Noches de verano
Desde el vamos tenemos una contradicción, porque a pesar de lo que digan los poetas, las noches de verano son cortas. Podría ser que todo lo que se hace en estos meses, se ralentiza, no por la temperatura, sino para alargar la ocasión. Ella Fitzgerald nos hipnotiza con su voz angelical en “Summertime”. El gran Sachtmo la acompaña en la trompeta y el talento, y se mofa del pentagrama con agudísimas notas casi imposibles. Hasta la música se vuelve lenta cuando el calor azota, no importa si es Louisiana o Santa Fe.
Insisto, son muy cortas; el reloj vuela en este momento. Es poco el tiempo que tenemos antes de que el sol nos dé el veredicto, y estamos invitados a tanto… Tres y veinte antes del meridiano. La noche estival misma, obliga a gambetear en una baldosa lo que se nos ponga delante; urgen los amigos, los amores. Compárela con una lánguida e interminable noche de invierno, ese mojigato irremediable sólo tiene ofertas tan poco tentadoras como dormir. Podríamos hablar sobre la complicidad, por su propia condición de noche, independientemente de la estación; pero no son lo mismo las madrugadas de diciembre de patios atestados y corazones ebrios -pongamos por caso- que las de julio, el mes en que menos serenatas se dieron en la historia de la humanidad. Los poetas que utilizan este recurso legal -el de la complicidad-, sepan disculparme. Tal vez, lo que detestamos no son esos regresos al alba derrotados sino, la llegada temprana de la misma.
Cada noche es un suspiro que invita a beber (como si los que beben necesitaran excusas), nos seduce, nos impulsa a andar ligeros de ropa y de prejuicios, irreverentes y cándidos. Tal vez lo reprochable es que la Luna, impune, evada sus responsabilidades tan pronto. Estamos empeñados en hacer más significativas a las noches de verano, agregamos fechas en el calendario para colmarlas de celebraciones y que al menos, si bien cortas, no sean en vano. Compensamos su celeridad con festejos y nostalgias servidas en copas de vino. Con brindis y charlas livianas, que para las profundas, habrá tiempo. A las cuatro y algunas vueltas, podría jurar que los reyes pasaron por el patio de casa, el niño pequeño duerme en un remedo de pesebre, indiferente a su paso. Consagrar un día a los enamorados es otro recurso artero y oportunista, no debiera ser necesario tener que reducir a sólo un día, con su respectiva noche, la celebración del romance. Que además sea en febrero, con tanto grillo suelto, con tantas estrellas testigos, es una insensatez, un acto demagógico y reprobable.
Tal vez, se los admito, tenga una cuestión personal con febrero, que además de sus noches fugaces, en sí mismo es un mes muy corto y se empeña desde hace tanto, en llevarse gente. También porque es el domingo a las siete de la tarde de los meses del año: es temprano, pero demasiado tarde.
Llueve a las cuatro y tantos minutos. Al menos la lluvia le pone otro sonido a la mediocre banda de sonido de esta oscuridad, que se escapa entre los dedos y el teclado.
Las noches de verano son un ensayo de la vida. Cuando nos damos cuenta de su límite, el final está ahí, tan cerca, y eso si somos lo suficientemente lúcidos de percibir la finitud de las existencias. De niños, desde que el sol se oculta, cazamos ranas, langostas y luciérnagas. De grandes, borracheras y besos, solo si tenemos suerte. Con más fortuna, cantaremos nanas improvisadas a algún niño que también reclama su parte.
Dos rayos miserables de sol, siendo las 5 y demasiados minutos de esta madrugada efímera de enero, me ratifican que sí, son extremadamente cortas las noches de verano. Como la vida misma.
Un par de pájaros, escribanos del amanecer en mi ventana. Ahora sí, que todo ha terminado, vale la pena dormir.
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¿Hacia dónde va el rock?
Somos la Penélope de la música, que espera y resiste embates de radios y canales de televisión durante el día y por la noche hurga en SoundCloud por la llegada de esos nuevos sonidos. El desolador escenario que se vislumbraba musicalmente -aunque también podía trasladarse a otras artes- en la primera década del nuevo milenio, parecía extenderse. La gran mentira de los ciclos históricos, es a veces tan seductora, por su simpleza y la esperanza que nos brinda de que algo surgirá otra vez, que voluntariosos y estúpidos, queremos creer en ella. Y allí esperamos sentados en el umbral de la historia que ese sacudón musical que otrora dieran los Beatles, en un comienzo, suceda y nos conmueva. El primer lustro de la década actual, transcurrió nostálgico y con inercia suficiente de lo que había pasado, veinte, treinta años antes. Aun tuvimos la paciencia; mientras tanto, los museos de la fama se llenaban de estatuas de cera de músicos fallecidos no tanto tiempo atrás. Era todo lo que la industria podía hacer, intentar eternizar las ultimas formulas exitosas. Los Ramones alcanzaron la categoría de banda de culto en EEUU, lugar donde en vida, fueron la banda más argentina de todo Queens y nunca tuvieron el reconocimiento merecido. De momento alcanzaba, pero los bucólicos, seguimos buscando. Y en The Vaccines, encontramos a los Beach Boys, a A-ha en Metronomy, a los Doors y sus teclados hipnóticos en Tame Impala… algo era algo. Pero repetir formulas funcionó más o menos impune hasta los noventa, luego, la velocidad de circulación de la información dejó caer el velo de los Salieris. No solo el público se refugiaba en el pasado glorioso del rock, sino que -y algunas veces con descaro- las bandas se dejaban influenciar, otras transcribían partituras directamente. Los charts empezaron a colmarse de nombres propios, intérpretes que podían tener algo de talento, pero mayormente eran solo una cara bonita que no escribía un renglón de letra o una nota de sus éxitos. La osadía por la osadía misma, hartaba; y las fútiles transgresiones de lady Gaga, seducían a miles de incautos adolescentes. La fuerza motriz de la rebeldía, los jóvenes, eran conducidos por canales de internet a un lugar común, tibio y cómodo, alejado varios parsecs de la esencia del rock. El filo mellado de la furia, solo cortaba en dos la dosis de Soma, para compartirla; el mundo era un lugar feliz, sobre todo en Youtube, Facebook y ese tipo de jardines floridos. Pero el arte y los medios tienen un sótano, como también lo tiene la internet, que puede ser la de Zuckerberg o la de Assange. Y como en Seattle, al frio del círculo polar, Leningrad, la banda de la ciudad homónima ahora devenida en San Petersburgo, lograron que nos deleitásemos con sus canciones incomprensibles de letras y fonemas cirílicos y sus videos de altísima calidad artística. Podemos hoy traducir las desventuras propias del rock gracias a herramientas online, y darnos cuenta de que el vodka es parte del género y que si tan solo hubieran nacido un par de miles de kilómetros hacia el oeste, hoy estaríamos esperando que vuelvan a hacer algún estadio pronto. En el patio trasero de EEUU, también sucedieron cosas. “Atrévete” fue el gancho comercial que le abrió las puertas a Calle 13, para luego rapear “Latinoamérica” y arrasar en la misma entrega de los Grammys en los que escupieron un discurso de barricada. La esencia, el lado salvaje del rock, se percibe cuando René vomita letras sin pronunciar una sola R.
Entonces, cabe preguntarnos, ¿hacia dónde va el rock, dónde se esconde, cómo llegamos desde Roy Orbison a Tokyo Hotel? Estamos en las ruinas de la cultura rocker, buscando las cucarachas supervivientes al apocalipsis, intuyendo que alguien debe haber escapado a la espada de Abadón, aunque ya todos morimos un poco con Cobain (los de más de 30 saben de qué hablo y los de menos deberían). Estamos en verdad ante el lecho de muerte del género y pensando en sus necrológicas, las tribus perdidas, permanecemos esperando un nuevo mesías que sacuda todo aquello en lo que cuajó el rock, una amorfa masa de música que es útil y digerible en la medida que venda. Una construcción a medida de los charts y de las limos de las estrellas. Pero quizás, en este momento, en algún lugar remoto, algún niño llamado pongámosle John, se encuentre con otro tal vez llamado Paul. Y todo vuelva a empezar.
Luciano Deluca, escritor y odontólogo nacido en Chabás provincia de Santa Fe, ha publicado en diversos medios textos literarios y de actualidad.