Luis Gilberto Caraballo: «Iluminaciones de un lienzo»

Iluminaciones de un lienzo V
“Cada hora es de un color distinto,
y uno siente
el paso de una a la otra”.
Armando Reverón

Anoche frente al mar de la paleta, 
encontré un lienzo cubierto de cicatrices.
Mi piel estaba consagrada a una cruz 
de iluminadas piedras sumergida en el respirar.
Cada aliento trae un misterio evocativo
era como una sinfonía inalcanzable 
que nunca toca fondo.
Llena de olvidos y fantasmas 
se acercan con su voz quejumbrosa a mis ojos
dándome muestras de apego. 
Cuando en la paleta logro liberarme de ellos
cuando siento por fin 
la llenura se va recomponiendo, 
y mis islas elegidas se pueblan de
esos paisajes luminosos piadosos
como ofrendas de algún Dios.
 
En el centro del cuadro hay
un faro más alto y más claro 
me trae tales imágenes 
consigo vuelva a revolcar
 mi alma en ciénagas. 
Un lodazal que apenas deja moverme, 
me ata a un bullir de excelsas musas, 
los ojos parecen dos astros 
incansablemente titilan 
en mi como si tuvieran 
alguna urgencia rota 
y necesita una mano 
sobre sus hebras de salitre, 
o sobre su pecho agónico.
Apenas logra sostener una visión integra, 
apenas logra distinguirse
 el fantasmal boceto me agranda. 
Vuelve insomnio y la noche 
se hace de los cielos cargados de dramas 
son mucho más que el lienzo, 
mucho más de aquello había soñado, 
mucho más que el hondo respirar, 
mucho más que una existencia. 

Tan solo pensar 
que no todo lo puedo llevar conmigo 
en resplandor al lienzo 
y que hay muchos de ellos 
que debo dejar inalcanzables.
Buscan tocar con sus cielos lejanos, 
me buscan con alaridos profundos, 
me buscan con sus gargantas de mieles 
tomar con ojos luminosos.
Al final solo a la paleta podrán subirse 
los que en mi corazón abriga, 
ni siquiera la escogencia es mía 
es de un Dios que ve mucho más allá. 

Hay una inmanencia en latencia, 
con abalorios y nieblas 
intenta decirme con los rostros, 
con unas bocas 
apenas pronuncian llenas de iluminaciones, 
llenas de un bullir 
en la frente de algún galerón 
viene repleto de ausencias. 
Me hallo catatónico 
deleitándome con aquel silencio, 
vacío en la albura inmemorable, 
se han roto las cadenas 
y con ello el goce la plenitud incansable llora, 
también la profunda tristeza del desembarco. 

Iluminaciones de un lienzo VI
“Cuando yo hablo yo soy Dios,
Cuando tú hablas,
Tú eres Dios.
Dios está en el color
¿No lo ves?”
Armando Reverón

Recuerdo un día 
me eclipsó una imagen 
tan penetrante, tan significativa 
me llevo a pasear durante noches, 
y detuvo mi paleta ciega 
no podía ni mover la indómita voz, 
ni había forma que mi mano 
se alzará en su contra, 
me había robado el alma con el resplandor del vórtice. 
Se la había llevado hasta el fondo 
a un mar de una calma insólita.

 Íbamos paseando con la boca melodiosa
 y dulce sus labios eran tan dulces 
y el mirar tan suave, 
era imposible poderme escapar 
de aquel almíbar. 
Así mis ojos hendidos 
brotados como extraviados en el mirar
pasaron noches embriagados 
de alzadas luces, 
pasaron las horas más rápidas, 
pasaron miles y miles de cuadros enfrente, 
y en mi piel aquella imagen 
me abarcó con la anchura 
del prado y el sol 
resbaladizo en la alfombra plata.
Era más de mí, 
era aquel mar de silencios, 
aquel barco soberbio y discreto,
era la tempestad de no poder mover,
 ni siquiera un gesto 
y lograr partir al lienzo. 

Una mirada atascada en aquel vacío
 en deleite parada en la cúspide
 de alguna montaña, 
divaga con donaire y menosprecio de sí.
Se fue hundiendo 
en un profundo sueño 
en una canción de innombrable 
silencios melodiosos y llenura. 
Se había ido el lienzo, 
la magia cubierta del salitre 
de luminosidades de fantasmas, 
las casas en la bruma dejaron de existir.
La magia cubierta del salitre 
de los arrabales 
se había extinguido 
en un vago mar de azufre parecido a Marte. 
En aquella isla las manos cubiertas
 de otros mares y el silencio puesto 
como una ola vencida.
No hubo ni una brisa, 
que no atestara en contra de mis sueños, 
que no intentase remover los trazos, 
todo se había secado,
 el corazón apenas latía 
con una vela fulminante
 en medio del mar se iba, 
como la noche, 
como la luna pálida calla
 al amanecer con su velo y albura.
Me quedé dormido entre una gran somnolencia, 
abatido de mí, en extrañeza mi cuerpo
y se para un Dios enfrente de mi cama, 
con mirada ínfima,
 apacible y una flauta en su voz,
súbitamente. 
Tenía una tez brillante, 
amalgamada por los viajes hondos,
similar a un poeta de otro siglo. 
Llevaba una bata larga de hilos blancos 
y relieves azules, 
en los ojos vibraba el oleaje olvidado,
 como un barco levantado por el mar me dice:
Y tú que te habías alzado 
con la vehemencia clara tantas veces, 
ahora sumido por aquella imagen. 
Te alzaste en contra de todo
 y te llevaste todas las escuelas 
de Bellas Artes y tus cicatrices adónde las borras. 
Y tus ojos vidriosos 
y vino blanco esmeralda 
sumergidos en tu corazón y los sueños. 
Ahora sometido en tu propia voz desgastado 
en el deleite marfil de las noches, 
en tus resquicios de ave sumisa,
como una estatua 
sin mover 
¿Aquél velorio será para tu aliento?
Le dije:
Me desconozco luego de haber sentido el fuego,
Una brasa sedienta en el lomo del sueño,
 ahora estoy en el frío placido 
inverno el cielo conmovido de paz y sueños.
En el exilio mi voluntad no despierta, 
el destierro de mis hebras 
se han roto los hilos 
aquellos que mueven cielos, 
y las tempestades 
se ha borrado del poniente y del ocaso.

Son tan dulces los cielos, las olas de la imagen,
 que en mi cuerpo silencia
que en mi piel se ha vuelto estática
 ya no tengo el vaivén en los ojos, ni colorea 
ni el blanco ilumina
y el pájaro que revolotea anida 
manso como cúspide nunca se mueve
con su pico tiene un hilo puesto en la sombra dormita.
Como el horizonte 
cuando besa a la noche, 
fríamente y sin pausa.

Iluminaciones de un lienzo VII
“Una vez que se empieza
hay que seguir haciéndolo.
Un cuadro
no se termina nunca”.
Armando Reverón

Hoy quise escribirles una carta a los ojos del 
salitre y al mar desierto envuelto en la albura 
de un tiempo enquistado por el oleaje y al 
barco alto de un semblante único servido entre 
el bullir de las hogueras, entre las brumas y los 
tremedales.
En el infierno último del océano entre el frío 
roto de los abisales cósmicos.
Solo son palabras escaladas por el vértigo de la sed.

Escaladas por la noche,  anunciante del mar, con sus estrellas guindadas del azogue y la borracha cuando resuenan sus pies de nostalgia hebra con voz temblorosa las cuerdas y silabas atisbadas de tiempo. De otro tiempo y otro timón se fueron lejos, lejos con los ojos pardos, y la noche esbelta a pescar en ellos quién sabe a cuál lugar. Se fueron a alguno desconocido por la noche, insólito secreto guarda la memoria, como un hueso hundido en acicate del alma.

Tiene los minerales inscritos como una sentencia única y firme se alza con la voz de las horas, y va anotando en su cadencia los filamentos de cuanto percibe. Al inhalar encima de las travesías, encima de los techos pasea como los cotejos y la luna viajan alzados de esperanza en el pecho. Sumergidos en el invierno de los ojos del páramo, de la mirada incesto de otro mar, de otro sentir los viajes y aldeas de otro tiempo.

Izadas como calles sueltas y antiguas, de tez morena e indígena, de tez plata y de tez negra como la llovizna cuando cae a medianoche y el sorbo en la palma canta la noche perdida y oscura habitada de voces al oído. La paleta resuena de colores humillantes, sonoros en la membrana ultima de una ventana elaborada por el viaje de la tempestad y se van quedando sordos con los azules, amarillos, caobas, y tantos otros como grises. Solo les queda el blanco como una memoria ulterior de su existir plagados de silencio y de oraciones sacras, levantados por el ojo, por aquellos ojos del salitre, por aquella temporada indisoluble en la fronda del crepúsculo lunar plagada de mares y de sueños.

Hoy quise escribirles una carta a los ojos del salitre y al mar desierto envuelto en la albura de un tiempo

Aquel hombre muerto, esqueleto de sus sueños, de elevado transe y de inquietud reverencial, quise elevar una oración a tantos otros espejos y tantos hombres quedaron en el lienzo, en el centro del cuadro se siente una voz inconfundible de un mirar agudo y de una pasiva e iluminada decencia conspira convertido en trazos y discretas siluetas descubiertas en el velamen del insomnio del lienzo ínfimo.

Iluminaciones de un lienzo VIII
“Vine aquí (a Macuto) a encontrar la sencillez
y me encontré
con la realidad”
Armando Reverón

Hoy vengo de lejanas tierras y quise visitar, te encuentro en un lienzo tan viejo como el remanso de los almendrones y las sombras del malecón de la infancia. Te encuentro como esas viejas canciones, mansiones mansas con toda su grandeza intactas por fuera. Con un portón insalvable de madera de cedro y ranuras de hierro. Un herraje cubierto por el tiempo de versos y pinceladas colocados como lagos y ciénagas van creciendo. Se van apoderando de las sílabas con el tiempo. Y helechos, encinas y retamas, enredaderas y palmeras colgadas de tu espíritu en señal que has crecido más de lo que pensaba, en el lienzo tan distante del que a alguna vez vi titubeante en mi entender, y ahora es de aquellos que no se logran borrar, muy a pesar de su silencio y de su albura crecen hendidos en la brisa de la memoria profunda.

Pasé y encontré muchos cuadros unos tras otros recostados de su luz y silencios. Todos miraban con una particular soltura, ninguno se había quedado atado a algún tiempo. Me llamó la atención el que tenías colgado del caballete de un misterio parco. Parecía que hablaba solo, no sé si era la brisa que convirtió aquella sala de cuadros en un paraje de otro tiempo y de repente, te vi venir descalzo y con un andar silencioso como una ola suave y la voz sumergida en el mirar. Mirabas como si no existiera, parecías que vulnerabas mi intimidad con aquellos ojos de profundidad única y de un altar luminoso cubierto por tus cabellos crespos. Tenías la vista indiscutible del malecón y las manos barnizadas de arena. Tu cuerpo semi desnudo tenías una estela de algún barco que recién había partido hacia altamar en busca de algún amanecer dibujada en el semblante tejido de atardeceres fogosos, parecidos a la adolescencia encendida. Al fondo en algunos recipientes tenías unos pinceles, todos decoloraban el silencio y la voz quebradiza e incompleta de los trazos libre, En alguna habitación habías dejado a las majas, acá solo se sentía una profunda soledad en tu rostro de huésped incompleta de ensoñación. Intenté hablarte del viejo muelle cuando desvestíamos las olas, y tiramos más de una vez un anzuelo intentando sacar imágenes para algún boceto incomprensible pero cierto, para nuestro tembloroso pulso en los ojos. Y ahora, en este pequeño salón encuentro te has robado la luz de la playa, ya tenía varios meses intentado podar algunos versos, parado debajo de algún cocotero, oía la pesquisa de los pájaros cuando viajan y vuelven recubiertos de aromas y uveros, metidos hasta el cansancio en la brisa se oye en la mirada su silbido como puerta chillan cual gatos enajenados en los techos quietos de la playa y encerrados por algún fantasma que los persigue eternamente.

Volví a pasar como tantas veces lo hice, volví sobre ti, sobre aquellos ojos sutiles de vientos carcomidos por la ausencia de los viajes. En cada uno de ellos se quedaron muchos, se morirán otros y se salvaron pocos. Por la vereda que se ve entre aquellos ojos silvestres alucinantes del camino que da vuelta a su ser, te veo caminar zigzagueante con tu voz encontrada en algún frasco de estas horas livianas, de aromas lleno de tintura y tanta lejanía. Hay tantos años de por medio entre uno y otro, tantos pasos que parecen contuvieran entre estas hebras, entre hendijas, entre ranuras rotulantes en el lienzo. Contuvieran una ensoñación eterna. Y no me cansaré de volver a pasar por tus ojos sin descuido alguno, y sin menos precio. Hay tanto salitre y luz encendida en el mirar del litoral como misterios de otro tiempo imposibles de silenciar, respiran más allá de las palabras, más con el viento, más con la enceguecida luz que traspasa una infinidad de parajes y atraviesa una devastadora y alumbrada memoria. Donde la fatiga se cansa, donde hay una espera siempre entendida como sabemos que el oleaje vuelve una y otra sobre si, en busca de sus aguas a calmar su sed.


Luis Gilberto Caraballo, poeta, artista plástico nacido en Venezuela con más de tres décadas de trayectoria. Entre sus poemarios publicados están Encuentros con el Sur (Venezuela, 2007), El árbol de las casas vacías (España, 2008), Los caminos del tiempo (España, 2009), Poemas de números y series infinitas (Portugal, 2012), Arpa Invisible (Letras Salvajes, Puerto Rico, 2020); Es tiempo de volver destellos de un regreso (Del Sur a Sur Editores, España, 2021) y La Gruta del Ávila (Letras Salvajes, 2021). Su libro Celajes de noche salió en febrero de 2022. Y sus libros Rafagas y Poemas, retazos y mares de un poema salieron en Venezuela a finales de ese año.

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