Los eléboros amarillos se afianzaron en los conventillos, los enfermos eran arrojados desde la ventana del tercer piso, y formaban una hilera macabra. El médico Juan Antonio Argerich envolvía a su paciente en mantas, ora otro le servía tres tazas de infusión de sauco, aunque a veces podría ser de borraja.
El jefe de policía Enrique O´Gorman es el primero en llegar a la escena, una fosa colectiva, muertos envueltos en trapos. El aire es pestilente, las calles porteñas desiertas, desvalijados los conventillos.
Colomba de dieciocho años, era atendida por el doctor, y desconocía que su cuñado ya tenía una hora de fallecido. Sus pies estaban bañados en harina de mostaza, desliza sus dedos para sentirlos, estaba bañada en su sudor y recuerda el oleaje del mar italiano, cuando el barco se va alejando del puerto.
Recuerda la tormenta inclemente sobre su cabeza, y al amanecer se levanta ante la mirada estupefacta del sacerdote y del médico. Pide que le den un poco de agua, y tal como una paloma italiana, es elevada a los aires.
Una anécdota extraña sucedió también durante la epidemia de fiebre amarilla en la provincia de Buenos Aires en 1847, cuando Colomba daba uno de sus paseos matutinos, supo escuchar el murmullo viviente provenir entre un montón de cuerpos.
Colomba levanta los cabellos grises de un hombre. Entonces este abrió los ojos, se trataba de un borracho que había sido confundido por un cadáver por un recolector, y había estado cerca de ser enterrado.
La joven pensaba en cómo quitarse el hedor a muerto, camina en las orillas del riachuelo, se sienta y mira su ajeado vestido. Reflexiona sobre el profundo silencio tras las fechas del carnaval, y cuando se acerca a la estación de tren, nota que unos caballeros regalan pasajes gratuitos.
Fue una larga fila, el caballero preparaba con tranquilidad el boleto, y cuando es su turno y da un paso, el hombre le da el boleto a una mujer que estaba detrás suyo. Colomba frunce el ceño, y se adelanta para que no sucediera aquel mismo acontecimiento. Los mosquitos amedrentaban todo a su paso, y mientras los zancudos infligían la carne con espadas de muerte, Colomba esperaría eternamente un viaje que jamás obtendría, porque había perdido el boleto de la vida cuando el doctor Juan Antonio Argerich cerró sus párpados aquel 27 de enero de 1847.
Zoe Gauna, escritora (cuentista, ensayista) nacida en Buenos Aires, Argentina, el 3 de octubre de 2004.
Bibliogauna: cuenta literaria.