Fernando Capece: «Alto Viaje»

Venía caminando hacia el centro, cerca de Corrientes y Uruguay, era medianoche y había bastante gente en la calle. En eso, se me acercó un hombre, vestía un sobretodo verde, unos zapatos amarillos y un sombrero rojo. Tenía la pinta de ser un tipo de unos cincuenta años aproximadamente. Se me presentó como Roko, dijo: «Lo estábamos buscando, tome, esto es para usted». Me dio una cajita pequeña, dio media vuelta, desenfundó de su sobretodo una patineta, se subió y se fue por avenida Corrientes.

Me quedé un poco desorbitado por la escena que había vivido, miré la cajita, la abrí, había un caramelo color violeta, supuse entonces que era de uva. “Uno de mis favoritos”, pensé. Decidí probarlo, la verdad es que estaba muy rico. Dejé de darle importancia al hecho y seguí caminando. Al cabo de unas cuadras empecé a sentir un mareo fuerte, se me empezaron a dormir las piernas y, esto es lo más loco, empecé a escuchar unas voces en mi interior. Decían: «Está surtiendo efecto, apresúrense, vayan a buscarlo antes de que sea tarde y lo capturen». Me costaba estar de pie, me arrodillé, la gente pasaba a mi alrededor como si fuera invisible, quería gritar y pedir ayuda, pero las palabras no salían de mi boca. En ese momento, escuché el sonido de una sirena a todo volumen, pensé que era un auto policía, o una ambulancia. Pero no, era un auto viejo, un Dodge 1500, venía a toda marcha y frenó de golpe justo a la altura donde estaba arrodillado. Miré hacia el interior, un tipo con la careta de pokemon, esa de pikachu, bajó la ventanilla y me dijo: «Subite, dale, rápido, no hay mucho tiempo».

Yo miré a los costados, la gente como si nada, volví a escuchar la voz del tipo, que le decía a alguien: «Bajate y ayudalo». Volví a mirar, y para mi sorpresa, se bajó del asiento de atrás un carpincho. Tenía el tamaño de un niño, unos borcegos negros y una bufanda de colores. Se me acercó y, no sé con qué fuerzas, me levantó y me subió al auto, cerró la puerta ordenándole al de la careta de pikachu que arrancara. El auto salió arando a toda velocidad.

A esa altura ya no entendía nada. En tanto, el carpincho sacó de un bolso, una especie de turrón que tenía lucecitas verdes en un extremo, y empezó a revisarme los ojos. Mientras escuchaba que le decía al de la careta: «Chacarera activada, sarrasqueta desconectada, timón recargado». Yo estaba transpirando y me costaba respirar. El carpincho sentenció: «Quedate tranquilo, te acabamos de salvar, la próxima tené más cuidado». “¿De qué?”, le pregunté sorprendido, a lo que respondió secamente: «Demasiadas preguntas». Se sentó, fijó su mirada en la ventanilla y no habló más.

Poco a poco, empecé a sentirme mejor, el conductor había agarrado la autopista Buenos Aires – La Plata, éramos los únicos que íbamos por ese camino. El tipo puso música, sonaban canciones de Gardel. El carpincho me palmeó la pierna y con una sonrisa me guiñó un ojo, solo atiné a mirarlo y esbozar otra sonrisa. Me dormí.

Desperté, estaba arriba de un colchón de dos plazas, volando por los cielos, a mi lado viajaban ellos también, el de la careta y el carpincho, estaban conversando sobre no sé qué. La noche era hermosa, no hacía frío, el cielo estaba despejado y se podía ver una gran cantidad de estrellas. «¿A dónde vamos?», les pregunté. Me miraron, y el de la careta me dijo: «Te estamos llevando a tu casa, ¿no te diste cuenta?», con cuidado miré hacia abajo, y sí, estábamos por avenida Galván, aproximándonos a mi casa, pasamos la plaza, el colchón giró hacia Avenida Balbín y, cuando estábamos por la altura de mi casa, el carpincho se me acercó y dijo: «Tomá, ponete esto y tirate». Era una mochilita de juguete muy pequeña, pero elástica, quise ponérmela, me costaba. El carpincho notó mi torpeza y me dio una mano para colocármela. Cuando ya estaba puesta, me despidió: «Bueno, cuidate, ya sabés, no andés por esos lugares». «¿Cuáles?», le pregunté. Empezó a reírse y me empujó. Caí al vacío y empecé a gritar desesperado, en ese momento, de la mochilita se abrió automáticamente un paracaídas, eso detuvo mi caída libre y me balanceó con lentitud hasta tomar contacto con el piso.

Me quité la mochila, miré hacia el cielo y vi cómo estos dos personajes junto al colchón se iban para el lado de Nuñez. Esperé que me saludaran, pero ni pelota me dieron. Miré la mochila con el paracaídas, junté todo y lo llevé a la esquina, donde hay un tacho de basura, de esos gigantes. Abrí una de sus tapas y tiré todo ahí. Luego di media vuelta, fui hasta la entrada de mi casa, abrí la puerta, entré, fui directo al baño y me pegué una ducha, la necesitaba. Me cambié, encaré el living, me senté en el sofá y prendí la tele, hice un poco de zapping hasta que me colgué viendo ese programa de evangelistas que hacen exorcismos.

Desde aquella vez, ahora que lo pienso, no pruebo un caramelo de uva.

Fernando Capece, escritor, músico, terrícola y porteño del 80. Músico, estudió jazz con el maestro Néstor Astarita. Toca y graba en los circuitos under desde el 94. Fue partícipe del fenómeno musical y teatral Tribu Fandango, banda con la que realizó cientos de shows. Giró durante varios años con la banda de rock Gauchos Rabiosos, incluyendo la grabación de su último disco, «Vol.3». Participó del disco «Greatest Hits Vol 1», de Astrohungaro, proyecto con el cual grabó un Live Session. Participa de los talleres literarios de @siempredeviaje desde hace tres años. Escribe poesía y narrativa. Leyó en varios ciclos de poesía, incluyendo La Feria Del Libro. Actualmente se encuentra trabajando en su primera novela.

@fersacce

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