Cuando podamos abrir la ventana
Habrá pasado todo o aún resistiremos
Largas horas en la espera y la saliva parece comienza a espesar, y los nudos aparecen en el trecho. No es la prisa precisamente, es el mortajo se deshiela frente a los ojos y muestra el pellejo, la piel secreta de los huesos. Hay veces necesitamos andar durantes horas, días, pasan los años y la ventana no abre, tampoco cierra completamente. Apenas empieza a mostrar alguna claridad en la sonrisa, a veces nos guiña con algún gesto, mientras perdemos atención en ella, y volvemos sobre los libros paisajes de profundidades y sinfonías resuenan, nos dejan parajes, alzadas veredas nos sostienen el aliento. Aquella fragilidad del ensueño vaga sobre la sien, y se perpetúa con espejismos. Nos tomamos el día, creemos vacíos en los desiertos caminando y cuesta despertar frente al espejismo del mundo y los faroles no cesan de anunciar.
El ensueño, a veces puede más para abrirse al mundo y mirarlo como despeina, como mastica el verano, el invierno copa con su blancura y languidez. Temible silencio cuando vemos alzados montones de nieve sobre edificios o en el césped yace la yerba, apenas muestra, apenas deja ver sus espigas flores de colores se avivan. O en la primavera, flores de colores dibujan el paisaje, y los ojos remontan tanta sed por avivar la llama del corazón y sustraer el miedo, como un veneno haciendo mortales nos lleva y no siempre podemos colocar el centro del respirar en el cetro, en la hondura del plexo. O en el otoño cuando la hojarasca desnuda y vemos el ramaje, y las vías cargadas del tiempo, volviendo a desvestir su rostro a msotrar el ramaje en su esencia. Han pasado los años y no logramos abrir la ventana para mirar el alba como corresponde, tan solo nos hace señad, nos asumimos en la verja del sueño, nos asistimos del azul del cielo y de las nubes amontonadas en blancos para convocar a la mesa, para mirar las fracciones escasas, las hendijas demoran en aparecer.
Entonces cuando finalmente logramos ver, abrir no hendijas sino la anchura, creemos entonces somos grietas temblores del existir. Y ahí es cuando tiemblan las piernas al andar, podemos dejar de sentir los pies por espacios podemos intentar devolver la mirada al ensueño, pero es el camino, es la vida nos sonríe con su tren, y sabemos estamos en algún vagón deshiela la memoria, revive el útero, remosados un eco, un poema intenta pronunciarse, intenta abrir la ventana siempre, hasta miaranos finalmente con la ternura del viaje, con la dulzura del sueño, y la piel embebida al mostrarnos lo andado, la voz sembrada.
Luis Gilberto Caraballo, poeta, artista plástico nacido en Venezuela con más de tres décadas de trayectoria. Entre sus poemarios publicados están Encuentros con el Sur (Venezuela, 2007), El árbol de las casas vacías (España, 2008), Los caminos del tiempo (España, 2009), Poemas de números y series infinitas (Portugal, 2012), Arpa Invisible (Letras Salvajes, Puerto Rico, 2020); Es tiempo de volver destellos de un regreso (Del Sur a Sur Editores, España, 2021) y La Gruta del Ávila (Letras Salvajes, 2021). Su libro Celajes de noche salió en febrero de 2022. Y sus libros Rafagas y Poemas, retazos y mares de un poema salieron en Venezuela a finales de ese año.