Hace poco cambié de laburo.
Siete inviernos atrás, ante la trágica muerte de mi padre, casi con naturalidad tomé a mi cargo el emprendimiento que sustentaba desde antaño la economía y la inscripción social de la familia.
Lo hice muy bien.
Sin embargo en los últimos tiempos comencé a sentir un malhumor impreciso, una polución corrosiva, cierta honda pesadez que tardé en registrar como señal de que ese sitio que me había recibido cual si estuviera dispuesto, no era lo que yo quería.
Entonces, cerré el vivero.
Incorporarme meses después al equipo director de una agencia financiera en franco ascenso fue para mí, aire, jalea real…
Disfruto el cálculo y riesgo de bonos a caudales y acciones a la taba, como si el filo vertiginoso de un instante fuera todo e importara un bledo a la vez.
La cosa es que ayer Lucas –titular del turbio negocio-, me invitó a participar hoy viernes 20.30 horas cual “quinto stone” en la mítica partida semanal de los cuatro ases que lo lideran: Marisa, Juan Carlos, Noelia y él. Advirtiéndome, podía convertirse en un encuentro singular.
Extrañamente los encantos del póker, el blackjack, el baccarat y otros afines, nunca me han llamado. Aun, acepté su convite suponiendo se trataba de una suerte de rito iniciático a la cofradía, que no cabía rechazar; y porque me generó curiosidad.
Puntuales, las agujas de un reloj Philippe Pinel marcan mi llegada al hall del edificio veintidós minutos después de lo pautado.
Raro.
Y aunque recorro el último piso de punta a punta no hallo el departamento C.
Sí, una puerta sin letra que decido abrir.
Ya adentro, a medida que mis ojos se adaptan a la penumbra, voy descubriendo una noble mesa de nogal con paño verde sobre su superficie plana, tersa, y quizás, algunas prendas desgarradas.
En la sala hay una mujer.
Su cuerpo es más bello y fatal que el misterio.
La miro con inquietud. Dice:
Rojas. Negras.
No me gustan los que se van al maso. No juegan.
Hay cartas
Si arrojan la vida al goce.
Mi nombre es Poesía.
Me sonríe, camina insinuante, se pierde en una abertura oscura.
Enciendo un cigarro –absorbo el humo áspero de la falta-
Y ahora
Voy por ella.
Miguel Angel Rodriguez, escritor, psicoanalista.
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