Clara Mc Cabe: La soledad de las bestias

Este trabajo se escribe a partir del momento fecundo señalado por Barthes[1] en el que el lector, antes cautivado por el texto, ahora levanta la cabeza y piensa en otra cosa. Estaba releyendo “El malestar en la cultura”, que es un texto de Freud escrito en 1919 (hace exactamente 90 años), cuando leí: “El Sentimiento de Culpabilidad () es una manifestación pulsional del Yo que se ha tornado masoquista bajo la influencia de un Superyo sádico; en otros términos, es una parte del impulso a la destrucción interna que posee el Yo y que utiliza para establecer un vínculo erótico con el superyo”. Fue ahí cuando despegué la mirada del texto y me pregunté: ¿un “vínculo erótico”?, ¿por qué “vínculo”?, ¿cuál es la diferencia entre “vínculo” y “relación”?, ¿que es esa erotización entre el Yo y el Superyo?, ¿es obligatoria?, ¿es estructural?, ¿es sintomática?, ¿de qué erotismo está hablando?  Así, partiendo del texto de Freud, me volqué a la lectura del libro “La llama doble: amor y erotismo” de Octavio Paz.


[1] Barthes, R., “El placer del texto”

La sexualidad, el fuego original

A diferencia del resto de los animales, el hombre no cuenta con una regulación funcional de su sexualidad. Es decir, la sexualidad humana no está sujeta a ciclos de celo reproductivos, no es  predecible ni instintiva. Es por eso es que la biología no puede dar cuenta de ella sin reducirla. Freud, partiendo de la neurología, se vio en la necesidad de hablar de pulsiones. Su concepción del psiquismo es absolutamente controversial ya que fundamentada en la economía pulsional. Las pulsiones no vienen con el nacimiento de un cuerpo, no existen desde los orígenes. Las pulsiones son los efectos sexualizantes que otro humano imprime (representantes de las huellas mnémicas de la sexualidad pulsante materna) erogenizando un cuerpo. A partir de entonces, la sexualidad humana será pulsación constante, incesante, perturbadora. La sexualidad humana es un volcán humeante siempre en peligro de hacer erupción.

“El malestar en la cultura” radica en esto: siempre es poco lo que el hombre encuentra en su vida para satisfacer la insistencia pulsional. Este fracaso por insuficiencia, podría dividirse en tres fuentes principales de insatisfacción: la insatisfacción proveniente del mundo exterior, la insatisfacción proveniente del propio cuerpo y la insatisfacción proveniente de las relaciones con los otros.

A partir de lo cual, Freud postula, que frente a la vida pueden tomarse dos posiciones éticas distintas: una ética orientada a escapar del dolor que la insatisfacción nos depara y otra ética en cambio, más ambiciosa, que no solo pretende escapar del dolor, sino que también, busca la felicidad.

El amor, la llama azul

“El amor no busca nada más allá de si mismo, ningún bien, ningún premio; tampoco persigue una finalidad que lo trascienda. Es indiferente a toda trascendencia: empieza y acaba en el mismo”.[1]

A pesar de que “jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos”[2] Freud plantea que, el amor, es la mejor respuesta subjetiva en el camino ético hacia que la felicidad. Argumentándolo de la siguiente manera: va tomando cada una de las tres fuentes de sufrimiento por insuficiencia de satisfacción pulsional y observa qué es lo que ocurre cuando un sujeto ama:

  1. Con respecto al mundo exterior: Cuando se ama, la insatisfacción que produce el mundo exterior, disminuye. El mundo se vuelve más lindo. La realidad se hace menos hostil (y hasta encantadora). El sujeto puede investir el entorno más cómodamente porque encuentra mayor satisfacción en él. No siendo ya necesario negar el mundo y recurriendo al encierro o al aislamiento, como modo de defensa.
  2. Con respecto a las relaciones con los otros: En el amor la relaciones con los otros también cambian. Las pulsiones encuentran su satisfacción en el vinculo mismo con el objeto de amor. Por más peligro que este pueda encarnar, se lo elige antes que a la soledad. 
  3. Y finalmente, con respecto al cuerpo: El cuerpo que siempre incomoda, molesta, duele, cuando se ama se convierte en el medio que me permite disfrutar del cuerpo del otro. Las pulsiones encuentran satisfacción (genital) en el cuerpo del otro. El cuerpo del otro y el propio, es ahora un puente.

Según Freud entonces, amar, constituye la solución más lograda frente al dolor de existir. Asimismo Octavio Paz que, tomando la noción de amor platónica, le hace una crítica fundamental: cuando amamos, no amamos una idea (un ideal de amor o un amor ideal) sino que amamos a una persona en particular. Es decir, el amor exige como condición previa la noción de persona, y ésta, la de un alma encarnada (cuerpo). Considero que el desarrollo freudiano se aprehende mejor ubicándolo en éste terreno; en el terreno del erotismo.


[1] O. Paz, “La llama doble”

[2] Freud, S., “El malestar en la cultura”

El erotismo, la llama roja

Sometidos a la perenne descarga eléctrica del sexo, los hombres han inventado un pararayos: el erotismo[1]

El erotismo no es la sexualidad, no es la reproducción de la especie. El erotismo siempre involucra la imaginación, la fantasía, es por eso que no es sin ceremonia, sin representación. Octavio Paz hace un paralelismo entre erotismo y poesía que me parece encantadoramente esclarecedor.

Un poema, aunque está hecho de palabras, suspende la comunicación. Un poema, hace con (y de) las palabras otra cosa que comunicar. Un poema no quiere decir nada, un poema dice. El erotismo, aunque hunda sus raíces en la sexualidad, suspende la sexualidad. Es por eso que podría decirse que la poesía es al lenguaje lo que el erotismo es a la sexualidad. Y que ambos, poesía y erotismo, son sexualidad transfigurada, metaforizada.

¿Podríamos seguir el mismo recorrido que Freud hizo con respecto al amor (en “El malestar en la cultura”) con la noción de erotismo?:

1- Con respecto al mundo exterior: Si en vez de pensar la sexualidad como un instinto, la pensamos pulsionalmente, asociarlo al erotismo resulta exacto, el erotismo encierra la paradoja de condensar al mismo tiempo el placer y la muerte. La imagen repetida por los poetas de la Antigüedad griega sobre el erotismo es una lámpara encendida en la oscuridad de un cuarto. “El significado de la metáfora erótica es ambiguo. Mejor dicho: es plural. Dice muchas cosas, todas distintas, pero en todas ellas aparecen dos palabras: placer y muerte[2]. La luz podría ser la representación de la cara más luminosa del erotismo: el placer, la pulsión de vida. “Cuerpos como ríos poderosos o como montañas pacíficas, imágenes de una naturaleza al fin satisfecha, sorprendida en ese momento de acuerdo con el mundo y con nosotros mismos que sigue al goce sexual (…) Dicha solar: el mundo sonríe[3]. Y, en cambio, la oscuridad del cuarto, representaría lo que del erotismo no se ve, la pulsión de muerte.

2- Con respecto a las relaciones con los otros: En el acto erótico, el otro es un misterio porque encarna la pregunta “¿Quién sos?”, y es la búsqueda por develar ese misterio. El erotismo es esencialmente sed de otredad. Es por eso es que no hay erotismo en soledad. Porque el erotismo necesita siempre de (por lo menos) dos.

3- Con respecto al cuerpo: El cuerpo erótico metaforiza el cuerpo real. En el erotismo, la imaginación cobra cuerpo y los cuerpos se vuelven imagen. “El encuentro erótico comienza con la visión del cuerpo deseado. Vestido o desnudo, el cuerpo es una presencia: una forma que, por un instante, es todas las formas del mundo. Apenas abrazamos esa forma, dejamos de percibirla como presencia y la asimos como una materia concreta, palpable, que cabe en nuestros brazos y que, no obstante, es ilimitada[4]. Si la poesía es una erótica verbal, el erotismo es una poética corporal.


[1] Paz, O., “La llama doble”

[2] Idem

[3] Paz, O., “La llama doble”

[4] Paz, O., “La llama doble”

La belleza, ¿una posición?

Quién haya sido guiado en el terreno erótico hasta este punto, tras contemplar en orden y adecuadamente las cosas bellas, cuando alcance la perfección de la experiencia erótica, advertirá de pronto algo asombroso, bello por naturaleza, aquello por lo cual, Sócrates, tuvieron sentido las anteriores fatigas[1]

La segunda orientación ética descrita por Freud en “El malestar en la cultura” como aquel modo de vivir que no se conforma con huir del dolor, sino que aspira a la felicidad y que por lo tanto, incluye al amor como premisa, podría pensarse como un deseo de belleza. El amor no es bello, el amor aspira a la belleza, la desea. Aunque la belleza no sirva, no tenga utilidad aparente, según Stendhal, la belleza es una promesa de felicidad.

 Hay belleza en los pensamientos, hay belleza en los actos, hay belleza en los sentidos, hay belleza en algunos gestos, hay belleza en la naturaleza, hay belleza en las creaciones artísticas y científicas.

Podemos plantear la ética del poeta como aquella orientada a la búsqueda de la belleza, y es por eso que para este trabajo tomé a Octavio Paz.

Ahora, siguiendo a Freud en el paralelismo entre la evolución cultural de una sociedad y la evolución libidinal de un individuo, qué consecuencias podemos pensar de la cita que disparó este escrito (“el Yo establece con el Superyo un vinculo erótico”)? Quizas, la “necesidad de castigo” o la “consciencia de culpabilidad” del individuo, en sus dos modalidades sádico-masoquista, podría pensarse como la materia prima de la erotización. Es decir, quizás, la trasformación pulsional que implica el erotismo, incluya la belleza y sea la mejor respuesta ética subjetiva frente a una sexualidad desbordante (que no encontrando los bordes, los diques, se rebalsa). Quizás, la satisfacción sádico-masoquista que experimentamos (que sufrimos) actualmente como consecuencia de la mega-erotización culpógena del Yo con el Superyo, podría transformarse, embelleciéndose.


[1] Platón, Banquete

Clara Mc Cabe, psicoanalista.

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