Marina Posata: «Adverbios»

Por la ventana apenas abierta me llegaba el aire fresco luego de una seguidilla de temperaturas sofocantes. Era un momento apacible. No tenía ninguna perspectiva de progresar en asuntos pendientes. Estar allí, sentada en una silla, cercana a la ventana. Bastó poco para recibir la primera idea impuesta por vaya a saber qué ilación de pensamientos fluctuantes. Se trataba de la confusión que ocasiona el adverbio ahí. Expresión que denota un sitio, un lugar, y sin embargo no logro dejar de usarlo para el tiempo. Bien puedo decir malamente que ahí fue el momento, cuando vi balancearse la cortina hacia afuera, en que lo recordé a Alberto ofuscado porque no pusimos las de roller. Es que bailan Alberto, las cortinas clásicas bailan cuando corre un poco de viento. Cada tanto la ciencia aplasta la metáfora en nuestra casa. Le vi en la cara el odio de lo que señala una estupidez en el lenguaje. Nada tienen que ver las cortinas con la poesía, podía leer esa frase en su rostro. Bailan las bailarinas, bailan las personas cuando hay música, las cortinas cubren la ventana, apaciguan la entrada de sol, permiten un ambiente más privado, pero no bailan. Ahí estábamos, desencontrados en tiempo y espacio, adverbio doble si pudiera decirse. Ahí no estaba él, en ese tiempo mío, ahí no estaba yo, en ese espacio suyo. Las coordenadas gráficas nos tenían extraviados en puntos inapresables para la física, la química y cualquier teoría intentando localizar dos cuerpos. Nuestro punta de fuga escurridizo.

Busqué lo apacible de nuevo. El movimiento de la cortina en su ritmo sin música era un acontecimiento que ameritaba otorgarle prioridad. Apenas un poco hacia afuera y nuevamente la ventisca la devolvía al hogar. Como un vaivén que demarcaba un adentro y afuera sin cesar. Y otra vez comenzaba a vulnerarse la tranquilidad en la que quería sostenerme. Pero no se trataba de la idea del baile en una cortina sino ahora de la intención en ella. Algo quería decirme, estaba segura. Esforzaba la vista para captar el mensaje. Logré ubicar un hilo, en el extremo, suelto. Algo no andaba bien y la inquietud comenzaba a intensificarse. Sostuve la mirada concentrada en esa breve hilacha sacudida por el aire. Mi mundo se descosía. Un mundo. Alguien. Algún sitio se estaba desmoronando. Cómo decirlo. Un presagio. Una idea contundente. Un golpe de frase bamboleando sobre el punto suelto de la cortina. Ahí pude situarme. En tiempo y espacio de un pespunte errático. Qué dirá Alberto cuando vuelva del trabajo. Claro, que las cortinas no hablan ni los hilos emiten mensajes. Tan sólo de pensar su frase enmarcada en un rostro odioso me decidió a callar el anuncio. Ahí, adverbio temporoespacial de mi imposibilidad de interpretar el mundo. Me aferro a la imagen de las cortinas rectas y predecibles que él ubica en las ventanas, para evitar el baile en las frases de mis vientos incoercibles. Siempre, siempre es tan breve lo apacible de mi estar.

Se inició una ira dirigida a ese ir y venir de la cortina hacia afuera y hacia adentro. Ella burlaba los espacios de ahí y de ahí delimitados por el marco de la ventana. El esfuerzo por situar, desentrañar el misterio del mensaje. La demarcación precisa adentro/afuera se descosía y ello cuestionaba todas las posibilidades de adentrarme en mis típicos refugios. Me sostenía del hilo colgando en el extremo de la cortina. Comprendí el mundo ordenado en las roller de Alberto, no corren el riesgo de confundirse la cara y su anverso. Con una mano me sostenía de la hilacha, diminuta en la pronunciación de mis adverbios mal situados. Me balanceaba del adentro al afuera y viceversa en un ahí oscilante.

Estaba asustada y tenía ganas de reírme.

La tela de mi vestido asumía un lugar en ese paisaje en movimiento.


Marina Posata, escritora, poeta, psicoanalista, licenciada en Psicología.

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