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Acerquémonos antes que nada a una pregunta… ¿qué se entiende por desconcierto? Según el diccionario, el término desconcierto es definido como un estado de desorientación o confusión por el que atraviesa una persona a causa de “algo” inesperado o sorprendente.
Otra de las definiciones más comunes ubica que en el desconcierto existe una falta de orden en las cosas. En dichas definiciones se hace alusión al efecto producido por la variante del objeto ya que este no está donde debiera o no es lo que se esperaba. Ahora bien, ¿cómo definir a ese “algo” que aparece?
Respecto a lo inesperado o lo, supuestamente, carente de orden o sentido, en los comienzos de su teorización Freud toma a los sueños como la producción que permite dar cuenta de otro saber, de un saber que no por ser otro, deja de producir efectos en lo que denominará luego como “psicopatología de la vida cotidiana”.
Es en su análisis de los sueños donde observa el estado de desorientación que atraviesa quien relata el sueño. Quien sueña reconoce dicho sueño como una producción propia, pero al mismo tiempo no puede reconocerse en lo que relata. Más aún, suele considerarlo absurdo y por esta misma razón, irrelevante. Es desde este punto que Freud marca como condición para un tratamiento analítico la asociación libre, que no es más (ni menos) que decir lo que se le ocurra a pesar de ser considerado en un primer momento irrelevante o carente de sentido. Es en “La interpretación de los sueños” donde indica: “Recordamos bien que lo absurdo de los sueños proporcionó a sus menospreciadores un argumento clave para no ver en ellos más que productos sin sentido de una actividad mental aminorada y fragmentada.”
En el texto “Lo inconciente” de 1915, Freud da un paso más y refiere que, lo que denomina el sistema inconciente, tiene propiedades particulares. Digo un paso más porque ya no se define por lo que no es la conciencia, sino que ubica allí una lógica propia. Lo inconciente se caracteriza como ausente de contradicción, con un carácter atemporal y donde se sustituye la realidad exterior por la psíquica.
Por otro lado, pero en diálogo con esto, en el Seminario sobre La Angustia, Lacan toma de la obra Freudiana a esta ubicada como señal, “¿señal de qué?”, se pregunta.
En dicho Seminario refiere que “La dimensión de sujeto transparente en su propio acto de conocimiento sólo empieza a partir de la entrada en juego de un objeto especificado que es el que trata de circunscribir el estadio del espejo, o sea, la imagen del cuerpo propio, en tanto que, frente a ella, el sujeto tiene el sentimiento jubiloso de estar ante un objeto que lo torna al sujeto transparente para sí mismo. La extensión a toda clase de conocimiento de esta ilusión de la conciencia está motivada por el hecho de que el objeto de conocimiento está construido, modelado, a imagen de la relación con la imagen especular. Por eso precisamente este objeto del conocimiento es insuficiente.
Aunque no existiera el psicoanálisis igualmente lo sabríamos porque hay momentos de aparición del objeto que nos arroja a una dimensión muy distinta, que se da en la experiencia y que merece ser aislada como primitiva en la experiencia. Es la dimensión de lo extraño. (…) Ante eso nuevo, el sujeto literalmente vacila, y todo en relación supuestamente primordial del sujeto con cualquier efecto de conocimiento es puesto en cuestión.” Ahora bien, ¿qué es lo que aparece allí donde el sujeto vacila? Lacan dirá que lo que aparece es lo que ya estaba ahí, lo denomina el “huésped desconocido”, retomando lo dicho por Freud respecto a que no somos dueños de nuestra propia casa.
Continuando con la pregunta sobre qué señala la angustia, afirma que la angustia posee un objeto, muy a contrario de lo que se cree, pero que este objeto no es cualquiera sino es lo que Lacan puede teorizar como objeto a.
Este no es cualquier objeto porque, afirma, justamente es lo que resiste a toda asimilación a la función del significante. y por eso precisamente simboliza lo que, en la esfera del significante, se presenta siempre como perdido, como lo que se pierde con la significación.
La irrupción de lo desconocido, y por tanto extraño y desconcertante, funciona como señal de lo imposible de predecir, lo que escapa a todo cálculo del sujeto del conocimiento. Ese fue el punto de partida respecto a las definiciones del término desconcierto. La intervención de un analista puede hacer de eso que “habla” un decir, darle un lugar en el discurso, esto es lo que el psicoanálisis puede contar, el resto que no entra en el discurso de la ciencia, lo cierto en el desconcierto.
Rodrigo Banegas, psicoanalista.
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Casi que al nombrarlo ya genera su efecto, y definirlo resulta aún más confuso. Comenzaré a ensayar un abordaje posible, sin pretensiones de nada muy preciso con este escrito. Y quizá no haya más que desconcierto entre estas líneas. Partiré también, de la definición enciclopédica (citada anteriormente), prescindiendo de alguna cita o referencia psicoanalítica oportuna. Se partirá entonces, pensándolo así, desde una falta, un agujero en lo simbólico.
El desconcierto entonces, como posterior a anoticiarse algo no esperado, una sorpresa. Quedando el sujeto entonces en estado de a-sombro. ¿hacia la sombra? Oscuro de referencias, de certezas… Quizá de tipo espaciales, identitarias, existenciales, cronológicas, entre otras. Tomaré esta última, la dimensión temporal, para la cual nos servimos de un horario para su registro. Pensando en la incidencia tal vez determinante de este factor en relación al desconcierto. ¿Cuantitativamente (soportablemente), cuánto dura un desconcierto?
Freud en “el chiste y su relación con lo inconsciente” (1905), señala para su composición, una primera impresión de desconcierto, como necesaria. A su vez, a la brevedad, también la ubica allí. Analiza lo que está en juego, y entre otras, haya como una resultante de comicidad, el dar con el sentido en lo desatinado. “El caso es que el punto de vista del <<desconcierto y el esclarecimiento>> nos proporciona una determinada orientación”. A su vez, cita a Kant quién postuló que: “constituye una singular cualidad de lo cómico, el no podernos engañar más que por un instante”.
Tal como el chiste, el desconcierto pareciera, se explica retrospectivamente. Necesario para la comicidad, en su medida. Cuando tras alcanzar el sentido, se provocaría la risa, y finaliza el desconcierto. No obstante, quién no haya dado con el sentido, más allá de no reírse y quizá, tras un segundo lábil esfuerzo, retornará rápidamente a algún otro pensamiento en el cual reposar.
Como espectador de una historia, puede resultar un recurso estético valorado, y soportable entretanto la identificación, sólo transitoria con el protagonista nos distancie, y nos libre de experimentarla en carne propia a nivel subjetivo.
La comicidad, el suspenso, desconciertos desiguales cuantitativamente ¿Qué pensar del desconcierto que pudiera existir al pesquisar un fallido propio? Más o menos eludible posteriormente (según el caso), pero de un desconcierto no mayor al del instante: “¿yo dije eso?”. Quizá se podría aquí evocar también, el estado de desconcierto al despertar del soñante. Y desconciertos más extensos, en los que, más tarde que temprano habrá un retorno.
¿Habrá desconciertos más polémicos? En el sentido de que confronten, e interpelen al sujeto con ese “no la vi venir” (ej. una separación repentina, un despido, etc.). La pregunta aquí por esa falta, por lo que “repentinamente” falta. Hay un obstáculo en la elaboración simbólica y ruptura de la cadena significante. Se podría, desde la enseñanza lacaniana, intentar dar cuenta de una falla en el objeto a´ que ya no reemplaza a ese a perdido, (que dejó la falta y “fantaseamos” recuperar), en el fantasma.
Fantasma como esa ficción, como ese marco de realidad posible para protegernos del encuentro con lo real inaprehensible, y para el tramitar de lo pulsional. Aquí la pregunta por la brevedad del desconcierto, por la inminencia de la angustia, quizá pueda vincularse con el lapso de esa ventana temporal. Resulta tentador aquí un retorno a Freud y su noción de fantasía, en relación a esta vacilación fantasmática. Como también respecto a los mecanismos defensivos, esa parte inconsciente del yo, en “análisis terminable e interminable” (1937).
Hasta aquí se extenderá esta vez, esta deriva a propósito del desconcierto. Este breve ensayo y escasa contribución para hacer con la falta, haciendo algo con ella.
Günther Aboy, psicoanalista.
Los autores de los escritos precedentes, forman parte del Movimiento Psicoanalítico del Oeste, espacio dedicado a la transmisión del Psicoanálisis. Las actividades que el Movimiento propone están dirigidas a estudiantes de distintas disciplinas, docentes y personas interesadas en el discurso del psicoanálisis en su orientación de retorno a Freud propuesta por Lacan. Si bien el M.P.O. tiene sede en Ramos Mejía, sus actividades se despliegan en distintas localidades de la zona Oeste del Gran Buenos Aires, las mismas conservan un tinte cálido y ameno, características necesarias (entre otras), para hacer entrar a quienes participan, a una lógica de discurso diferente. Invitamos a curiosos e interesados a “navegar” por las redes sociales de la institución y anoticiarse del trabajo que los miembros están llevando a cabo.
