Hay una tontería que dice: “la pera no espera”. Tema desflecado y tumultuoso. Son tantas sus aristas que solo voy a nombrar algunas que me encantan, interpelan.
El tiempo es palpable para quien espera una fecha. La ansiedad encandila. Corre por las escaleras de Escher.
El día llega, la sentencia es escuchada. Puesta en acto que termina con la expectativa. Y después, dice el tango, qué importa del después.
El no-lugar tapiza el limbo donde a veces quedamos suspendidos. La sala de espera del dentista, los aeropuertos prometen devolvernos la sonrisa, la curiosidad por otras geografías. Pero antes hay que hacer fila, esperar el turno. Si superamos el trámite de estar maniatados en una butaca la compañía y la prepaga medirán el grado de satisfacción.
Pescador y jardinero comparten cuidados y rituales. Tienen la piel curtida, la mirada perdida. Trabajan una espera.
En octubre el lapacho está en flor. La caña se tensa atraída por el pique. El paso de las estaciones, las lunas flamean en el agua. La tierra.
¡Ah, la esperanza! La esperanza, hija de la desdicha, la mala racha. Dicen que es lo último que se pierde pero para mí no es cosa de perder. Es un motor. Una bengala. La herida cicatriza. La presión se dilata. Su chispa regala una bocanada de fresco.
Sombras se recortan sobre el cartel de la estación. Mira de reojo, prende otro cigarrillo. De a ratos se distrae, medita. En el andén queda poca gente. Llovizna.
Líder y dealer juegan en espejo. La presencia esperada atraviesa un enjambre de momentos, circunstancias. Hay una gota íntima en estos personajes. Gota que a veces me rebela, a veces me domina.
Presa del encierro espera un llamado. Es lo mismo que llegue por teléfono o baje de una estrella. Si ocurre, esa seña, la voz abrirán un claro en la espesura.
Federico Lescano (Bode), poeta, escritor, jardinero, coctelero. Co-editor de la mítica revista Sexycangrejo. hastalavictorlaplace@gmail.com