Franco Santéramo, «Posibles funciones del alimento en el discurso del psicoanálisis»

«El beso de la Esfinge» Franz Von Stuck

Habrá que comenzar por algún principio. La “vivencia de satisfacción”será un desarrollo clave en el “Proyecto de psicología para neurólogos”de Freud, y pilar para su obra. El “individuo inicial”, totalmente desvalido para arreglárselas por sí sólo, necesitará de un “individuo experimentado” que le provea lo que su organismo necesite. Es necesario que se produzca – punto importantísimo – un “entendimiento” entre quien podríamos pensar como el bebé y quien podríamos pensar como la madre. (El bebé y la madre son ejemplos imaginarios. Cabe esta aclaración porque, de modo contrario, creyendo que Freud habla únicamente de la madre y su hijo, estaríamos haciendo una lectura evolutiva y unívoca de la obra de Freud. El “individuo inicial” y el “individuo experimentado” implican, más bien, funciones o lugares en una estructura lógica).

El individuo inicial, entonces, por medio de una “alteración interior”, se sentirá molesto porque siente una tensión, y necesitará realizar una descarga. Sólo será posible si se produce un entendimiento entre el individuo inicial y el experimentado –es decir, si, por ejemplo, la madre, o quien ocupe su lugar, entiende como un llamado lo que el individuo inicial hace-. Será quien ocupe el lugar de la madre, el que inaugure allí (en ese llanto, en ese berreo) una expresión de necesidades por parte del bebé, digamos que tiene hambre. Entonces, podrá proveerlo de alimentos, lo que implicará una “alteración del mundo exterior” de ese bebé. Pero, ¿toda comida es alimento? ¿De qué alimento se trata en el discurso del psicoanálisis? Este individuo experimentado estará realizando la “acción específica” que permitirá en el individuo inicial cancelar el estímulo que tanto lo perturbaba. Con esta acción específica y la posterior repetición de este circuito, se abrirá la posibilidad del desarrollo del aparato psíquico del bebé.

La “ley de asociación por simultaneidad” regirá a partir de este proceso para lograr facilitaciones entre la percepción de ese objeto que permite cancelar el estímulo y la vivencia que se experimenta, ¿inaugurando el deseo? De igual modo, opera en la vivencia de dolor. El objeto hostil habrá dejado una imagen recuerdo que será suficiente para reactivar todo el proceso. Como restos de las vivencias de satisfacción y de dolor, dirá Freud que quedarán los afectos y los estados de deseo. El último indica una atracción hacia la huella que ha dejado el objeto de deseo gracias a la facilitación. Y la vivencia de dolor deja como secuela una “repulsión” a la huella del objeto hostil. Ambos procesos indican la organización de un “sistema de neuronas ψ” llamado “yo”, compuesto por estos dos grandes grupos de facilitaciones.

¿Se favorece el ingreso al lenguaje –del que habla Lacan– por ese entendimiento del que Freud hace mención en el “Proyecto…”? En la pregunta, quizá, se halle la respuesta. Ahora bien, ¿qué función cumple el alimento, aquel objeto amboceptor, diría Lacan, objeto que no es ni del sujeto ni del Otro, pero se ubica entre éstos? Si no toda comida es alimento, ¿será, más bien, que sin entendimiento, digamos, sin deseo del deseo del Otro, no hay alimento posible – por más comida que haya? Alimento, como posibilitador de una posición deseante en el Otro que dé lugar al sujeto. Sin alimento del deseo, no hay sujeto por advenir. A su vez, sin goce, no hay deseo…

A partir de la clase V, “Lo que engaña”, del Seminario X de Lacan, sobre la angustia, se puede seguir una referencia al mito de la Esfinge, como antecedente del mito de Edipo: “La Esfinge, cuya intervención en el mito, no lo olviden – dice Lacan –, precede a todo el drama de Edipo, es una figura de pesadilla y al mismo tiempo una figura interrogadora”.

Siguiendo esta indicación, en el mito de la Esfinge, se encuentra la narración de un terrible monstruo con cuerpo de león, alas de águila y cabeza de mujer, que acechaba a los ciudadanos de Tebas, desde las afueras de la metrópoli, con adivinanzas, enigmas y acertijos que planteaba a cada tebano que se le acercaba, bajo la atroz consecuencia de que, si el interrogado daba una respuesta equivocada, entonces éste sería devorado por la Esfinge. El tebano sin respuesta, como alimento de la Esfinge. Acá, alimento del goce del Otro. Tan difíciles eran las adivinanzas que ningún hombre había podido responder, y la fiera reposaba entre los huesos de los tebanos engullidos.

Ningún hombre había podido responder, hasta que llegó Edipo, quien venía deambulando de ciudad en ciudad, ya había matado a un anciano por parecerle tirano, y escapaba de la advertencia que se le había dado en Delfos, lugar de consulta al oráculo: “¡Evita a tu padre, joven de mal agüero! Si te encuentras con él, morirá en tus manos; luego te casarás con tu propia madre y darás lugar a una raza destinada a crímenes y dolor”. Edipo, que evitaba volver a Corinto, donde reinaban sus padres adoptivos, Polibo y Peribea –quienes, para él, eran sus verdaderos padres–, llega entonces a Tebas, y decide enfrentar a la Esfinge, ya que se había dictaminado que quien logre deshacerse de la bestia que acechaba a la ciudad, sería proclamado rey de Tebas y se casaría con la viuda Yocasta. Frente a la Esfinge, Edipo no temió y respondió la adivinanza tradicional: “¿Qué única criatura cambia el número de sus pies? Por la mañana va a cuatro pies, al mediodía a dos y por la noche a tres pies. Y cuantos menos pies tiene es más fuerte”. Lo que Edipo resuelve es que la respuesta es el hombre, (ya que en el amanecer de su vida, cuando es bebé, gatea; al mediodía, de adulto, se posa firme sobre sus dos piernas; y, en el ocaso, ya en su vejez, camina ayudado por un bastón).

Otras versiones del mito refieren que la Esfinge tenía también un segundo acertijo, que sería el siguiente: “Hay dos hermanas, una de las cuales engendra a la otra, y ésta a su vez engendra a la primera”. Y, en estas versiones, Edipo respondía que se trataba del día y de la noche (vale aclarar que la palabra griega correspondiente a “día” es de género femenino: “ημέρα” [iméra]; y noche sería “νύχτα” [nýchta]). Así, la Esfinge derrotada no tiene más remedio que partir de Tebas para no volver a atormentarla nunca más, y Edipo es proclamado rey y se casará con su madre biológica, desconociendo este último dato.

Entonces, ¿se responde lo pre-edípico (los acertijos de la Esfinge) mediante el complejo de Edipo (con una historia, la del hombre –o bien, la posibilidad de historizar–, y con una alternancia (día-noche) o bien, la posibilidad de diferenciar entre una presencia y una ausencia-)? A su vez, ¿esta respuesta no introduce a Edipo en un engaño, el engaño de casarse con su madre? Puesto que, desde Freud, el neurótico arma su respuesta con el complejo de Edipo; desde Lacan, ¿no habría que agregar que el sujeto se constituye no sin el estadio del espejo? Constitución del sujeto con la condición de una falta de objeto, que intentará recubrirse con otros objetos, siempre engañosos. La imagen que el espejo refleja da al sujeto una apariencia de totalidad, a la que, en el instante mismo de la constitución, el sujeto responde con júbilo, reconociéndose en la completitud, confirmado por el Otro del espejo. ¿El sujeto necesita de este engaño por la imagen completa que el Otro refleja, para constituirse como tal? ¿Se necesita, primero, ser alimento del Otro? De este Otro que nos constituye a través de su demanda, nada sabemos, como sujetos. El Selbst-bewusstsein, traducido tradicionalmente como conciencia de sí mismo o autoconocimiento, llamado por Lacan, a su vez, sujeto supuesto saber, es, según éste, “engañoso” y “fuente de una ilusión”, puesto que se constituye a partir del estadio del espejo, momento constituyente del objeto engañoso, y del sujeto engañado aparentemente completo, que intenta –y siempre fracasa– cubrir la falta de objeto. ¿Esta apariencia de completitud es la que engaña?, puesto que del objeto que se trata se deja ver una insuficiencia, que da lugar a la dimensión de lo extraño, ante lo que el sujeto se engaña o, como dice Lacan, “vacila”.

En la clase V, surge también la pregunta por el origen del miedo de los niños a la oscuridad. No es, dirá Lacan, por lo que la psicología o la filosofía puedan explicar acerca de la irracionalidad del temor sobre lo desconocido. No es por eso que los niños temen a la oscuridad. Para Lacan, lo oscuro a lo que el niño teme –o cualquiera que se posicione como tal– ¿es lo oscuro de la constitución misma, lo ominoso, lo unheimlich, lo perverso de la falta? Falta del Otro que demanda, que provoca pesadillas, angustia experimentada como goce del Otro, angustia que se presenta como extraña, extranjera, como “peso que aplasta” y como “interrogación”, como Esfinge devoradora, como enigma que precede a todo Edipo y, a su vez, enigma que Edipo resuelve, no sin engaño mediante. Fantasma que da una solución a la angustia.

Si no hay Edipo que resuelva el enigma, ¿habrá Esfinge que devore al tebano-sujeto por advenir? Sin esta respuesta, entonces, ¿el sujeto, antes de advenir, es alimento de la Esfinge? Y, además, sin ser alimento del goce, ¿podrá ser alimentado por el deseo del Otro? Creemos que no. O bien, el niño puede ser alimentado por la madre, o bien, el niño puede convertirse en alimento de la madre, y quedar ubicado allí. Diríamos mejor, o bien el sujeto es efecto del alimento del deseo del Otro; o bien queda en posición de ser gozado, de ser devorado, de favorecer al alimento del goce del Otro. ¿De esto se trata el problema del autismo? ¿El autismo quedaría ubicado en lo pre-edípico, sin la posibilidad de historizar ni de armar alternancias de presencia-ausencia, totalmente devorado por la Esfinge, engullido, hecho un pedazo de carne, como los huesos sobre los que reposa la bestia mítica?

Bibliografía:

  • Freud, Sigmund. (1899) “Proyecto de psicología”. Amorrortu Editores.
  • Hope Moncrieff, A. R. (1995) “Mitología clásica”. M. E. Editores.
  • Lacan, Jacques. (1949). “El estadio del espejo como formador del yo tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica”. Segio XXI Editores.
  • Lacan, Jacques. (1962-1963) “Seminario 10: La angustia” – Clase V: “Lo que engaña”. Paidós.

Franco Santéramo, psicoanalista.

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