Miguel Ángel Rodríguez: «Destino y responsabilidad subjetiva»

Hay algo nuevo, a partir de asumirse al destino.
(Así, esa realidad, singular, es “borderline”.)
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Según se constata, analizarse genera diferencias –de distinta estofa-.
Aún, recorrido un tramo Freud postula la ‘compulsión a la repetición’ como ratio de toda y cada humanidad. Habría pues que desplegar exhaustivamente tal concepto para ubicar las coordenadas de cualquier cosa que pudiéramos llamar “lo nuevo”. Dicha empresa excede los límites de este escrito, que sesgará otro sendero.
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Buena parte de quienes consultan, llegan ya con (y/o por) la percepción, en su malestar, de cierta repitencia tozuda, indomeñable –articulada a la característica “constancia” del síntoma-. (Otro ataque de pánico más, otra pelea que no cesa, otro brete laboral, otra ingesta de droga o comida, otro eco familiar, otro año sin ser, otro día de sombra que vuelve, otra elección de objeto fallida, otra decepción más; otro conflicto de pareja, otra vez me pasa “esto” que no me deja (de) pasar…)
Y en el devenir de un análisis el analizante advierte/actualiza distintos modos de reiteración que lo constituyen –la insistencia del significante, la repetición del desencuentro con lo real…-.
Lo que se repite, entonces, es la estructura, la falta de goce; es que el sujeto y el o/Otro no encajan, no hacen Uno –no hay ‘La relación sexual’-; la castración.
Como sea, la culpa de nuestra queja revuelve allí su encrucijada.
Y síntoma e inconciente comparten cierto rasgo de “fatalidad”…
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Ahora bien. En su lectura de la conocida tragedia de Sófocles, luego de refutar el libre albedrío del ‘Yo’, develando a espaldas de la conciencia una ‘o/Otra escena’ –una trama (sexual) decisiva- que sujeta, determina al sujeto; Freud le adjudica justamente a Edipo… cierta “falta ética”, por no hacerse cargo de los deseos inconcientes/pulsionales que lo habitaban.
Aun profetizado, en efecto la persona de Edipo mató a su padre y se acostó con su madre, “sin saberlo”; pero ello no le impidió (ni eximió de) “desearlo”.
Se anudan allí la prescripción determinante del inconciente, y el compromiso del sujeto en tal modo de querer.
Así, desde el principio, la práctica psicoanalítica tensa una cuerda viva entre “destino” y “responsabilidad subjetiva”.
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Aunque el mismo Freud plantea lúcidamente que la fundación del psicoanálisis fue solidaria y tuvo por requisito el abandono de la hipnosis, la eficacia de la “orden hipnótica” en un ser en estado de trance ejemplifica la operatoria de sujeción, la determinación del sujeto por las ‘representaciones reprimidas’ inconcientes.
Pero si para su concepción inicial son decisivas las experiencias traumáticas de goce infantil, donde el inconciente se define como lo reprimido; éste no deja de constituirse por cierta… “opción” del sujeto/yo, que denomina ‘defensa’.
Tampoco considera que dicha defensa sea autónoma, libre; respondiendo a cierta “represión familiar” –al discurso del o/Otro, digamos-. Más adelante postulará la ‘represión primaria’ como falta en el sistema/la estructura, agujero en el lenguaje incapaz de simbolizar toda la pulsión/el goce.
Resulta paradigmático el modo en que Freud retoma aquella “opción” subjetiva en “Análisis terminable e interminable”, acerca del fin de análisis:
El análisis le permite al sujeto una “nueva elección” sobre las pulsiones originalmente reprimidas por la defensa. O las acepta –asumiendo el goce-, o las vuelve a reprimir. Y respecto a la ‘angustia de castración’, siempre arisca, enuncia que se le ha brindado al paciente “toda incitación posible a revisar y modificar su posición”.
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En algún momento Lacan desliza que Dios es el inconciente.
Y coincido, también, en que el inconciente no es Dios.
No es el Dios de la religión, voluntad de bondad y maldad, de amor y venganza. Tampoco el de la filosofía –aunque la transferencia lo configure ‘Sujeto supuesto Saber’-. Muerto Dios, el inconciente es algo así como el nombre de un dios actual….
Un o/Otro… castrado, limitado, averiado por la falta. Un saber, claro está. Un saber que no sabe decir –que dice mal-, el sexo. (De allí que el síntoma, respecto al sujeto, se ubique como “partenaire”.)
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Pues a lo largo de su obra también Lacan bascula entre ambos polos que la cuerda vibra.
Su propia convicción –y en un tramo la polémica con el postfreudismo- lo lleva a desplegar con rigor el inconciente cual estructura significante –como ‘automaton’-, que precede y determina al sujeto. El inconciente está “estructurado como un lenguaje”, es el “discurso del Otro”, es un “saber”…
Abre matices el inconciente como “corte en acto entre el sujeto y el o/Otro”, entre “frase que ordena toda una vida” y “decir que falta”, la ‘elección forzada’ en la ‘alienación/separación’ constitutivas, el pasaje del ‘sujeto’ al ‘hablanteser’, de la ‘falta en ser’ al ‘hacerse al ser’…
Ahí donde define al psicoanálisis como una “Ética”, transita la cuestión valiéndose de la “deuda simbólica” y su análisis de Antígona. Quien –podría decirse- “no falta al ser”, pre-escrito en/por la cadena dramática de su familia. Conviene re-leer tal recorrido con la clave del ‘deseo del o/Otro’, del que no puede escaparse, así se lo sufra o asuma, ya que al respecto hay modalidades singulares, márgenes de decisión subjetiva.
Incluso en “La carta robada”, texto donde tanto se esfuerza en exponer la lógica simbólica que delimita lugares programando determinaciones y posibilidades, aclara que hace falta que el sujeto “ponga –o no- lo suyo”.
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Es pertinente distribuir dicha dimensión ineluctable en tres vectores que Soler ajusta.
Un nivel “universal”, el de la castración, la falta de goce, el “no hay relación/proporción sexual”. El nivel del ‘discurso del amo’, que al construir y ordenar la marcha del “cuerpo social”, en sus formas históricas controla institucionalmente, norma las peculiaridades de cada quien. (En el caso del “amo moderno” –transformado por el capitalismo-, ante la caída de los ideales, mediante la oferta de mercancías/objetos que homogenizan/formatean las maneras de gozar.) Y el del inconciente en tanto que saber que atañe estrictamente a cada uno, que determina/fija el entramado, los caminos, las posibilidades y límites, donde circulan y sintomatizan el deseo y el goce de cada sujeto.
Aún, en cualquier caso, se trata de situar el vértice –el nudo/la hiancia-, entre el inconciente/el síntoma como destino, y la responsabilidad subjetiva.
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Ocasionalmente, la ‘interpretación (analítica)’ genera en el analizante cierto efecto de “lo nuevo”. Que a inicios de un análisis suele apreciar como “revelación”, des-identificándolo de aquello que lo identifica.
Ponerse al tanto de las cartas –de esas cartas, inconcientes- que al sujeto le han tocado, de sus límites, abre lugar a su juego –a lo nuevo de abrirse al juego-. “Hay que adquirir lo heredado” parafrasea Freud trayendo a Goethe, al formular la orientación de un análisis.
Tal recorrido evoca marcas del pasado y parece caminar más en círculos -ese ‘ocho interior’-, que hacia una meca capaz de consagrar al sujeto enteramente otro. E inscribe por su movimiento la castración del o/Otro, al des-suponer la creencia neurótica en un o/Otro sin barrar. (Del que se espera lo que falta, alimentando la queja y el reproche porque no lo quiere o puede dar; y al cual se lo culpa de agenciar desdichas y padecimientos.)
Que la falta vaya ahora del lado/a cargo del sujeto, le permite a éste hacer algo con ella –hacer con la falta/el goce, algo nuevo; reducir el padecimiento -modificando algo su posición- ante lo que no se puede ni cambia; haciéndose a la falta/el goce, haciéndose un estilo/una vida-.
Así, hay ‘acto (analítico)’ si registra, inscribe, aquello que determina/fija al sujeto, a la vez separándolo/re-anudándolo. Si hace blanco en ‘lo real’, apuntando allí donde “el goce está” –donde “no cesa de escribirse”, como lo ‘necesario’; y donde “no cesa de no escribirse”, como lo ‘imposible’-.


Miguel Ángel Rodríguez, psicoanalista, escritor.