Silvia Lifschitz: «Corazón silencioso»

Te voy a contar una historia que quizás te parezca inventada, pero te aseguro que es real. Me sucedió hace muy poco tiempo en un lugar que, por respeto a los huéspedes, no te puedo describir. Solo te diré que era un espacio terapéutico para el restablecimiento de las energías y la conexión propia. Un retiro para el espíritu y para el silencio.

En uno de esos días en los que el tiempo parecía detenerse, que todo estaba inmóvil e inerte, comencé a oír un murmullo que le otorgó movimiento a tanta quietud. Algunos de los que circulaban en la posada pronunciaban un nombre extraño, uno que no lograba descifrar. Tampoco me animaba a preguntar. No tenía ni relación ni confianza con ninguno de ellos.

La intriga me carcomía, pero ante la impotencia para obtener esa información, volví a sumergirme en la lectura. Estaba leyendo la novela polaca Final Appeal de Remigiusz Mroz. Había tratado de conseguir alguna sobre el detective Forst, pero no lo logré. Mi amigo John me había recomendado esta y me sugirió que la leyera antes de mirar la serie en streaming. Fue una señal cuando, justo en el momento en que leía Piotr, uno de los protagonistas, caí en la cuenta de que ese era también el nombre que susurraban los demás y yo no había entendido.

Rompiendo mi habitual compostura, me levanté y fui hasta la recepción. Con mi cara más inocente, pregunté quién era ese individuo. La respuesta me consternó:

—Me sorprende que mi compañero no te lo haya mencionado. Me disculpo por nuestro descuido. Piotr es un señor que atiende a muchos de nuestros visitantes —me dijo Sandra, con cortesía.

—¿Piotr es médico? ¿Cuál es su especialidad?

—No, no. Piotr es un ser con algunas capacidades extraordinarias. Te sugeriría que lo consultes, te vas a sorprender. ¿Querés una cita? —me respondió la secretaria muy confiada.

Mi curiosidad innata me llevó a aceptar la recomendación. Ella me comentó que casualmente y remarcó esa palabra con una sonrisa, había un turno disponible para el día siguiente a las doce. Caminé hacia el sillón que estaba al lado de la ventana con la seguridad de haber conseguido algo deseado, aunque desconocido. Me reprendí a mí mismo, no podía ser tan tonto como para ansiar lo que no sabía qué era. Pero no me importó mi zoncera, sabía que en ese estado infantil había conseguido algunas de las mejores cosas de mi vida.

A los pocos minutos de haber retomado la lectura, Guillermina me interrumpió, era el momento de los masajes. Me alegré, la masajista del lugar tenía unas manos que hacían milagros, lograba con mucha delicadeza deshacer mis contracturas. En los pocos metros que recorrimos antes de llegar al gabinete, le pregunté a Guille por Piotr. Ella se emocionó porque iba a consultarlo. Me dijo que no podía comentarme nada, pero sí enfatizó que “todo lo que te dice se hace realidad”. Bromeé y dije que el hombre sería un mago. Abrió la puerta y se despidió. Saludé a Nadia y me entregué a la sesión.

El resto del día transcurrió sin ningún acontecimiento remarcable. Me acosté temprano, estaba exhausto y al día siguiente tenía muchas actividades agendadas. Dormí muy relajado, la masajista me había dejado como nuevo. A las seis me levanté, me preparé mi desayuno proteico y tomé todos los suplementos que me habían prescripto. Mi intención era volver a casa revitalizado, ansiaba llegar a ser mi mejor versión. Sabía que todavía tenía que hacer mucho para conseguirlo, pero al menos había iniciado el camino. Y era un montón para mí, me caracterizaba por procrastinar en lo relativo a mi bienestar personal. Después del desmayo que había sufrido hacía una semana en el trabajo, me había quedado bastante asustado.

Concurrí a la clínica muy entusiasmado. Hice todos los tratamientos del reseteo biológico planificados. Hasta acepté de buen grado el suero antiage que me pasaron. Aparté de mi mente ciertos comentarios negativos que había leído: como el alto estrés para el hígado y los riñones que podía provocar la sueroterapia. Era mi oportunidad para subsanar el déficit de minerales y vitaminas que tenía. La mañana se me esfumó, el tiempo pasó rapidísimo. Descansé un rato bajo la sombra de un árbol añoso, aproveché para descalzarme y apoyar mis pies sobre el césped. Me habían dicho que el grounding, la conexión con la energía de la tierra, era una práctica que traía muchos beneficios, aunque no recordaba ninguno. Por eso, me entregué a disfrutar de la sensación del pasto entre mis dedos. Fue una pena que la picadura de una hormiga colorada interrumpiera mi momento de relax.

Una de las asistentes vino a buscarme para ir hasta el lugar donde estaba Piotr. Cuando me vio el pie rojo, me dijo que la aguardara unos minutos mientras iba a buscar un ungüento que calmara la picazón. Me trajo un gel de aloe vera que me ayudó bastante. Fuimos hasta un primer piso, el lugar en el que me estaban esperando. Abrió la puerta del cuarto un hombre de edad mediana, pelo oscuro y largo, ojos claros y una mirada tan penetrante que sentí cierta inquietud. Me conectó con los retos que recibía de mi papá cuando me portaba mal. Traté de ahuyentar esas sensaciones y me predispuse de la mejor manera posible para lo que aconteciera.

Piotr me invitó a sentarme enfrente de él, tomó una lapicera y una hoja de papel y me preguntó la fecha de nacimiento y mi nombre completo. A partir de ese instante, comenzó un viaje extraordinario: un recorrido por buena parte de mis vidas a lo largo de los tiempos. Si bien, yo era un incrédulo sin remedio, parecía que las terapias que había recibido en esos días y el silencio de tantos reclamos familiares, me permitieron compenetrarme en cada una de las palabras que él decía. Cuando mencionó mis dolores emocionales, vivencié las peleas casi cotidianas con mi ex, la madre de mis hijos. Y también los reclamos de ellos, tan adolescentes y egoístas. Afortunadamente había puesto el teléfono en modo avión, necesitaba unos días para volver a estar solo, disfrutando de la paz del lugar. Claro que mi ex me gritaría cuando regresara, lo más amable que me diría era irresponsable. Pero no me importaba. Si no descansaba, me infartaría, mi corazón demandaba atención y necesitaba consuelo.

No pude frenar mi curiosidad y le pregunté por su procedencia. Me dijo que era polaco y siguió con la consulta. Me habló de mis existencias en otros tiempos, relató desavenencias, muertes y fuertes dolores. Sentí pena por mis yoes anteriores o, mejor dicho, simultáneos. No podía olvidarme de que había oído que habitábamos el multiverso. Si bien no entendía con claridad ese concepto, recordé la película Todo en todas partes al mismo tiempo, y fui armando con las narraciones de Piotr mi entramado ancestral.

Lo que más me conmovió de la sesión fue, además de sus silencios prolongados, una profecía que me vaticinó. Me dijo que, en menos de cinco años, me volvería a encontrar con esa persona de quien había estado tan enamorado en otras encarnaciones. Me sonreí con incredulidad, y fue cuando Piotr, muy serio me dijo, como amonestándome, que eso no era un juego. Que si no me interesaba su análisis, que no perdiera más el tiempo y siguiera mi camino. Le pedí disculpas, le expliqué que había reaccionado así porque estaba muy nervioso. El hombre siguió adelante y me dijo que cuidara mucho mi corazón. Me aclaró que lo decía tanto en el sentido simbólico como en el de la anatomía. Tenía un corazón silencioso que necesitaba ser oído. Y, antes de despedirnos, me pidió que descansara y no me hiciera tanto “la cabeza” por pavadas. Me estrechó la mano y me deseó lo mejor.

Esa noche me costó dormir, estaba demasiado ansioso. La sesión y los tratamientos recibidos me estaban mostrando que algo no andaba bien en mi cotidianidad. Era imposible culpar a nadie, yo era el único responsable de mi infelicidad. Tenía que aprender a decir no, a poner límites amorosos y saludables. Sería una tarea difícil y poco grata. Pero era mejor no adelantarme a los acontecimientos, todavía me quedaría dos días más en aquel lugar. Ansiaba que las vibraciones altas me bañaran y sacudieran toda la podredumbre que había dentro de mí. Me repetí varias veces que, para ser un hombre nuevo, tenía que soltar viejas conductas y hábitos. Era la única forma de que, cuando me cruzara con mi gran amor, pudiera reconocerlo.


Silvia Lifschitz, escritora, nació en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Es Licenciada en Administración y Contadora Pública (UBA), Consultora Psicológica (Holos Capital), Terapeuta orientada en Focusing (Focusing Institute), Arteterapeuta (Primera Escuela Argentina de Arteterapia). Directora de Redacción de la Revista “Arteterapia. Proceso Creativo y Transformación”. Publicó Pájaros en el pecho (2015, cuentos), Una convención anual (2016, cuentos), La máscara azul (2017, cuentos), El aire fresco de la vida (2020, cuentos), Que tengas un buen viaje (2022, novela corta). Su cuento El pequeño elefante obtuvo el primer premio 2017 en el Concurso de Literatura organizado por el Consejo Profesional de Ciencias Económicas de CABA y el cuento La máscara azul, el primer premio 2017 en el XXXIII Certamen Nacional de Poesía y Narrativa Breve «Letras Argentinas de Hoy 2017».

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