En la edición anterior de nuestra revista: ”Ocio y Disfrute” abordamos los campamentos escolares, enmarcados estos en un proyecto del mismo nombre, cuyo propósito es, por un lado, celebrar la culminación de la escolaridad primaria para aquellxs chicxs cuyas familias no pueden solventar un viaje de egresados en forma independiente y, por otro, fomentar el contacto con la naturaleza, afianzar la solidaridad ya que todas las actividades que se realizan incluyen la participación de todxs para el beneficio de todxs y ampliar el abanico de posibilidades de esparcimiento que la ciudad tiende a limitarles a la PlayStation, la televisión y los juegos en red.
En esta oportunidad vamos a darle continuidad y a la vez cierre al tema contando como fue el devenir (casualmente) de dicho proyecto a lo largo del tiempo y verá el lector cómo se filtra la angustia en la cuestión que nos atañe y de qué manera vino a menguar aquel disfrute que emana de la lectura de la nota referida, cuando no a cercenarlo.
Sería de gran utilidad para el lector remitirse al artículo de Educación del número de “Ocio y Disfrute” para acceder a un contexto más preciso que le permitirá pasear con más comodidad por el presente artículo. De todos modos haremos un breve resumen del mismo haciendo hincapié no ya en la relación entre el disparador y el contenido de aquel escrito; sino para posar la mirada de la lupa sobre los conceptos que hacen que este sea el segundo capítulo de la misma zaga, a la vez que la cara opuesta de la misma moneda.
En aquella oportunidad quedó dicho que el proyecto establecía distintas actividades destinadas a alumnxs desde cuarto hasta séptimo grado de las escuelas dependientes de la Secretaría de Educación de la Cuidad de Buenos Aires. Cada uno de esos grados participa de unas acciones específicas que se van complejizando, alargando su duración y se realizan en distintos lugares conforme al nivel evolutivo de lxs niñxs. Para los séptimos grados la duración del campamento era de cinco días y cuatro noches y podían realizarse en Sierra de la Ventana o en Tandil. En el caso de nuestra escuela comenzamos a participar del proyecto en el año 2013 y siempre nos tocó ir a la hermosa ciudad de Tandil.
Esta dinámica se cumplió con una eficacia variable debido a circunstancias imprevistas que siempre se presentan y, en general, ajenas al programa y con una continuidad y constancia dignas de admiración y elogio hasta el año 2016. Pese a las dificultades que había y que no resulta necesario explayar aquí, la cosa funcionaba en gran parte por el componente humano del que se nutría. Todxs lxs integrantes del proyecto tienen en claro la sustancial importancia del mismo, así como también lxs docentes que acompañamos a lxs grupos. Con el cambio de gobierno, como era de esperar, acaecieron también modificaciones en el enfoque y los alcances que el proyecto debía tener, de modo que se resintió su puesta en marcha. “Poderoso caballero es Don Dinero” para las clases que consideran a la Educación Pública como un gasto supernumerario. Vamos, se trata de lxs acólitxs de alguien que alguna vez dijo: ¡Pobre el que tenga que caer en la Escuela Pública!
En ese año 2016 los cinco días y cuatro noches en Tandil se convirtieron en tres días y dos noches en la Colonia Inchausti en la localidad de Marcos Paz. Con la reducción en la duración de la experiencia y la cercanía del lugar se abarataron todos los costos de traslado hasta el lugar y dentro del mismo porque ya no hubo excursiones, de alquiler del predio y de alimentos. Con el cambio de locación se alejaron también las sierras, que a la novedad del paisaje le agregaban poesía, se terminó de caer La Piedra Movediza y los animales autóctonos que encontrábamos durante la escalada de la Sierra del Tigre perdieron sorpresa y fascinación ante el poderío de su ausencia. La geografía quebrada se convirtió en llanura y fueron las grandes extensiones verdes y las frondosas arboledas quienes reemplazaron, aún con ventaja, al asfalto y a los edificios ciudadanos. No estaba mal la Colonia Inchausti, los sitios para armar las carpas eran amplios y cada escuela podía realizar sus actividades sin interferir ni ser interferidas por las actividades de las otras, había varios edificios sanitarios con comodidades suficientes para albergar dignamente a contingentes numerosos y que eran higienizados diariamente; pero todo transcurría entre sus cuatro paredes de ligustrina. El programa había comenzado a vaciarse desde adentro, desde la intención de precarizarlo para demostrar que era inviable. Las carpas no se reparaban y mucho menos se renovaban. Era difícil encontrar una completa y hubo que resignarse a dormir con las carpas semi abiertas o abiertas por completo ya que pocos sierres funcionaban. Los utensilios de cocina comenzaban a escasear y tenían que ser compartidos por las escuelas y la calidad de las comidas también bajó. Dejó de existir, por ejemplo, aquella cena de bifes a la criolla que a lxs chicxs tanto les gustaba.
Pero siempre se puede hacer las cosas un poco peor. Como en una tabla de proporcionalidad inversa, a más ahorro le correspondió menor calidad de prestación. Al año siguiente y por los sucesivos, el programa de campamentos escolares volvió a cambiar para mal sus formas. Los cuartos grados, que tenían una única jornada dentro del horario escolar con actividades lúdicas en el Parque de la Ciudad, dejaron de formar parte de sus planificaciones y todo bajó un escalón. Por ese efecto dominó el campamento de los séptimos grados pasó a consistir en dos días y una noche en el predio de las viejas piletas de Ezeiza. El lugar resultó pequeño para albergar a tantas personas, los contingentes armaban las carpas demasiado pegadas unos con otros, lo que dificultaba el momento de dormir ya que había permanente ruido. Por otro lado, el edificio destinado a la cocina era compartido. Constaba de cinco mesas grandes donde cada escuela preparaba su comida y dos hornallas propias para cocinarla, además de una única pileta grande donde lavar lo que se usaba y luego de la comida cada niñx lavaba sus pertenencias. Había un solo baño equipado con diez inodoros y diez mingitorios en el caso del de varones y diez duchas. Como la estadía era demasiado corta, las autoridades del proyecto no creyeron que la limpieza de los baños fuera necesaria. A la tarde del segundo día, después de que alrededor de quinientas personas hicieran uso de dichas instalaciones, su estado era como el lector podrá imaginarse. Una vez finalizado ese turno se procedía a la limpieza a la espera del próximo.
Durante 2020 y 2021 no hubo campamento debido a la pandemia. La actividad recomenzó en 2022 con similar modalidad y menos recursos.
Y si, estimado y sacrificado lector de esta nota. Produce angustia.
Sabino Villaveirán, escritor, tallador y escultor en madera, profesor para la enseñanza primaria en la escuela pública.