. Allí, donde las actrices posicionaron el hashtag “#metoo” para visibilizar que la violencia de género era realmente tan cruda que formaba parte hasta de lo instituido necesario para lograr ciertas escenas. Donde, por ejemplo, actrices y actores “se entregan en cuerpo y alma a sus directores”, aun si se pone en juego su integridad y su salud mental como en la tristemente célebre escena de violación de a Maria Schneider en el film “El último tango en París”. Acá, las argentinas, les argentines que nos convocamos frente a la violencia machista dimos una vuelta de rosca más, al hacernos abrazo una poesía de Susana Chávez quien rezaba en su texto, ni una muerta más, ni una mujer menos escribiendo sus palabras para las muertas de Ciudad Juárez.
¿Decimos acaso que por eso somos las argentinas más o mejores feministas? Definitivamente NO. Creo que la apuesta feminista nos está invitando a ver que existen diferentes formas de decir basta en acto mientras proponemos un horizonte que nos habilite a habitar desde lugares vitales, protagónicos y sin peajes que nos cuesten vida en vida. Si bien hay un riesgo en asumir ese mee too, a mí también y nada más, sin salir de ahí; es tal vez en esa muestra de víctimas de violencia de género en el ombligo de la maquinaria de significaciones mundial, donde comienza ese necesario desconcierto que pueda reconocer que esa pena soportada tal vez en silencio durante años, no fue en vano, vale.
Este 2021 nos encuentra mirándonos a través de las pantallas, hoy palcos multiplicadores de denuncias de las rebeldías de los sures, que resignifican formas de expresión de un norte impuesto. Por supuesto, con esto traigo para cerrar a las bellas dragas colombianas, quienes recurrieron al “Vogue” para cuestionar la represión del gobierno de Duque, quien en una fuerte muestra de oligarquía hoy actúa reprimiendo y asesinando a su pueblo en pos de intereses político -económicos. Las represiones a los pueblos no solo son político-partidarias y económicas, también lo son sexuales. Lo decimos, por ejemplo, al hacer memoria activa nombrando a les 30.400, y en el hoy insoportar que Tehuel siga sin aparecer. A kilómetros insoportando, también en esta intervención de las dragas, como quien hace homenajea Emma Goldman.
Ante la represión que mata y desaparece todo lo que no se puede normalizar, ¿Acaso no se trata esto un poco habitar el desconcierto y escuchar al deseo? Y aun siendo algo movilizador, aunque no necesariamente una sorpresa ¿Quién iba a pensar que las disidencias sexuales interpelarían al gatopardismo vogueando? Definitivamente, si no podemos bailar, aún en el desconcierto, no es nuestra revolución.
[i] “Si tiene que morir gente, votemos quienes”
Julia Libertad, trabaja como psicopedagoga. Aficionada a las artes visuales y la cocina. Aprendiente de los feminismos y la comunicación.