Daniel Quintero: «Autorretrato (con oreja)»

Tengo la edad del hombre que no soy.

Acaricio para que haya luz,
para no sorprenderme por mandatos infieles.
Hago ruido, espanto a esos demonios
por si el recorrido del planeta profanara allí
mi inocencia.

Acaricio para hacer la luz
para que llegue con una melodía el amanecer.

Hasta el poema me reclama, 
me pide explicaciones,
me quita las ganas de escribir:
ya está bueno de reproches, le digo.
No sé por qué la luz
abusa de mi paciencia con tantas palabras.

Hasta el poema me encierra, 
me pide la renuncia
de tanto amar que no amé
justifica mi encierro
ahora ya que el tiempo no alcanza
no hay angustia a la que rendirle referencia
a que conjugación ofrendarle culto
si ya hasta el poema está dispuesto
a vaciarme el cargador y el corazón 
en la cabeza.
Me queda poco en que confiar
ni siquiera apostando a alguna letra
pueda torcer el rumbo
de tanta desgracia acumulada.

No me pertenezco, no me curo de mí.
Ahora exactamente tengo la edad del hombre que no soy.

Tengo el tiempo de todo lo que desee corriendo por mis manos,
ahora mismo, este instante es infinito, 
es un desierto roto
que tira su paso de arena 
entre mis dedos y rabia.

Ya nada quedará de tanta decepción:
anécdota más, anécdota menos 
no altera el destino.
Mañana seré otro, otra deuda, otro incógnito,
otro poeta derribado.

Ya no soy el que canta, 
hasta el verso me ignora,
ahora soy el tiempo inmenso que me toca.
Soy la rueda que se detuvo,
apuesto, tanto augurio, 
tanta diminuta geografía.

El aire me gana el verso.
Soy el cadáver que se resiste a morir.
Huele mal tanto entierro,
me delata una caricia, una sonrisa infeliz,
el beso que no di.

De amar tanto amor me riega el alma,
mañana el sol será este día, 
este reloj de sangre,
su pauta, su deterioro.
¿Qué va a ser de mí en la hora que no soy?

Soy un animal corrompido por el vínculo,
testigo involuntario de esta decadencia,
llevaré como amuleto 
atravesado en la garganta
unos de mis huesos quebrado por la poesía,
uno de esos huesos molestos
que alguna vez me tuvo en pie.

Ahora ya nada sirve
nada alcanza
nada de este paisaje iluminado.
Vuelve el viento a silbar su melodía funeraria,
inclina, limpia el mármol de la tumba 
que me espera,
detiene mi nombre por las dudas,
por si alguien olvidara darme enterramiento,
por si alguien recordara
no dejar mi cuerpo pudriéndose al verbo.

Ahora
me queda lo que merezco:
hago sombra en la calle
aunque no haya luz.

Daniel Quintero, poeta, escritor.

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