Las cartas del viejo llegan cada tanto. Caen al correo, a la pantalla pelada. Y entre los abundantes puntos seguidos, puntos apartes , comas, corchetes, paréntesis, asteriscos, batatas, manzanas, fritangas, etcéteras, moralejas; es casi la misma distancia enigmática entre él y yo. Le puedo leer la mirada, la espera aterciopelada para amenizar un poco su prepotencia. Las cartas del viejo llevan un chirrido de mueble resquebrajado. Que aunque parsimonioso, el viejo parece empujar y empujar con tozudes. Con amor, a su manera. Como un destino, un caprichoso deber suyo. En mi correo…
Casi me dobla en tiempo. Pero el tiempo dobla a todos, así que no hay impedimentos. Sobre la hoja lisa y virtual, forcejeamos. El punto aparte nunca queda aclarado para mí.
El punto seguido ayuda, sin embargo. Ocurre que sabemos que va a fallar. Que vamos a resbalar en él. De cualquier manera el punto seguido cuando no vive pegado a la coma, es menos brutal. Menos abismal. Se lo agradezco.
(Me río porque lo veo frunciendo el hocico, como doblando un sobre de madera y enviándolo por correo.. Arrastrando muebles…)
Una vez nos citamos en una esquina. No dijimos cuál. Salimos a caminar. Al (des)encuentro. Y aunque no crea en los caminos, los caminos son todos bien distintos. Existen y luego mueren. Nos perdimos, viejo. No hay culpas en esto. Volvemos, en realidad te veo en el correo. A la fuerza. Capaz represento en su mente una laguna que conoció de chico. Un riacho que se resiste a secarse. Capaz el viejo imagina posible que mientras lo lea, la cuerda le dé para rato…
En el último, abunda en la utilización de corchetes. ¿Me habla de posibles desamparos? ¿ Soy acaso un lector bráile? No entiendo, ¿Para qué lo utiliza? No parece descubrir que las comas sirven hasta altura, un poco como un vaso de agua. Proteje las palabras entre asteriscos, que ni sé en qué parte del teclado se encuentra. El viejo evidentemente, sabe escribir. Entonces cedo; le tiro el cebo. Insistimos en citas fantasmas.
Después de perdernos en la esquina que no fuimos porque nadie aclara nada en este país, entro a apelar a interrupciones dulces, del estilo. «¿Che, no tenés un familiar que te escuche? ¿Un familiar casi tan erudito como vos?» Resultan venenosas después de un tiempo, las obviedades. Como aguas vivas me llegan sus notificaciones, Intentando revelarme el secreto del mal o del Bien, que electrifica el asunto. El espejo incendiado. El chat imposible. Los hocicos se cierran y lo poco que tenemos se hace mierda enseguida.
Que el punto aparte nazca junto con una coma, que acompañe, puede hacer llevadero este trance. Este tenerse frente a frente, en lo tácito. Obligado a quererse a las trompadas (que es lo que toca a veces) Un juego iridiscente que se vuelve gris. Padre, hijo, madre, sobrina, hermano, sacerdote, carnicero, tutor. ¿Qué somos, viejo, vos y yo? ¿Un tema a la marchanta?
¿Cosas que pasan por un correo electrónico y nada más? No es temático el amor o el desamor. Ni dogmático. Lo sé. Es un viento roto. Un aluvión inclemente de cancelaciones. En tu caso, de nobles alcahuterías.
Probamos en citarnos por vez… Yendo a un bar, el fracaso estruendoso aún hoy se oye.
Y como aparentar felicidad es la peor zozobra, la peor tristeza. La tristeza se vuelve rabiosa. Te pido que no me escribas, (dediques) tus pergaminos llenos de ternura, corchetes, y asteriscos.
Sobre todo para que aquello inexplicable que arde, levita intangible, siga inexplicablemente ardiendo, levitando intangible, sin necesidad de tantos corchetes, paréntesis, asteriscos, manzanas, cantimpalos, naranjos: encerrando una flor.
Federico Vecchio, escritor, actor. Estudió con Dalmiro Sáenz, Vicente Zito Lema; teatro con Pablo de Nito, Omar Fantini, Pompeyo Audiver; periodismo de investigación en la Universidad de Las Madres. Ha editado el libro de cuentos «Huérfana luz de invierno» (2010).
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