Diego Rodriguez Duca: «Entre feminismo y Tótem y tabú»

Las mujeres han matado al animal totémico. El feminismo inscribiendo ley.

«Tótem y tabú» es uno de esos textos que se resuelven en un universal al modo de la antropología estructural, que dotada de causalidad lógica, pretende abarcar y explicar una fenomenología humana.

Lo cierto hoy, es que podemos releer el banquete totémico con un sesgo heteronormativo.
En el mito hórdico el padre de la horda es aquel que priva a los hijos varones del acceso a sus mujeres, mujeres «mercancía».

“Hay ahí un padre violento, celoso, que se reserva todas las hembras para sí y expulsa a todos los hijos varones cuando crecen…” (Freud, 1913; 143).

Priva a esos varones de su deseo de acceso a tener y hacer con sus pertenencias, los priva también de poder. En otras palabras, los goza.
Dada esta situación, escribe Freud, los hermanos se unen complotando y asesinando al padre como único modo de empoderamiento y acceso a aquello que desean, y única supuesta salida para dejar de ser gozados.
El resultado de su particular banquete, de esa devoración del padre, es la culpa. Culpa que instala una ley, un nuevo ordenamiento biopolítico que va de lo externo a lo interno, o sea, de una ley sostenida en la amenaza del padre primordial a una ley basada en la internalizacion de la culpa, por la culpa.
¿Y las mujeres no deseaban, no promovían el asesinato para dejar de pertenecer al padre, no querían huir? ¿Qué les pasaba?, ¿Acentuaban sin más su lugar de mercancía?
Esta articulación teórica del totemismo hecha por diversos antropólogos y tomado por Freud en “Tótem y tabú” elude la subjetividad de las mujeres.

En otro ángulo, el animal totémico es una representación simbólica de una función de privación y sometimiento encarnada en alguien, o acaso, en algo. Sus registros comienzan con el soporte simbólico en un animal, desplazándose al padre, y podemos conjeturar que siguió desplazándose a todo aquello que funcionó como privador, como gozador. Así, reyes, feudos, religiones, aparatos biopolíticos en general son lo que encarna este desplazamiento.
Hoy, el nuevo animal totémico es el propio capitalismo, sistema que lleva al límite el concepto de mercancía, es el que regula la mercancía dialectizada en los deseos y los goces. Y se expresa en el mercado en sus dos formas actuales, el capitalismo en sí y el neoliberalismo. “Mercado” es el nombre actual del territorio de injerencia de poder del tótem.

Y las mujeres, o aquellas que se organizaron en ese movimiento llamado feminismo, qué particularidad tienen, acaso, hoy?
Las mujeres desearon. Decidieron no ser mercancía. Esa fue la decisión. Decidieron unirse contra el animal totémico actual: ese patriarcado sostenido en el capital que regula cuál es su lugar, qué hacer con sus cuerpos, con sus embarazos, cuánto vale su trabajo, qué son.
Y se unieron para matar al animal totémico mientras los hombres en su mayoría miran cobardes pactando con el padre hórdico. Porque también lo admiran y se identifican a él. Porque no encontraron aún en su mayoría una otra versión.

Ese feminismo tiene otra particularidad, que se lee en el avatar de la contingencia de nuestro tiempo: no tiene culpa. Pero ¿cómo se puede matar sin culpa? ¿ que ley deviene de un otro lugar?
Se trata de leerlo inversamente. Al establecer una ley soberana sobre el propio cuerpo, ley liberadora, la culpa no tiene función. La culpa no libera, somete de otro modo, queda con el peligro a cuestas.
Los hombres, al matar al padre, lo devoran con crueldad y en la crueldad, está su culpa, no en la necesidad de liberarse.

«… odiaban a ese padre que tan gran obstáculo significaba para su necesidad de poder y sus exigencias sexuales pero también lo amaban y admiraban tras eliminarlo, tras satisfacer su odio a imponer su deseo de identificarse con él. Forzosamente se abrieron paso las mociones tiernas avasalladas. Entre tanto aconteció en la forma del arrepentimiento. Así nació una conciencia de culpa que en este caso coincidía con el arrepentimiento sentido en común» (Freud, 1913, 145)

Las mujeres, acaso no lo devoran. No hay banquete. Simplemente lo mataron soltando su cadáver para existir en un goce Otro, en un por fuera, en un entre sí, que las constituye dueñas de sí mismas.

La tarea de pensar las múltiples maneras de matar simbólicamente al Otro, esa sigue siendo nuestra causa.

Diego Rodriguez Duca, psicoanalista UBA

Dejar una contestacion

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.