Laura Lescano: «Las derechas y las fiestas»

“La fiesta es una forma de gobernar.”
Luis XIV

Llega la noche, la fiesta y la derecha se entrelazan en un baile de contrastes. Libertad y control, Dionisio y Apolo, lo espontáneo y lo ritual, todos se dan la mano. En el salón hay música, guirnaldas, invitados.

Bailan en completa oscuridad.

Esta aparente contradicción nos conduce a la relación entre la transgresión y la disciplina, la comunidad y la jerarquía, las imprevistas alegrías grupales y la performance rigurosa del frenesí colectivo.

Como sugiere Foucault, la fiesta puede ser vista como una «heterotopía», un espacio que desafía las estructuras de poder y los códigos sociales, permitiendo una temporalidad alternativa donde las reglas se suspenden y se reinventan. Sin embargo, esta misma liberación puede ser cooptada por la derecha para reforzar su ideología y mantener el status quo.

La filosofía de la celebración, tal como la entiende Nietzsche, nos recuerda que la fiesta es un espacio de afirmación de la vida, un momento en que «el individuo se sobrepone a sí mismo» y se une a la comunidad en un éxtasis compartido.

Así, la “Fiesta” puede entenderse como un momento de alegría. Un instante en donde el control (propio y social) se distiende, una pausa sin aspiraciones o finalidades. Pero esto es solo una de las acepciones del término “fiesta”. Fiesta y celebración pueden darse la mano, fiesta y ritual, también. De hecho, lo hacen. Y todo rito implica normas preestablecidas, reiteraciones más o menos inamovibles e intencionalidad. El ritual es para algo, por algo. Se espera redención, buenas cosechas o perdones divinos. Se espera y se celebra para transitar esa espera. La fiesta se une a la esperanza de qué algo sucederá. Por eso, quizás, el final de cualquier fiesta, con el amanecer filtrándose por una ventana, vasos volcados, restos de torta y ceniceros repletos, agobia e invita a la melancolía.  La conclusión interna (generalmente) es que nada ha sucedido, que no han llegado los cambios trascendentes ni las redenciones. Íntimamente sabemos que la fiesta es solo eso, un instante de algarabía. Y ha terminado. Y también sabemos que vendrán otras, que iremos a otras, que celebraremos una vez más…

La fiesta ritualizada no es muy diferente. Nos emborrachamos, nos disfrazamos, comemos determinados alimentos o usamos determinados colores. Una y otra vez. Esto, es decir, lo programado ¿implica el fin de la alegría? No.

A lo largo de la historia infinidad de culturas se divirtieron así y sigue sucediendo. De modo ritual.

Y así mismo, la idea de fiesta como alegría individual o compartida con un pequeño grupo de allegados también ha existido por siglos y ni una ni otra se contradijeron ni se excluyeron jamás.

Entonces ¿Qué es la fiesta?

Es – como sostiene Baudrillard- ¿»donde la ilusión y la realidad se confunden»?. Pero, ¿qué verdad se esconde detrás de la máscara de la celebración? ¿Es la fiesta solamente un espacio de auténtica liberación o es también un instrumento factible de ser utilizado para control social? La respuesta puede encontrarse en la dialéctica entre orden y desorden.

En este sentido (y lamentablemente), la fiesta y la derecha no son conceptos mutuamente excluyentes, sino que se entrelazan en una compleja relación de poder y carnaval. Quizás la verdadera celebración no sea otra que aquella que se hace en el corazón del caos.

Claro que la fiesta que nos gusta es aquella poseedora de esencias más puras, aquella que supone un acto de liberación.

Sin embargo, la historia nos muestra cómo este acto tan humano ha sido cooptado y reinterpretado a lo largo de los siglos.

La derecha, con su afán por el orden y la tradición, parece a primera vista un antagonista natural de la fiesta, de lo caótico y de lo espontáneo. Sin embargo, esta oposición es más aparente que real. La fiesta, en manos de los poderosos, se transforma en un espectáculo controlado.

Y hubo muchos.

Fines de los años 20, Italia y la Festa del Lavoro, para promover la ideología fascista y la productividad. La Parteitag celebrada siempre en el gótico marco de Núremberg para conmemorar la fundación del Partido Nacional Socialista (NSDAP). Las multitudinarias Reich Jugendtag para alegría de las juventudes hitlerianas… Y recordemos las opulentas fiestas de Joseph Goebbels celebradas en los castillos de Lanke y Reichsminister, donde funcionarios de alto rango, jerarcas y empresarios bebían copas de champagne servidas por los hijos de las familias ilustres ataviados como querubines.

Claro que no solo con los totalitarismos del siglo XX se agotan los ejemplos. Existieron las fiestas del Ku Klux Klan y hoy existen las festividades del Frente Nacional de Francia.

Tampoco los poderes se limitan a festividades racistas y excluyentes. Toda fiesta nacional suele resignificar hechos y actores con miras al refuerzo nacionalista y de pertenencia grupal.

El punto es si margina o incluye.

La derecha margina.

Y el poder desenfrenado suele volverse exuberante.

Quién no recuerda el glamour de Versalles cuando el Rey Sol traía productos exóticos de las Américas: ananás, coloridos guacamayos, chocolates y tomates. O aquellas antiguas orgías de Tiberio… o las orgías de Calígula… o las orgías de Nerón, que solían terminar en extravagantes combates de gladiadores y alguna que otra ejecución a orillas del Tíber. Y si de fiestas romanas hablamos, no podemos dejar de citar las fiestas de Heliogábalo, donde se podía hacer tanto una suelta de leopardos voraces entre los invitados como ahogar (literalmente) a los comensales lanzándoles, desde el techo, toneladas de pétalos de flores o proponer un festín con manjares tales como: el pavo real relleno, langostas al vino tinto y sofosticados helados de rosa y jazmín.

Entonces, sí. Existen múltiples niveles para la comprensión de la fiesta. Está la fiesta personal, íntima, un encuentro entre amigos. Está la fiesta popular y la festividad religiosa. Y, por último, está la fiesta ritual, aquella que responde a una estructura preestablecida y que busca trascender lo individual. Y es en este último nivel, dónde la fiesta se convierte en un terreno fértil para la manipulación ideológica.

Pero es fundamental recordar que la fiesta no es un concepto monolítico. Existen infinitas formas de celebrar, y no todas ellas están al servicio del poder. “La fiesta es una forma de gobernar”, afirmó Luis XIV. Y es cierto. Pero también es cierto que la fiesta puede ser un espacio de liberación y de transformación. La clave está en diferenciar entre la fiesta espontánea y la fiesta impostada.

En conclusión, la fiesta es una cuestión de poder, un terreno de lucha. Las derechas intentarán siempre apropiarse de lo vital -no sólo de los recursos-, robarán memorias, ritos, celebraciones, palabras y símbolos.

Podemos afirmar que la celebración de las derechas es la fiesta robada.

Sigamos, entonces, reclamando lo impredecible.

La fiesta es nuestra.


Laura Lescano, historiadora, docente. Orientación en historia intelectual, análisis de discurso histórico e historia de las mentalidades.
Instagram: apolo.y.dionisio
Mail: laura.14.historia@gmail.com

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