- Un modo de llegar –partida-
Griselda arribó a su primera consulta semanas atrás, quebrada, hecha llanto.
Promediando el 2018 conoció a un joven –hoy ella cursa 26 y él 27- guapo, sólido –incluso laboralmente, para calma de sus padres-, a la vez que pillo y hábil de hacerla reír –para alegría de ella-.
Un año después decidieron vivir juntos y alquilaron un departamento mientras el amor se expandía sin cuarentena estricta capaz de alterar su noble crecimiento.
Pero esas cosas de la modernidad, y la vida.
Luego de cenar con una pareja de amigos Eduardo bajó acompañándolos hasta que llegara el Uber. A Griselda la convocó una imagen del desorden en la mesa del living –para ella la fotografía es un hobby del que hizo oficio- y tomó el celu de Eduardo, a mano y con buena cámara. En eso, mensaje de whatsapp.
Leerlo la puso perpleja un instante larguísimo. Pero no pudo dejar de seguir leyendo “la verdad” (de que él la engañaba con otra) en los chats anteriores que sucedían cavando al precipicio.
Luego de cierto titubear Eduardo se hizo cargo del asunto. Le pidió perdón con angustia y culpa por su grave falta –que empezó como histeriqueo y no sabe cómo pasó sólo un par de veces el borde a la cama- asegurando que eso ya no ocurría porque él así lo había resuelto y que jamás se iba a repetir.
El escándalo primero de gritos, golpes y objetos arrojados prosiguió como furia cotidiana.
Ella lo odiaba.
Y no cesaba de agraviarlo diariamente.
En varias ocasiones lo echó de la casa aunque él permaneció allí.
Hasta que meses después Eduardo, no sin manifestarle que seguía queriéndola pero como la cosa bajo el mismo techo iba de mal en peor, se mudó sin vueltas a lo de su hermano.
Entonces, en Griselda, una desazón desesperante.
Implorarle que regresara, exigírselo –o se moría/mataba-.
Su amiga desde la secundaria, confidente y también socia del emprendimiento que conducen juntas, la persuadió de consultar con un analista solicitándole a la suya que le recomendara uno.
En la primera entrevista expresó su sentir que… “Sin él, no soy nada”.
2- Planteo
Amor, odio, ignorancia: “pasiones del ser” –plantea Lacan enfatizándolas en cierto tramo de su obra-.
Okey.
¿Pero cómo ubicar esas intensidades que nos habitan, que agitan –por hablar- al sujeto de la “falta en ser”, desplegándose de uno u otro modo en cada análisis?
3- Dos acepciones
En la relación del sujeto (humano, del hablante-ser) con el o/Otro, las “pasiones” (demandan).
Solemos usar el término en doble acepción.
° Como padecer, sufrimiento –se habla de “la pasión de Cristo”, por ejemplo- ligado a la falta en ser –constitutiva de la condición humana-.
° Como aspiración vehemente –entre la querencia y la pulsión freudianas- del complemento de la falta en ser, en la «demanda» al o/Otro del ser que falta.
4- Algo sobre el amor
La demanda de amor –afirma Lacan- es “demanda incondicional de presencia y ausencia”.
El amor demanda la “presencia” del o/Otro, para suplir la falta.
También –aunque pueda sonar raro- la “ausencia”. En parte para tomar aire evitando asfixias; pero no sólo.
Pues en el fondo se trata del ubicar al ser en el o/Otro, precisamente: en la falta del Otro, allí donde el sujeto pretende hallar lugar, alojamiento.
(De allí que Griselda… cuando el o/Otro se va… al sentir la pérdida del o/Otro como objeto de amor… entonces sienta que pierde su propio ser…)
Ello, en el curso amoroso inercial de hacer de dos, Uno –todo-. Del mito –tan griego como argento- del encuentro de la parte que falta –de ser vos lo que me falta, de ser yo lo que te falta-, de la “media naranja”.
Se advierte que el amor también demanda “palabras de amor”. Le pide –y da- al o/Otro palabras que digan el ser –esa falta- haciendo equivaler el objeto indecible al falo, metaforizando el ser indecible con el significante de la falta.
5- Algo sobre el odio
Si el amor demanda el ser, el odio niega el ser –del o/Otro-.
Llevado al extremo puede conducir al sujeto al (pasaje al) acto criminal.
En estos tiempos se ha producido la demarcación legítima del “femicidio” como tipo penal. Viene al caso.
Aunque no se explica por qué ello anularía la además legítima figura del “crimen pasional”.
Las distintas formas de segregación y el así denominado “bullying” también participan del asunto.
Respecto a las “palabras de odio”, la injuria.
Contraria a la idealización fálica, dice el objeto indecible insultando, degradando el ser.
Es notable cuántos sujetos habitan relaciones con un o/Otro que los injuria a cada rato. Tal vez por entender que eso –ser injuriantemente golpeados- implica que tienen un lugar en el o/Otro, que le importan –distinto a que el o/Otro los abandone y dejen de ser en él-.
6- Algo sobre la ignorancia
Si el amor y el odio se inscriben en el campo del sentir, la ignorancia en el del saber.
Resulta estructural que el sujeto ignore lo que pide. Pues hay lo decible pero también lo imposible de decir en la demanda.
Consideremos aquí entonces la pasión de la ignorancia como ese “no querer saber”, posición característica de la neurosis.
Es por ello que Lacan definió la “transferencia” –el “Sujeto supuesto Saber”- en términos de “amor al saber”. El S1 y su hábito de llamar al S2 para completar el sentido, cual media naranja.
Y que luego en el psicoanálisis lacaniano tiempo atrás, se puso en debate el “deseo de saber”…
¿Qué sería eso, si lo hubiera? Tal vez cierto andar que parte desde el enigma (de las formaciones del inconciente) por los desfiladeros del significante, desciframiento que lleva el saber al lugar de la verdad (del sujeto) –y entonces un saber/decir/hacer al tanto de la falta, del gozar-.
Movimiento que requiere el analista se ubique en su lugar/función de “causa”.
Pues la cuestión, precisamente, lo interpela.
Así Lacan va trazando un contrapunto entre el Sujeto supuesto Saber y la “ignorancia docta”, entre la pasión de la ignorancia y el “tomar el deseo a la letra” (del inconciente).
Que separa al analista de la tendencia a identificarse con el “Ideal”, con el “ser (amado)”. Que lo dispone al asombro, al encuentro, el acto.
Trazos que devienen su concepción de “el deseo del analista”.
7- Algo sobre las pasiones –de la vida, al consultorio-
Pero retomemos el hilo.
Hemos ubicado a las pasiones a partir de la falta, la “castración”, en la relación del sujeto con el o/Otro –en la dependencia del ser del sujeto en el o/Otro-, por la vía de la demanda al o/Otro –de ser (el falo)-.
Ello en la vida –y en los relatos de cada consultante- se despliega como escenario “dramático-cotidiano” de tracción, nerviosismo, disputa, entre el sujeto y el o/Otro; de esperas, quejas, rencores… de ilusiones, reproches, conflictos…
Tramitar la falta, la castración, por la senda neurótica de las pasiones lía:
° Dirigir el sujeto el padecimiento de su falta/castración como demanda apasionada/exigente de ser (el falo), al o/Otro que supone lo es (1).
° Suponer el sujeto un o/Otro agente, autor, culpable de la falta de disfrute; un o/Otro que demandara la infelicidad del sujeto –la limitación del goce-, su castración.
Síntoma que en análisis –constata Freud- suele insistir instituyendo, haciendo al o/Otro. (Generalmente como protesta en el hombre, como envidia en la mujer…; como rechazo de un límite al saber, de un saber de la falta… del no-todo del goce, del goce parcial.)
8- Algo sobre la orientación de un análisis
La orientación de un análisis tiende a transformar el modo neurótico –esa demanda de ser (el falo), esa “suposición” del o/Otro- de habitar las pasiones, atemperando la exigencia, la tensión que lo caracteriza.
Al registrar la castración del o/Otro –al que “deflaciona”, lo cual posibilita encontrarse y contar con el o/Otro como simple “partenaire”-. Al invitar al sujeto, “más allá del o/Otro”, a –utilizo fórmulas del Lacan de esa época- “hacerse a ser” –un ser ubicado en términos de “acto”-, a tomar la falta a su cargo, a «hacer de la castración sujeto», a “hacerse una causa del plus de gozar”…
(1) Juego aquí en contrapunto con el conocido aforismo de Lacan según el cual amar es “dar lo que no se tiene a alguien que no lo es”. Que considero cimienta su postulación de un “nuevo amor”, un amar distinto a lo “normal” –al amor neurótico consagrado a demandar al o/Otro (hacer de dos,) Uno-, menos entrampado en la «repetición», más abierto a la «contingencia»…
Miguel Ángel Rodríguez, psicoanalista, escritor.
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