Sebastián Mas: «Ensayo sobre El Gesto: El Grado Cero de la Angustia»

Introducción al Gesto

La gesticulación corporal es normalmente ignorada en la experiencia analítica por una falsa jerarquización de los fenómenos del lenguaje, donde la palabra tendría la supuesta supremacía. Pero lo cierto es que aunque no se hable, eso no impide que uno no pueda decir muchas cosas.

Cuando se ignora esta diferencia, se terminan mutilando los hechos de la gesticulación, abandonándolos a  interpretaciones biologicistas o explicaciones psicofísicas. De hecho, ya en ese nivel de degradación, es fácil obtener evidencias que comprueben hasta las más falaces de las hipótesis –como la lectura del gesto en sí sin ningún contexto simbólico, o la degradación del gesto en general como hecho del lenguaje-.

Es más bien el acto del decir el que caracteriza tanto a la palabra hablada como la gesticulación corporal. En su totalidad, tal acto constituye la instrumentalización del cuerpo, a la cual reconoceremos en este trabajo con el concepto de “gesto”.

1) La Fenomenología del Gesto: Entre lo Real y lo Simbólico

A) La Imagen: El símbolo instrumentaliza el cuerpo

Antes de comenzar a restituir el verdadero valor del gesto en la experiencia analítica es preciso comenzar por desarrollar un concepto de imagen:

“A la vez manifestaremos el uso genial que Freud supo hacer de la noción de imagen; si con el nombre de imago no la liberó plenamente del estado confuso de la intuición común, fue para emplear de manera magistral su alcance concreto, conservándolo todo, en punto a su función informadora en la intuición, la memoria y el desarrollo.” (“Mas Alla del Principio de Realidad”, pág. 94, Escritos 1 – Jacques Lacan)

De acuerdo a Lacan, lo que puede entenderse del concepto de imagen en la teoría freudiana –tema largamente elaborado en su primer y segundo seminario- es que cumple una función informadora:

  • ¿De qué informa? Del contenido de la conciencia, lo que hace a su memoria
  • ¿A que informa? A las vivencias inherentes, lo que hace a su intuición
  • ¿Con que se informa? Con los sucesos de su vida, lo que hace a su desarrollo

Cada una de estas imágenes –contenidos, vivencias y sucesos- son las responsables de desencadenar todos los comportamientos simbólicos a nivel corporal. Hasta estamos inclinados a suponerle al símbolo el papel de desencadenar toda clase de efectos formativos sobre el cuerpo, tal y como podría proponerse desde la teoría “transformista” sobre la evolución biologica –sobre esto, recomendamos la lectura de nuestras notas sobre el mimetismo en Roger Caillois-.

Es en función de esta hipótesis que buscamos aseverar que para el psicoanálisis, el cuerpo debería ser estudiado como un instrumento del lenguaje, y al gesto como el resultado automatizado de dicha instrumentalización. Esto no niega ninguna de las otras cualidades que se pueden estudiar del cuerpo, como la biologica o la espiritual. Pero a diferencia de estos otros estudios, lo que el psicoanálisis viene a rescatar es la sobredeterminación del lenguaje en el organismo –rasgo fundamental de nuestra existencia como seres hablantes-

B) La Conciencia Intencional: Diferencia entre ver y mirar

Para pensar que implica este rasgo fundamental en la existencia humana, pensemos en la diferencia entre la visión y la mirada:

  • La visión toma a las toma a las imágenes en su aspecto visual, no necesariamente en el geométrico, es decir, en su aspecto formal.
  • En cambio cuando uno mira, uno podría no ver, y aun así conocer el aspecto formal de las cosas.

La visión en todo caso, por estar comandada por los ojos, es instintivamente sensible a la luz –esta sería su propiedad fundamental-. Ver seria el efecto de que las imágenes que se presentan se reflejen a traves de los rayos de luz que se refractan sobre los objetos. Pero mirar, es decir, reencontrar en nuevos objetos la misma imagen del pasado, es algo que no necesita de ojos en lo absoluto –dado que podríamos “mirar”, con cualquier otro sentido-. Es por eso que una definición de imagen que se reduzca a los fenómenos de la luz, mutila todos los aspectos formales que están dados en la experiencia como signos.

Como cualquier otro suceso de nuestro desarrollo, la visión se encuentra instrumentalizada por toda clase de signos, aun antes de ser ejercida por primera vez. Contrariamente a lo que los fundamentalistas de los cables RCA creen, la mirada es más que los componentes visuales dado que la imagen no es solamente la expresión visual, sino más bien, la conciencia intencional que hace advenir en el ojo la distinción de las formas y cualidades de los objetos, punto en el cual la visión se transforma en mirada –partimos de la hipótesis dinamogenica, en que la conciencia seria el resultado de la identificación de una cualidad en un objeto-

Ahora que hemos analizado la imagen, pasemos a ver sus efectos formativos sobre el cuerpo

c) Instrumentalización Corporal: Diferencia entre el humano y el mono

“Este acto, en efecto, lejos de agotarse, como en el mono, en el control, una vez adquirido, de la inanidad de la imagen, rebota en seguida en el niño en una serie de gestos en los que experimenta lúdicamente la relación de los movimientos asumidos de la imagen con su medio ambiente reflejado, y de ese complejo virtual a la realidad que reproduce, o sea con su propio cuerpo y con las personas, incluso con los objetos, que se encuentran junto a él.” (“El Estadio del Espejo como formador de la función del je tal como se nos revela en la experiencia analítica”, pag.99, Escritos 1 – Jacques Lacan)

En efecto, el fenómeno de la visión y el de la mirada no pueden confundirse ahí:

  • Para el mono la imagen tiene efectos puramente reales e inmediatos, por eso su interés se agota instantáneamente una vez que la visión se ha consumado en un fin –como agarrar un objeto, o captar una imagen-.
  • Para el niño en cambio la imagen tiene efectos simbólicos e indefinidos, por eso su interés persiste a pesar de haberse consumado su fin en una necesidad –como en los momentos de curiosidad o de angustia-.

La diferencia recae en que para el niño la imagen tiene efectos puramente simbólicos, mientras que para el mono son puramente reales –sobre esto les recomendamos ver las notas sobre el concepto de Insight de Wolfgang Köhler-.

En toda clase de gestos expresivos, el infante no hace más que responder a la intención simbólica (C) de esas imágenes. En todo acto simbólico, el gesto y la imagen oscilan de forma indefinida hasta confundirse uno con el otro (O/O’). Esta fórmula bien podría expresar la siguiente proporción, y es que: no hay gesto, sin imagen pero tampoco hay una imagen que no sea también un gesto.

Es por eso que los actos simbólicos se diferencian de aquellos que tienen un fin real e inmediato. La equivalencia simbólica de las imágenes con los gestos inaugura un proceso de semiosis indefinido. Desde el punto de vista de la psicofísica, si un niño tiene que repetir muchas veces la misma acción, será para poder automatizar mejor el movimiento regular que debe realizar en cierto momento especifico –como agarrar una taza, recoger algo que se cayó al piso, alcanzar algo que este en un lugar alto, y así-.

Pero desde el punto de vista lacaniano, diremos que tal repetición no es más que la reproducción indefinida de una búsqueda del sentido. Es cuando el niño es capaz de comprender el sentido de su acción que es capaz de repetirlo –más alla de la necesaria automatización corporal-. Donde otros ponen la causa en esa automatización, el psicoanálisis vislumbra que tal mecanización no sería posible, sino fuera porque es la persecución de un sentido en tanto tal. 

Para los que hasta este punto aun estén convencidos de que los niños no hablan, solo les daremos la razón a condición de que reconozcan de que pese a todo están gesticulando todo el tiempo: nos devuelven la mirada, ríen, lloran, sonríen, se enojan, se paralizan, se ruborizan, y la lista sigue.

2) La Gestualidad: Imaginarizacion de lo Real

El paso de lo real a lo imaginario es el paso en el que en el cuerpo real pasa de ser anulado en sus propiedades naturales, a someterse a las condiciones del símbolo –precondición de toda instrumentalización del organismo humano-. Es así que la intencionalidad de la imagen opera como una especie de germen social, que desencadena todo los gestos expresivos al nivel del organismo instrumentado.

Eso significa que cualquiera de las expresiones corporales que usamos para comunicarnos es en el fondo una instrumentalización de una intencionalidad simbólica –siguiendo aquí nuestra hipótesis de que el símbolo engendra efectos formativos sobre el cuerpo- . Pero entendamos más profundamente como la imagen opera sobre el sistema nervioso, para modelizar ese “efecto de rebote” de su recorrido indefinido y repetitivo:

  • El cuerpo real obedece al principio de homeostasis que rige la vida, equilibrando el aumento y la disminución de la tensión, para evitar que llegue a 0 demasiado pronto.
  • El cuerpo imaginario obedece al principio del displacer que rige las cualidades psíquicas, agradables cuando la tensión disminuye y desagradables cuando la tensión aumenta.

Ya hemos visto como la instrumentalización en el mono cesa completamente cuando finaliza la tarea para la que estaba destinada –usar un palo para acercar una banana, por ejemplo-. Pero en el niño, la instrumentalización no cesa en la resolución de la tarea, se extiende indefinidamente a partir de que la sucesión de las tensiones en el cuerpo real, sus aumentos y disminuciones, empiezan a contar (+,-).

Ante cada aumento de la tensión la realidad para el niño se torna desagradable (-), y ante cada disminución se torna agradable (+). En este sentido comprendemos el principio del placer freudiano, como un proceso en el que el cuerpo imaginario toma el dominio completo del cuerpo real – o de lo que llamamos principio de constancia, en las notas sobre la Ley de Weber-Fechner-

El cuerpo real maneja el grado de amplitud de la percepción, a traves de los umbrales de la sensación y el factor de excitación. Hay estímulos que no sentimos por escaparse a ese espectro, y hay estímulos que no podemos diferenciar con nuestras sensaciones por tratarse de factores insignificantes. Tales son los límites que establece el principio de constancia respecto a la percepción de estímulos y sensaciones.

Pero cuando el cuerpo imaginario asume el control de los sistemas del cuerpo real -en especial, el sistema nervioso- las sensaciones y estímulos comienzan a dividirse en agradables y desagradables. Esto es, el principio del placer asume el control del principio de constancia, y ahora redirige los fines del sistema nervioso a los fines del orden simbólico.

Este acontecimiento puede producirse, como es sabido desde los trabajos de Baldwin, desde la edad de seis meses, y su repetición ha atraído con frecuencia nuestra meditación ante el espectáculo impresionante de un lactante ante el espejo, que no tiene todavía dominio de la marcha, ni siquiera de la postura en pie, pero que, a pesar del estorbo de algún sostén humano o artificial (lo que solemos llamar unas andaderas), supera en un jubiloso ajetreo las trabas de ese apoyo para suspender su actitud en una postura más o menos inclinada, y conseguir, para fijarlo, un aspecto instantáneo de la imagen.” (“Estadio del Espejo”, Escritos 1 pag.100)

Una vez que este momento se produce, viene acompañado del momento mismo de génesis de la conciencia. Podemos decir que el niño es conciente de tal o cual cualidad, en la medida que aprende a reencontrarla en la realidad. Es este hecho de la conciencia, resultado de la instrumentalización corporal, lo que permite que el psiquismo comience a organizarse en dos afectos fundamentales: el júbilo y la angustia.

3) Los Gestos de la Angustia y el Júbilo

A) La Angustia Real y la Expectativa de la Imagen

Con respecto a la angustia se pretende haberlo dicho todo cuando la referimos al trauma del nacimiento. A Freud no le parece desacertado suponer que la angustia comienza siendo una respuesta nerviosa –que compartimos con los animales- para luego evolucionar hacia una neurótica –específicamente humana-.

En un primer momento, como respuesta nerviosa, la angustia es una señal de alarma ante un peligro inminente. De hecho, tal respuesta nerviosa es lo que Freud identifica como trauma en el mismo sentido que la medicina: lesión o trastorno de un funcionamiento normal. La angustia prepara al sistema nervioso para que realice toda una serie de funciones que involucran la huida o la petrificación, ante una fuente inminente de peligro externo.

Pero en un segundo momento, para los seres hablantes, aquellos en los que esta respuesta nerviosa se ha convertido en una especie de advertencia, suelen sentir angustia inclusive antes de que suceda el peligro, y por lo tanto, la sienten siempre primero desde una perspectiva imaginaria.

Es decir, para nosotros los seres humanos -animales afectados por el lenguaje-, ya no tenemos una respuesta puramente biologica frente al peligro, sino que ahora es su expectativa la que desencadena nuestras respuestas.

B) Apercepción y Memoria

Ante la expectativa de un problema sin solución aparente, es común que la angustia sea desencadenada, sobre todo si esa expectativa denota informa acerca de una imagen que puede faltar. Tal expectativa pone a prueba al sistema nervioso, dado que lo somete a un problema que solo puede ser resuelto de manera simbólica: con el reencuentro de la imagen. Es ahí donde la tensión nerviosa puede tender al aumento, en la medida que demore el reencuentro.

Es la urgencia por reencontrar esta imagen lo que señala la angustia, y en este ir y venir entre el reencuentro y la expectativa, se expresa el movimiento indefinido de la conciencia. Tal indefinición lleva al sistema nervioso a funcionar más alla del principio de constancia, y a comenzar a instaurar el principio del placer como el encargado de buscar la identidad de percepción entre la imagen y la tensión.

Identidad: —,-+-,+-+,+++

Indefinición: -++,+–,–+,++-

Pese a cualquier clase de retraso respecto al reencuentro (debido a su indefinición), eso no quiere decir que no valga la pena seguir intentando la búsqueda. Después de todo, en esto consiste precisamente la idea de satisfaccion: encuentros más o menos favorables, de acuerdo a un principio de identidad.

Esto ya permite darse a la idea de una forma de memoria muy rudimentaria, y como reconocen los grandes neurólogos actuales, que ningún recuerdo podría fijarse genuinamente sin un afecto que le corresponda. En este caso, planteamos que la serie de afectos de júbilo y de angustia, ya permite articular la estructura de una pequeña memoria, si entre el júbilo y la angustia se produce alguna clase de expectativa (indefinición) o reencuentro (identidad) con respecto a la imagen buscada en tal o cual objeto.

C) El Júbilo y el Reencuentro de la Imagen

Si en la angustia se está a la expectativa, en el júbilo la tensión del sistema nervioso disminuye considerablemente por el reencuentro con la imagen perdida. La expectativa culmina entonces en el  encuentro de aquello que antes aparecía indefinidamente y que ahora es idéntico a sí mismo. En este sentido piénsese en el juego del “Peak a Boo” o “Don’ta él bebe” en el que la presencia y ausencia de la mirada –una imagen- oscila entre la expectativa angustiante y la satisfaccion lúdica –tensiones instrumentalizada por el principio del placer-.

Signo (Identidad e Indefinición)Tensión (Principio de Constancia)Imagen (Principio del Placer)Gesto (Transformación Identificatoria)
Reencuentro —,-+-,+-+,+++Disminución (-)Agradable (+)Jubilo  
Expectativa -++,+–,–+,++-Aumento (+)Desagradable (-)Angustia  

Es así que en el gesto de angustia o júbilo, la tensión –cuerpo real- y la imagen –cuerpo imaginario- se igualan bajo el mismo signo. En esta notación simbólica encontramos los signos del reencuentro, que son aquellos que son idénticos a sí mismos y luego tenemos aquellos que son de la expectativa, que son distintos a sí mismos.

Cuando alcanzamos la identidad de la imagen en el reencuentro con las cosas nos resulta altamente satisfactorio, por que dimos con la solución de un conflicto que esperábamos resolver. Pero cuando esa imagen se vuelve indefinida estamos a la expectativa de que el conflicto se resuelva, y mientras más indefinida se vuelva la imagen, más nos angustia esa espera.

4) La Indiferencia: El grado cero de la angustia

Mientras que el análisis con niños neuróticos consiste en la búsqueda del equilibrio entre el júbilo y la angustia –a partir del despliegue de los mecanismos de defensa infantiles- el análisis con niños psicóticos consiste en el encuentro singular con el júbilo y la angustia – a partir del desarrollo de sus primeras relaciones de objeto-.

En estos últimos casos, notamos la tendencia del niño al retraimiento e indiferencia absolutos. Semejante hecho merece toda nuestra atención, puesto que nos indica que el principio del placer no asumió el mando respecto al principio de constancia. Las situaciones que podrían desencadenar el júbilo o la angustia se cancelan entre sí, y en los casos más graves, no parece haber ninguna clase de conmoción posible, o quizás solo pasajera.

El cuerpo instrumentado es perfectamente capaz de gesticular, pero no ha sido aún instrumentalizado para decir nada. Es el problema que Melanie Klein retrata sobre el caso Dick, en el que señala que hubo una detención en la formación de símbolos y esto explica por qué el niño no gesticula casi nada.

 “Percibieron la falta de contacto que experimenta Dick. Es éste el defecto de su ego. Su ego no está formado. También Melanie Klein distingue a Dick de los neuróticos a causa de su profunda indiferencia, su apatía, su ausencia. En efecto, es evidente que, para Dick, lo no simbolizado es la realidad. Este joven sujeto está enteramente en la realidad de su estado puro, inconstituida. Está enteramente en lo indiferenciado. Ahora bien, ¿qué es lo que constituye un mundo humano sino el interés por los objetos en tanto distintos, por los objetos en tanto equivalentes? El mundo humano es, en lo que se refiere a los objetos, un mundo infinito. En este sentido, Dick vive en un mundo no-humano.” (Seminario 1, Clase 6, Jacques Lacan 1953)

No podemos hablar de momentos de júbilo ni momentos angustiantes, dado que cuando gesticula se parece más a una imitación o reproducción estereotipada que a un gesto articulado y espontaneo. Vive, por lo tanto, en el retraimiento y la indiferencia absoluta, como si no existiera ahí, o como si viviera en la inexistencia simbólica de un mundo puramente real.

El tratamiento kleiniano es brutal pero efectivo. Para instaurar la simbolización del valor de su propia existencia en el niño, Klein lo empuja a simbolizar el deseo que se corresponde con el desarrollo de sus estadios libidinales:

“El artículo de Melanie Klein, The importance of symbol formation in the development of the ego, publicado en 1930, se encuentra en Contributions to Psycho-Analysis, 1921-1945.  ¡Hay que ver con qué brutalidad Melanie Klein le enchufa al pequeño Dick el simbolismo! Comienza de entrada lanzándole las interpretaciones mayores. Le suelta una verbalización brutal del mito edipico, casi tan escandalosa para nosotros como para cualquier lector: tú eres el pequeño tren, quieres cogerte a tu madre.” (Seminario 1, Clase 6, Jacques Lacan 1953)

Los estadios libidinales responden a las zonas erogenizadas en las cuales el sistema nervioso solo tiene un control parcial. Por estar erogenizadas, se cancelan las funciones naturales del organismo y pasan a ser sustituidas por las de un orden simbólico, en tanto son más o menos agradables. Si Klein le profiere semejante verbalización, responde a la necesidad de hacer converger la tensión con la imagen, en el momento del desarrollo en que esa intuición se está vivenciando –la del estadio libidinal genital-.

Es la fascinación por nuestro propio cuerpo lo que desencadena la existencia de zonas erógenas –las principales, el ano, los genitales y la boca-, pero cuando esta fascinación no genera conmoción en el infante, puede encontrarse detenida la completa erogenizacion de su cuerpo.

Lo cierto es que pese a lo discutible de la maniobra kleiniana, se demuestra entonces que es la simbolización la que organiza el desarrollo de los estadios libidinales en tanto tal. No es como se cree, que cada estadio se organiza de forma cronológica, sino que más bien los estadios libidinales se desprenden de forma anacrónica desde del estadio del espejo –como una singularidad en la que todo su universo se encontraba contenido en sí mismo desde el principio-.

En cuanto Klein logra a partir de su intervención desencadenar el primer momento de angustia en el niño, no solo le permite darse cuenta de forma súbita de su  propia presencia en el consultorio –en el juego el niño es simbolizado- sino que es capaz de simbolizarse a sí mismo, porque se ha dado cuenta de una algo más fundamental, y es que ni su madre ni su niñera se encontraban allí junto a él.

Tal ausencia desencadena el deseo de reencontrarse, y ser mimado y reconocido por ellas. Fue a partir de esa instrumentalización de la angustia que el niño prosiguió con el proceso de formación de símbolos a medida que comenzaba a gesticular más cosas y finalmente comenzaba a hablar con la intención de comunicar –recordemos que antes de esto se hallaba en un estado de indiferencia puro-.

Es por eso que a este estado de indiferencia puro le llamamos el grado cero de la angustia, y nos permite colocar a este fenómeno en uno de los más fundamentales a la hora de considerar la instrumentalización del cuerpo, en el amplio sentido en el que el cuerpo humano es también un instrumento del lenguaje.

Sebastián Mas, investigador, escritor nacido en Salta (1995) hoy residiendo en Córdoba, miembro fundador de «Espacio de debates analíticos».

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