
Para empezar a hablar del tema que nos convoca hoy, el disparador de este número de la revista, “desconcierto”, me propuse, esta vez, partir del ente que rige nuestra lengua, la lengua española. Estoy hablando de la Real Academia Española. Sería naif creer que allí se encontrará un significado único y acabado del término que estoy buscando. Por más acepciones que haya, la lógica sería la misma: Tal palabra puede significar esto, aquello y esto otro, no más. El punto de importancia está en el “no más”, ¿quién puede tener el tupé de afirmar saber qué puede significar y qué no cada palabra para cada uno de los sujetos hablantes? Por otro lado, a Ferdinand De Saussure le debemos, entre otras cosas, el haber desvelado el carácter arbitrario del signo lingüístico. Que un significante se ligue a un significado determinado no encuentra su fundamento fuera de dicha arbitrariedad. Tal ligazón entre significante y significado sólo se basa en el consenso general, que es contingente y no necesaria. Por ende, tal significación podría ser otra, entonces una palabra podría significar otra cosa en algún momento futuro o pudo haber significado algo distinto en el pasado o diversas cosas en distintos lugares en el presente. Además, creer que es posible que exista un ente que organice el conjunto de las palabras sería suponer que el lenguaje habita al sujeto cuando, en realidad, es el sujeto quien habita al lenguaje. Como verán, el lenguaje mismo puede ser muy desconcertante. (Nótese que uso de manera indistinta “palabra” y “significante” cuando, en realidad, no son equivalentes, sino más bien coincidentes. Comencé hablando de la palabra “desconcierto”, y con De Saussure pasé a hablar del significante. Pero, no todo significante está hecho de palabras. Y, como no es de mi interés desplegar en este breve artículo estas vicisitudes, opté por esa simplificación para no correr la atención demasiado del tema, ya que tendría también que hablar de la subversión que realiza Lacan al signo lingüístico y no es lo que quiero tratar ahora).
De las distintas acepciones que el diccionario de la Real Academia Española da a la palabra “desconcierto”, hay dos que me interesa tomar: “Estado de ánimo de desorientación y perplejidad” y “Falta de gobierno”. Además, me voy a servir, en esta oportunidad, de un texto de Sigmund Freud publicado en 1924, “La pérdida de la realidad en la neurosis y la psicosis”. Comenzaré por algunos comentarios al texto freudiano, donde veremos aparecer las acepciones del término “desconcierto”. Allí, Freud, siguiendo el hilo de su gran obra anterior, “El yo y el ello”, desarrolla diferenciaciones entre neurosis y psicosis respecto a cómo opera el yo frente a la pérdida de la realidad. Se creía, hasta ese momento, que sólo la psicosis implicaba una ruptura con la realidad. Sin embargo, Freud propone que en ambas estructuras, aunque de distintas maneras, la realidad se pierde. Pero, ¿de qué realidad estamos hablando? Pues, de la realidad del yo, aquella que nos creemos que es la verdadera. Ante determinada cuestión (“hiperpotencia del mundo exterior”, en la neurosis; e “hiperpotencia del ello”, en la psicosis), el yo se desorienta y queda perplejo. Lo cierto es que podemos andar muy bien en la vida, ocupándonos de nuestros asuntos, de la familia y del trabajo, de los amigos y de los amores, hasta que, por determinadas cuestiones, en algún momento, algo de esta realidad se pierde, se rompe, dejamos de creerla verdadera. Ocurre algo que no debería suceder. Esto que ocurre puede ser algo de la más simple y cotidiano, hasta puede ser un momento fugaz, como encontrarse plata tirada en el piso, un instante en el que observamos una gran oportunidad para nuestro provecho económico, ese momento en el que pensamos: ¿Qué hago, lo agarro, busco al que se le cayó, lo devuelvo, me lo quedo?, que no dura más que un instante. Pero, también, lo desconcertante puede venir de un suceso que implique que, de pronto, tengamos que reorganizar nuestras vidas casi por completo, como la aparición de un nuevo virus mortal de expansión mundial, que impide el contacto entre los seres humanos, ya que así se propagaría más rápidamente. Tanto la magnitud de una pandemia como el evento casual de encontrar un tesoro sin custodio alcanzan para que la realidad, la que era hasta ese entonces, se desvanezca. No hay gobierno en ese preciso instante, no hay gobierno del yo que creía estar viviendo determinada realidad.
Pero, como lo advierte Freud, “no sólo cuenta el problema de la pérdida de realidad, sino el de un sustituto de realidad”. También la realidad se recompone, aunque de distintas maneras en la neurosis y la psicosis. No entraremos aquí en las diferencias estructurales, sino más bien en aquello a lo que ambas responden. Dice Freud: “Tanto neurosis como psicosis expresan la rebelión del ello contra el mundo exterior”. Aquello que tiene que ver con el ello, ¿se acerca a lo que Lacan nombró como lo real? De ser así, lo real no indica, en absoluto, la realidad, sino, más bien, lo que allí no cuadra. Es ante lo real que el yo se desconcierta. Y después del desconcierto, ¿qué puede pasar? De por sí, cualquier acontecimiento desconcertante (quizás esté siendo redundante, pues si se trata de un acontecimiento, entonces se tratará de algo que requiera cierta re-organización) no tiene un único destino final. Es decir, no hay ligazón directa entre determinado estímulo y una respuesta única. Aquello que nos pasa, se puede resolver de más de una manera. Hete aquí un fundamento de cualquier tratamiento psicoanalítico. A la pregunta freudiana primordial: “¿Qué tiene que ver usted con aquello que le pasa?”; le podría seguir esta otra pregunta: “¿Esto lo podría resolver de otra manera?”. Claro está que no se apela aquí a la voluntad del paciente, no se trata de que se lo proponga y que con eso alcance. En psicoanálisis, es difícil hacer mención a algo que no sea del orden de lo inconsciente. Sabemos que la voluntad no alcanza para operar en esta dimensión. Mucho no puede hacer, digamos. Un lugar donde encontrar estas vueltas a la realidad en lo cotidiano es en las publicaciones que realiza la mal llamada gente común. Es muy difícil, a veces, distinguir entre una publicación común o de una publicidad de alguna empresa. Y no por la insistencia de las publicidades – que cada vez hay más – sino por el contenido de las imágenes, donde casi siempre lo que se ve es gente feliz. No quisiera hacer aquí ninguna generalización, pero podríamos preguntarnos para qué alguien sube una foto a Instagram o a Facebook. Quizás sea para eso, justamente, para mostrar que su vida está llena… ¿llena de qué? De conciertos. Recurramos, una vez más, a la RAE. Allí, “concierto” es “buen orden y disposición de las cosas” tanto como “ajuste o convenio entre dos o más personas o entidades sobre algo”. Los usuarios de las redes sociales – ¿tanto como fuera de las mismas? – acuerdan, convienen creerse la realidad que se venden mutuamente, en la que las cosas poseen buen orden y disposición. Nunca he visto una publicación de la vez que alguien encontró plata tirada en el piso. Más bien, todo lo contrario: un plato de comida muy visual, una fiesta donde todos se divierten o una familia feliz; ¿publicaciones de Instagram o publicidades del capitalismo? ¿Respuestas al desconcierto?
Franco Santéramo, psicoanalista. Miembro del Movimiento Psicoanalítico del Oeste.
Bibliografía
- De Saussure, Ferdinand. 1016: “Curso de lingüística general”.
- Freud, Sigmund. 1924: “La pérdida de realidad en la neurosis y la psicosis” Tomo XIX, Amorrortu Editores.
- Real Academia Española. 2020: “Diccionario de la lengua española”, en www.rae.es