“Yo, como tú, he intentado con todas mis fuerzas combatir el olvido.
Como tú, he olvidado.
Como tú, he querido tener una memoria inconsolable, una memoria de sombra y de piedra. He luchado todos los días, con todas mis fuerzas, contra el horror de no comprender el porqué del recordar.
Como tú, he olvidado. ¿Por qué negar la evidente necesidad de memoria?”
Alain Resnais, Hiroshima, Mon amour
Era una tarde de sol a inicios de primavera. Las palmeras del patio central del Museo de El Cairo aportaban sombra y frescura. Me perdí en múltiples salones, largas galerías, en los siglos, en los recuerdos, en los murmullos. Hasta que llegué a ellas.
Aquella tarde estuve sola frente a las momias de Egipto.
Pensé en la memoria, en la permanencia, en lo eterno. Hacer memoria, tener memoria, saber historia o recordar no es lo mismo. Lograr vencer el olvido con la contundencia de la presencia, tampoco. Ellas estaban ahí. Físicamente ahí.
La permanencia es ese absoluto opuesto del olvido, del desvanecimiento, de lo efímero. Y la memoria, quizás como escribió Jean Paul Richter en el siglo XVIII, “es el único paraíso del que no podemos ser expulsados”.
Los egipcios lo supieron.
La sala estaba vacía, cálida, seca. El aire era denso, la luz, baja. Me acerqué y vi sus ojos cerrados, sus pestañas delicadas, sus cabellos finos. Vi sus bocas levemente abiertas en un eterno suspiro. O tal vez queriendo pronunciar una palabra no dicha aún o desesperadas en su último grito.
Sus manos y brazos, sus cuellos y hombros eran de piel delicada y todavía nos contaban que supieron vestirse de seda y de oro. Sus pies de dedos pequeños habían sostenido el porte de aquellos reyes y reinas. La muerte, el tiempo, las ceremonias. La conciencia de la vida y, por tanto, de la finitud se deslizaba en cada vendaje, en cada pliegue.
Y ahora yo, en silencio, estaba con ellos. No frente a los sarcófagos ricamente decorados, ni frente a los libros que narran sus proezas, ni frente a sus estatuas colosales o sus retratos. No.
Eran ellos mismos, eran los faraones.



Ellos, que tan solo parecían estar dormidos, ellos los dueños de los nombres majestuosos, ellos con más de 3000 años, tan frágiles pero tan ungidos de poder, tan seguros que vivirían por siempre y retornarían como el sol vuelve luego de cada noche, como las flores renacen luego de cada otoño o como el Nilo crece luego de sus cíclicos adioses.
Ellos, de algún modo, están siempre regresando. Calmos, pacientes, con sus ojos cerrados y sus manos cruzadas sobre el pecho, esperan.
Nosotros, quienes apenas estamos aquí por un puñado de años, nos detenemos en actitud reverente. Ellos que aparentan la debilidad de los durmientes, nos ignoran. Nosotros que nos consideramos fuertes mientras transitamos a ciegas bajo la luz de la mañana, callamos.
Y ahí nos quedamos, mirando esa absoluta realización del deseo de vida más allá de la pena, del dolor, del silencio y la penumbra. Ellos, sin un gesto pero con la arrogancia de lo eterno, nos muestran hasta dejarnos palpar con el alma la suprema dualidad que nos invade: vida-muerte, luz-oscuridad, memoria-olvido. Y ahí nosotros, quienes tal vez seamos el recuerdo de unos pocos durante algunas generaciones, nos quedamos quietos, temblando, frente a la evidencia de una vida desesperada que no se resigna. Ellos, como la muestra de nuestra terrible condición humana… condición que nos impulsa a aferrarnos un minuto más bajo el sol o quedarnos despiertos por la noche para ser únicos bajo las estrellas.
Ellos que deseaban vivir por siempre y lo hicieron de algún modo. Que creyeron y confiaron a los hombres y a los Dioses sus cuerpos y su esencia. Y aquí nosotros, los de estos tiempos, aun cuidándolos, respetándolos, viendo en sus cuerpos curtidos por los siglos los vestigios de esa pasión nuestra. Pasión vana, terrible y atormentada, que nos impulsa a permanecer, a perdurar. Esas ganas tremendas que tenemos de quedarnos siempre un ratito más, acurrucados en el abrazo de quién nos protege, de aquel que nos hace feliz y nos ama.
Laura Lescano, historiadora, docente. Orientación en historia intelectual, análisis de discurso histórico e historia de las mentalidades.
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