Graciela Abrevaya: «Sabo(e)r a nada»

María se presenta angustiada diciendo “tengo miedo a atragantarme”, en otras entrevistas va más allá: “tengo miedo de morirme atragantada” hasta el “voy a morir atragantada asfixiada por la comida”… Describe que no puede ingerir alimentos, se le cierra la garganta. Agrega: “no soy de hablar, soy muy cerrada”. Es selectiva con lo que cuenta, desconfía demasiado de los demás. También selecciona sus comidas: todo muy blando, muchos licuados, yogures, purés. Esta dieta le produce descomposturas, varias deposiciones por día, llegando a episodios de diarrea. Ha bajado de peso.

Recorre varios médicos, diferentes especialistas, ella insiste, pide endoscopías… Todos concluyen “no tenés nada”.

La medicina tiene catalogada esta manifestación como “bolo histérico”. Con ayuda de Google leo : “…también conocido como nudo en la garganta tal y como se refiere el artículo Manifestaciones Psudoneurológicas de los trastornos somatoformos, es un síntoma de  ansiedad”. Este tipo de trastornos están incluídos en el DSM-IV. La característica común es la presencia de síntomas físicos que sugieren una enfermedad médica, que no pueden explicarse completamente por la presencia de una enfermedad, por los efectos directos de una sustancia o por otro trastorno mental.

Obviamente la referencia es Freud con sus estudios de las parálisis orgánicas motrices y otras que no responden al mapa orgánico. Las histéricas le enseñan que hay otro cuerpo, además del biológico: un cuerpo pulsional, de las zonas erógenas.  

Con respecto a los trastornos alimenticios, Freud hace una mención en el manuscrito G (1895). Allí traza un paralelismo entre la melancolía y la anorexia. “En la melancolía probablemente se trate de alguna pérdida: una pérdida en la vida instintual del propio sujeto. La neurosis alimentaria paralela a la melancolía es la anorexia. La tan conocida anorexia nerviosa de las adolescentes me parece representar, tras detenida observación, una melancolía en presencia de una sexualidad rudimentaria. La paciente asevera no haber comido simplemente porque no tenía apetito y nada más. Pérdida de apetito en términos sexuales equivale a pérdida de la libido”.

 María, la paciente en cuestión, relaciona su trastorno con dos separaciones:

-Su primer novio, pasaron 10 años y todavía sigue pensando en él.

-Su padre. Mantuvo un vínculo muy fuerte con él. Es la primera hija mujer.

“Me dejó mi novio, me dejó mi papá”. Le pido que me cuente como fueron las circunstancias.

Con respecto al abandono de su novio, se sintió vacía, sin nada.

Respecto de su padre, no la abandonó. Su madre, de un día para otro y sin mediar explicación se fue de la casa con ella ( tenía 10 años), su hermana y hermano (mayores). La madre es la que abandona la casa y a su padre.

 “Atragantada”, repite… “Las cosas que no dije en su momento… No soy de hablar, me enojo con bronca y no digo nada… atragantarme… lo que no digo”

Pasa de “atragantada” a “atragantarme”.

Qué no dice, María? Que su madre le hizo la vida imposible a su padre y le complicó la relación con él. La madre sentencia “todos tus problemas vienen de ahí, de tu padre”. Durante varios años le prohibió verlo. Fue un padre vedado por ella. Comienza a manifestar cierto rechazo y rencor, porque la separó de él.

A partir de una pregunta, comenta que su madre a los 15 años no quería comer, le tuvieron que hacer una transfusión. “Los mambos de siempre, señala,. mala relación con su madre”. La historia se repite. Su madre, una madre sin medida, ni límites, cuando se enoja revolea y golpea objetos o levanta un muro de silencio. Llega a la conclusión que las dos tienen mal carácter y que dependen del estado de ánimo de la otra. Ambas con mal carácter, ambas caprichosas, una forma de cubrirla.

Oscila entre la frialdad/distancia y el no poder separarse de ella. Hace 2 años pensó en irse de la casa, pero no puede estar sola.

La pulsión oral

Nada es natural en el ser hablante, las funciones biológicas están atravesadas por el lenguaje. La necesidad está perdida, por lo tanto la relación al alimento estará marcada por los avatares del sujeto en su relación al Otro. Ningún alimento podrá satisfacer jamás a la pulsión oral, solo estará allí contorneando el objeto que eternamente falta. Ya Freud advertía: “por lo que respecta al objeto de la pulsión sepamos que no tiene, propiamente hablando, ninguna importancia. Resulta totalmente indiferente.”

Volviendo a la paciente en una de las primeras entrevistas en lugar de decir “hacerme de comer” dice “hacerme comer”. La detengo en su relato y repito la frase. A partir de ese momento comienza a hablar de su madre, que la alejó de su padre.  

Lacan en el seminario XI señala que la dialéctica de la pulsión se distingue fundamentalmente de lo que pertenece al orden del amor, tanto de lo que es un bien para el sujeto. Lacan quiere resaltar en esa clase las operaciones de la realización del sujeto en su dependencia significante al lugar del Otro. Recordemos que en este texto trabaja las operaciones de alienación-separación.

“Todo surge de la estructura significante. Esta estructura se fundamenta en lo que primeramente llamé la función del corte y que ahora se articula, en el desarrollo de mi discurso, como función topológica del borde”.

El deseo de la madre

Su madre tiene relación con el vecino, recientemente viudo y se sospecha que haya comenzado cuando vivía la mujer de éste. Su madre le cuenta, ella no quiere saber nada de eso. María, en contraposición, sin hambre, sin motivación, privada de alimento o rechazándolo, sin deseo. Deseo de nada, pulsión de muerte, goce mortífero que la lleva a decir “no le encuentro sentido, con qué fin vivir?”.

En la neurosis el deseo hace barrera al goce, pero cuando este deseo queda obturado, se hace presente el objeto. No se trata en María solo del objeto oral, la mirada de la madre está presente, mira que come, cómo come, cuánto come. Sujetada al goce imperativo de su madre.

El sujeto se constituye en el campo del Otro, pero “tendrá que salir de él y poder arreglárselas y al arreglárselas sabrá que el Otro real tiene, tanto como él que arreglárselas, que salir por su cuenta del apuro. Es ahí que se impone la necesidad de la buena fe, basada en la certeza de que la misma implicación de la dificultad con respecto a las vías del deseo también aparece en el Otro” (Seminario XI J. Lacan). Ese Otro también está castrado. Pero no quiere saber nada de eso. Allí ubico una relación entre no querer saber y no querer comer. Este no querer saber pone de manifiesto la relación del sujeto con el goce.

El deseo de la madre, dice Lacan en el Seminario IV Las relaciones de objeto, es insaciable, busca qué devorar, de ahí el fantasma del niño de ser devorado, forma en que se presenta la fobia. La castración materna implica para el niño la posibilidad de la devoración y del mordisco. Hay anterioridad de la castración materna y la castración paterna es el sustituto del suyo. Dice Lacan que esta última es más favorable que la castración materna, porque es susceptible de desarrollo, lo cual no ocurre con el engullimiento y la devoración por parte de la madre. Se ha escrito mucho al respecto con el nombre de estrago materno. Del lado del padre existe la posibilidad de un desarrollo dialéctico, dice Lacan. 

El rechazo

En una sesión dice respecto de los hombres: “los fleté a todos… los que anduve sexualmente los mandé a la mierda… soy desconfiada de los hombres, me encantaría tener una pareja bien… un compañero”. Hasta hace poco sus relaciones estaban solo enfocadas en el sexo. Actualmente su lazo social es escaso.

Paralelamente no quiere comer, sin apetito, desganada, pensando que se va a morir. Duerme mal y tiene dolores en el cuerpo, pensando que tendrá un ataque cardíaco. Dice querer consultar un psiquiatra, acuerdo con ella. Va por la 3ra psiquiatra, quien le ha dado 1 mes de licencia.

Fuera de cálculo

 Es la primera vez que consulta a un psicoanalista. Trabaja en una oficina, lo hace solo por el dinero que recibe a cambio. No tiene  intereses. No le gusta nada. María dice que se las arregla sola, que no le hace falta nada. Ella dispone y organiza. Ha bajado varios kilos, se angustia por no poder comer. Es controladora y calculadora. Lo hace con los alimentos, qué comer, cuando y cuanto comer. Teme descomponerse en los viajes, entonces come con mucha antelación. No improvisa. Organiza su vida en función de su dificultad. Dos temas introducen una novedad a su relato: el encuentro con un muchacho, con quien había tenido una relación no comprometida en el pasado. Lo ve y lo contacta.  Está casado. Se sorprende, se entusiasma a la vez.

No controla ni el tiempo ni el dinero.

No calcula, es muy impuntual. Da vueltas: “siempre me falta algo para salir”.

Respecto del dinero no tiene límites en sus gastos, lo derrocha.

Aparece algo del orden de la sorpresa, se entera que el muchacho del reencuentro  tiene una hija. Todo no se puede controlar. Algo se escapa, queda fuera de control. Esta dirección permitirá, si esto es posible, introducir cierta distancia del goce mortífero.

Eric Laurent respecto de la histeria en estos tiempos, señala. “Nos encontramos no tanto con las sorpresas del inconsciente como de los trastornos del goce del cuerpo”. Epoca de cuerpos violentados, transvestidos, marcados, doloridos, desbordados. Podrá ser tema de otro artículo.

Graciela Abrevaya, psicoanalista.
Miembro del Instituto Oscar Masotta –Conurbano sur-
Coordinadora junto a Fabiana Montenegro del Taller “La construcción del caso en Psicoanálisis”.
IOM-Conurbano sur- Universidad Nacional de Avellaneda.
abrevayagraciela@gmail.com