Nota de la autora
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Tarde de Marzo que adelanta a las cúpulas de Mayo, panóptico de la vida entre realidades fragmentadas; alguien busca ser guardadx en el nombre ( o en el verbo ritmado/cantilado). Sobre la superficie de fonemas la lumbre de las versiones reversionadas: “Alejandra, Arnaldo, Héctor”, las voces divinas del sentir escriturario como harapos de a-tributo a partir de lo cual “las otras niñas/ mujeres/almas” palpan con las plantas de sus pies, con sus manos repuestas por momentos al rezo la otra geografía entre orillas, dialectos. De orificio en orificio la semiótica anfibia de una fe: abertura, ojo, espejo, los yoes extasiados y anonadados entre los siglos, entre los crepúsculos continentales que han amasado tanto el odio como el amor (también) con dicromacia y buscan rastrear al iris del ojo en “lo jadeante de los océanos” junto a un/a alef*a “más desposeída que nunca” para que el mundo/letra se vuelva acaso una/ otra posible traducción: perla semi-preciosa.
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¿Quién escribe qué a quién/desde quién?, ¿cuál cuerpo puesto en carne viva va perdiendo lucidez y se asemeja a la urgencia del desvarío?
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Locura: cerebro lanzallamas en el delirio del poema. Lengua dialectal que pulula, obsesiona en su fijeza y se jacta de su sola compañía hecha de retazos comunes.
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Potestad contingente encontrada o sumergida en el fondo de los océanos como valvas imperfectas. Restos de un naufragio mental que irá o quedará desperdigada por el mundo como una perla aun no hallada o sucumbida en lo invisible del detalle.
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“Hay límites, refiere Alicia Silva Rey, cuyos poderes no son los de un libro de poemas, de por sí inconcluso e ilimitado, de paternidad aleatoria y casi, casi, de autor desconocido”. Agrego, acaso casi como la propia/ misma locura compartida.
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¿cuál es el lugar último de toda posesión?
en este cuarto un estado de gracia habita en los destajos del más puro desvelo
por los declives las hojas de tilo se deslizan al borde del ventanal
pisadas van y vienen del trance como si cada pulso de la materia fuera la infancia que ha perdido sus límites
complacencias del cuerpo en el acopio natural que es pura belleza
como no querer saber más que el sinfín de las hojas otoñales cuando caen amarillentas
tan voraces
donde apenas conjuro
sin el perdón de las aguas no puedo vivir. Sin el mármol final del cielo no puedo morir[1]
(y qué sé yo qué ha de ser de mí
de este otoño acentuado)
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y sin embargo he tenido una herida sobre el ojo izquierdo a raíz de un mal sueño
tantas tardes entrando a la sala de los doloridos de las horas vuelta tardanza
la pared soportaba las monótonas siluetas del moho
mis marcas un poco por todas partes
a golpe de ojo dije si pudiera rearmarse la primavera en el cerezo o si el cerezo anidara más rojo que nunca
no en su rosa pálido
rojo como una amapola roja en la solapa
si mis labios atraparan la palabra
y si acaso me dijeras en el verbo amar está la incisión de la materia
más desposeída que nunca
(fines de agosto de…
floración en tiempos de pandemia)
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querida mía:
¿has visto
el lento, imperceptible
cambio de luz
de las 5 de la tarde
durante el golpe del electroshock?
y ahora
en la hora divina
¿ves
las hormigas yéndose
por donde caen las fuerzas
en plomada
donde ya nadie
ni mirlo
ni luciérnagas
ni yo?
(parte de mí toca fondo,
para ascender cabalísticamente)
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¡dáctilo de tu sueño y paisaje sin ojo![2] La materia descartable de hospital colmaba más los orificios de anestesia. El fondo del armario de la sala de primeros auxilios bastándose a sí mismo: gasas, medias de nylon, la radio de la bobe[3] con su deseo de pronta recuperación
contándome de los platos de porcelana blanco imitación marfil, con una guarda verde tilo, que quedaron en su tierra natal
¿o fue mi ojo clavado por horas sobre la pared que no podía reconstruir los semblantes?
yo intuí aquel hilo tensado entre los dedales junto a las perlas de mi collar, la hilaridad en las nervaduras de las hojas del tilo como si fueran el ojo móvil del naufragio
entre dos patrias y varios dialectos
cuando la hebra suelta de las trenzas nos dejaba más revueltas, nosotras las hijas mudábamos el orden natural de las cosas. Silvestres: ni tan judías ni tan amerindias
y el lagrimal eran las gotas del rocío filtrándose entre las pertenencias de cada una
tras las ventanas
(la materia, relumbra y se opaca detrás del botiquín, entre unas
cartas de amor)
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[1] Pizarnik. Extracción de la piedra de la locura.
[2] Arnaldo Calveyra. Diario de Fumigador de Guardia.
[3] Bobe, abuela en idish.
Karina Lerman, poeta, psicoanalista, maestra de idioma hebreo y docente, artista visual. Realiza proyectos de tapa e interiores en arte visual. Editó libros de poesía en Argentina y Latinoamérica. Gestora y curadora de antologías. Curadora en clínica de obras. Aborda temáticas vinculadas a los pueblos originarios, las infancias y la cuestión judía. Coordina el ciclo infantil De reinas batatas y Las flores de Circe. Dicta talleres de análisis de textos. Escribe artículos literarios y psicoanalíticos para Argentina y países latinoamericanos.
kariler1214@gmail.com
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