Miguel Ángel Rodríguez: El llamado (análisis).

A) Planteo:
Siendo, para decirlo así, tan profusa como variopinta la paleta de haceres posibles en la vida… ¿Por qué alguien se analizaría –y no siempre es eso lo que el consultante busca aun cuando tal vez lo encuentre-? ¿Qué tropiezo (con la “castración”) insiste en desacomodarlo, provocando su interrogación y el “llamado” a realizar una inicial consulta?

B) La biblia y el calefón:
Al principio fue el verbo. Fruto del entrevero entre lenguaje y organismo, la separación entre el hombre y la naturaleza, la castración, la “falta” entre el “sujeto” y el “Otro”.
Falta de “sentido” –en el humano el sentido no está “asegurado”; ha de construirse-. Falta de “satisfacción” –perdido el “instinto”; el “deseo”, la “pulsión”-.
Entonces, sujeto de la falta “en ser”.

C) Las holas y el viento:
Tomando las cosas desde un supuesto “origen”, ubicamos al “grito” –como secreción orgánica, concomitante a una “necesidad”, sólo concerniente al organismo-. Así, lo que convierte al grito en “llamado” (humano), es su recepción, es la contestación del o/Otro.
En el ejemplo arquetípico de la respuesta del o/Otro materno al grito del niño, la recurrente cuestión de comprender, de saber qué quiere decir, establece de entrada que “significa” algo. “Eleva” el grito bruto a la condición de “significante”. Que expresa, incluso “representa” –ya no al organismo, sino- al “sujeto” como tal; fundando su entidad –por la vía de cierto “Eres tú”-.
(Desde luego, así como es la respuesta del o/Otro la que reconoce al sujeto, es el grito/llamado del sujeto el que unge al o/Otro…)
Resulta pues condición de existencia del psicoanálisis, de cada análisis, alojar el llamado, la demanda –esta vez concomitante a una “falta”, distinta de la necesidad orgánica; esta vez tomando al “síntoma” como significante del sujeto, distinto a la fiebre de alguna enfermedad-.
Aun, la peculiaridad de un análisis pende de la peculiar respuesta del analista –de su deseo-, al llamado que lo demanda.

D) Falta y sobra:
Frecuenta decirse “el individuo y la sociedad”, “el hombre y sus circunstancias”… Desde esa perspectiva la demanda de análisis precipita si algo –lo que sea en cada caso- pone en cuestión ese “y”; hace síntoma, desestabiliza la relación entre el sujeto y el o/Otro –dividiéndolos-.
Surge de un “traspié” que ya no puede dejarse de lado –vuelto aquello que “no anda”-. Un encuentro con el desencuentro que conmociona evocando (en “uno”) la presencia de cierta “otredad” –del inconciente, el deseo, la pulsión-. Una ruptura que enrarece lo normal, que despierta quitando el sueño; un corte por donde entra desde afuera lo de más adentro. Síntoma hecho enigma de palabras, silencios, carne, hueso, tiempo.
En quien consulta, tal operatoria de la castración se manifiesta por doble vía: 1) Como exceso. De padecimiento, angustia. Un malestar que sobrepasa al que –se entiende- el vivir conlleva. 2) Como falta. De sentido -¿quién soy, qué quiero, qué sentido tiene todo esto?- De saber; qué catzo ocurre, o –si el consultante cree saber lo que le pasa- cómo hacer para que deje de pasarle.
Así entonces suele llegar al consultorio, “suponiendo” en el Otro del psicoanálisis/la ciencia/etc. el «Saber» que a él le falta para resolver su problema. Formulando su demanda en tono de “impotencia”, de “yo no puedo” (con lo que me sucede).
Dividido, al menos, entre lo que cree/creía ser –la “significación del yo”, del ego, puesta en jaque-; y su equívoca condición de sujeto –al inconciente que lo determina, a espaldas de su conciencia-, y lo que es como repetición de lo que no cesa de ocurrirle –egodistónicamente, contra su voluntad, fuera de su dominio-.
Síntoma que abre en el ser humano el juego (y la herida) de una hiancia fundacional, “partida de nacimiento”. (En efecto, “La vida es una herida absurda” no postula una existencia entera que en su caminar, eventualmente puede lastimarse: afirma que la división, es la vida…)

E) Therapeia:
Es un hecho que el psicoanálisis produce efectos “terapéuticos” en el padecimiento fenomenológico de ciertos síntomas –que desplaza, transforma, reduce-; e incluso que hay dimensiones sintomáticas en las que sólo el psicoanálisis incide.
Algunos consultantes se retiran apenas levantado el inicial “motivo de la consulta”. Otros continúan analizándose.
Cómo situar en el fin de un análisis el síntoma -como nombre y resto incurable; división y nudo entre sujeto y sexo, letra y goce- es otra cuestión –que tiene implicancias desde el inicio-.
Afirmar que “la cura viene por añadidura”, definir al psicoanálisis en tanto que “praxis”, o “ética”; lo formalizan como un “discurso” distinto al del «amo» y al del «pedagogo» donde las “psicoterapias” se inscriben; ubican al deseo del analista –diferente al de curar, ordenar, educar…- decidiendo de entrada el ánima de nuestras intervenciones.

F) Desde la bienvenida a un análisis:
Es menester que la respuesta del analista sea distinta a satisfacer la demanda que lo llama, que no se apresure a cerrar la apertura que recibe trayendo al consultante; invitándolo a recorrer su íntima otredad, motorizado por el síntoma, llevado por la “asociación libre” de la palabra.
Así el analizante se encontrará con las respuestas que desde el inconciente lo sujetan.
Freud denomina “entrevistas preliminares” –a un análisis propiamente dicho- a aquellas que culminan en la producción de un significante que, aun viniendo del Otro, marca verdaderamente al sujeto –y a la vez puntúa la transferencia como “Sujeto supuesto Saber”, “resignificando” el síntoma-.
Incapaz de decirlo todo, el significante –“elemento” del Otro- representará al sujeto para otro significante, producirá un “efecto de significación” tan cierto como escurridizo; ubicándose como S1 “llamará” al S2 –al Saber que supone-. Vía que deriva al sujeto por la cadena asociativa…
Luego, las respuestas que localizan al ser del sujeto en el “objeto a” –intervalo entre significantes, resto de la simbolización, “parte” del Otro, “falta” del Otro-. Vía presente en el amor, el deseo, el goce/la pulsión.
Tal recorrido requiere que el analista soporte la suposición –de saber, de ser- que se le transfiere, pero sin “creérsela”.
Ejemplarmente, la “interpretación” analítica corta el lazo entre S1 y S2, apuntando al objeto a –a la causa, al goce-. Así, el saber que efectivamente un análisis precipita es llevado al lugar de la verdad –irrupción que divide-: no se trata de algo acumulable, erudito; sino de marcas singulares que muerden la falta, escribiendo el sujeto un saber (vivir), más cerca del verbo que del sustantivo…
El psicoanálisis no ilusiona un pasaje a la “potencia”; sí conduce al sujeto al encuentro con la “imposibilidad”, umbral del “acto”.

G) La cultura (vigente) en la consulta:
En la singularidad de cada quien, hay la subjetividad de la época –hoy sujetada a la sociedad conyugal de ciencia y capitalismo-. La cultura que habitamos y nos habita también provoca efectos en la modalidad de presentación clínica de la consulta.
Por un lado, hasta delimitar las así denominadas “psicopatologías actuales”… La “adicción” –en síntoma con nuestra sociedad de consumo-; la “anorexia” –con el modelo de imagen y el ideal de salud-. (Ambas cuestionando la extraña condición de la naturaleza humana, al atentar contra cualquier cosa que se entienda como instinto de supervivencia, al conducir al ser hacia un lugar que no coincide con su propio Bien. Y dándole una vuelta de tuerca a la presentación neurótica clásica, al adelantar un “yo soy” –adicto, anoréxica-, que convoca una vuelta de tuerca en la respuesta del analista.) El “ataque de pánico” –esa angustia enorme ante las encrucijadas del vivir, en línea con las antiguas neurosis de angustia, en el marco moderno de deflación del Padre que también lo exigua como instrumento de simbolización-. La “depresión” (tan sobre-diagnosticada con ligereza) y esa otra cosa (no identificada en el DSM IV a pesar de su densa abundancia) que aquí sitúo como “aburrimiento” –en cortocircuito con el mandato (social) que exige “¡Debes ser feliz!” “¡Hay que divertirse!”-.
Por otro, como tono general contemporáneo. A diferencia de aquellos tiempos de Freud –caracterizados por una mayor demarcación sintomática-, la demanda actual suele manifestarse algo imprecisa, por problemas de acople, de inserción en el mundo –de despliegue y lazo social en sus promovidos carriles-; por sujetos de un malestar que se presenta como un cierto modo del… desconcierto.
El sujeto de hoy –según el movimiento de un “discurso capitalista” que Lacan ensayó formalizar-, comandado por un saber “científico” que lo instrumenta, está allí en la engañifa del lugar del amo “self(y) made man” –el S1 bajo la barra opera como Uno solo, sin par, y no como Uno del ideal colectivizante-, solo –reducido a una voluntad de consumir/producir e impulsado a distinguirse de la multitud-, como “individuo” –con su partenaire, señuelo tecnológico del “plus de gozar”-.
(Algo que tal vez permita explicar la proliferación diagnóstica de supuestos “trastornos del narcisismo” y “border-line”…)
Entonces, nos toca a los analistas advertir las rotundas novedades que se generan en distintos ámbitos de la cultura, de la vida en estos tiempos; sus efectos en la modulación clínica de la división subjetiva; y ajustar el “acto analítico”.

H) El sistema de salud (vigente) en la consulta:
A la vez, en estos lares, cierta cantidad de consultas iniciales suelen canalizarse por los dispositivos hegemónicos del estado/mercado de salud mental/pública (pre-pagas, obras sociales; centros sanitarios, hospitales, etc.).
Ello también produce consecuencias.
(Por ejemplo, a propósito de la transferencia; y de su manejo: resulta notable que dichas instituciones reduzcan en particular el margen de maniobra de esas dos variables –“tiempo” y “dinero”- que Freud expone al respecto…)
Días atrás un colega me comentó el caso de un paciente que en cierto contexto discursivo volvió a traerle a cuenta tener treinta entrevistas sin costo «cubiertas» por su pre-paga. Se entiende. Pero hace a la posición del analista no comprender, implicar al consultante a que de razones de lo que afirma; interpelarlo a nivel del significante –del sin/sentido-. Después de todo, si no fuera por la “neurosis”, ¿a quién se le ocurriría que la Pre-paga (o el Hospital) que “tiene” al “ser” asociado (o ciudadano), lo “cubre” de la castración –eximiéndole de pagar por su deseo, de la condición humana en la cual “vivir cuesta vida”-?
Es al lugar del Otro no castrado al que suelen ir la pre-paga o el hospital, “cubriendo” –como sostén paterno, o abrazo materno- la castración del Otro –cuyo encuentro es justamente lo que precipita el llamado de quien consulta…- ¿Cómo dejar afuera del análisis, entonces, la operación de tal estrategia? ¿Cómo no intervenir convocando al sujeto del inconciente –ante quien pretende, al hablar, ubicarse como sujeto consumidor/de derecho, dirigiéndose a un o/Otro prestador de servicios-?

I) Proemio final:
La experiencia analítica se inicia por la consulta de alguien que se presenta como sujeto de la falta en ser. Falta que padece, y a la cual paradójicamente se aferra –como si justificara su existencia-. Es desde allí que el sujeto se dirige al campo del o/Otro; suponiéndolo ser o portar aquello que a él le falta –y le reclama-, suponiéndolo agente de sus privaciones y desdichas; constituyendo el ardiente escenario de expectativas y decepciones, de “pasiones” y disputas cotidianas.
El psicoanálisis no toma al síntoma como “categoría”, como nomenclatura de grupo: apunta y se orienta hacia la singularidad más radical.
Conduce al sujeto a des-suponer al Otro (que no existe); a ser más allá del Otro –sin tanto rubor ni permiso- los goces vitales (que hay). A “hacerse al ser” (que falta).
En cualquier caso, a hacerse, sencillamente… una causa, una vida.

Miguel Ángel Rodríguez, psicoanalista, escritor.

Contacto: 15-6408-4426 licmar2000@yahoo.com.ar

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