Abro el miedo. Una mañana moriré. Y ese día podré al fin escuchar la última ópera de mis células. Ese día el universo será de agua y el sol será una pelusa que veo levantarse cuando tiendo mi cama. Del cáncer vengo y al cáncer voy: ¿bienaventuranza o enfermedad? Un tronco se parte entre las dos. Miro los libros pasar. Son títulos y nombres de autores que desconozco. Caigo sobre las jaulas de las gallinetas de mis vecinos, sobre los brazos de mi abuela, sobre la pista de cemento y sus rayas blancas, caigo en todos lados. ¿Quiero seguir en este mundo? Ensalivada está mi boca. Un torito de Pucará me protege. Mi vida como la suciedad que no puedo limpiar.
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El cáncer como un desorden creado de cúmulo y miedo para nombrar. Un significante confundido. Los vidriosos ojos fijos del cáncer de los pies manchados con barro que entregan frutos y más frutos y después cielo.
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Abro el miedo. Es la enfermedad. Un caparazón creciendo dentro de otro caparazón para ser triturado
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El temor y la belleza existen
El movimiento la potencia de la que venimos existe
una filigrana cubriéndonos los ojos un punto en la Nada
un asterisco una carta a todos los seres humanos para que
entiendan que el agua vence al oro
y mientras todo el Perú se inunda en un clima desconocido una mujer emerge del barro junto a un toro y un cerdo una equivalencia de la naturaleza un la
la se escucha en el oído atrofiado de un anciano
como si la música se redujera a esa única nota cuando ya
hemos vivido lo suficiente
y sólo pudiésemos percibir la microscópica respiración de
las bacterias
microscópica como la danza de los parásitos en nuestra
sangre
y las vibraciones de nuestros glóbulos rojos,
como el paso lento de los invertebrados tardígrados
como los granos presolares de los meteoritos
como la soledad del electrón en el hidrógeno
¿qué hago con estas piedras?
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Mi cáncer dice:
vivo en el valle del Solo. Conozco el sueño de la Tierra. Soy más antiguo que la luna. Estuve en el principio cuando fue la palabra. Aprendí el relato de todas las moléculas de este mundo. Por eso, tus células hablan conmigo. Me cuentan sobre ti. Yo conocí a la primera mujer. Veo algo de ella en tus ojos. No temas. Hace siglos que reconozco el olor de los cadáveres. Tú no vas a morir.
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Abro el miedo. Mi cáncer escucha el silencio de mis órganos. Los hilos negros de la calma. Pregunto a mi cáncer. A ese Dios melancólico y persistente que me taladra. La espera de su respuesta me deja ver que las cosas no pesan. Ánimo. Crema de cúrcuma y agua de repollo para el dolor. Todos se van y yo me quedo. En mi cuarto atiende una enfermera migrante. Mi cáncer sigue escuchando atentamente el silencio de mis órganos. La enfermera escribe en su cuaderno: cuerpo mojado, leche de madre, da la espalda. Mi cáncer me mira a la distancia. Sonríe y sigue su camino hacia la ciudad de las enfermedades. Las batas blancas y las ambulancias transportan el sonido de la libélula. La ciudad de las enfermedades contiene al amor de madre y su violencia. Junto a mi cama, en un frasco de vidrio, el lloro de los virtuosos y de los piadosos. Las cosas se terminan como nosotros. A lo lejos, la caja de inyecciones como un juguete extraviado.
Teresa Orbegoso, poeta.
Fundadamente reconocida como una de las mejores poetas de nuestro pueblo hermano de Perú.